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Antonio Avaria: la literatura más allá de los libros
ANTONIO AVARIA: EL INTERLOCUTOR PERPETUO. Pequeño Dios Editores,
Santiago, 2015, 592 páginas

Por Juan Rodríguez M.
Revista de Libros de El Mercurio
. Domingo, 6 de diciembre de 2015



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Antonio Avaria (1934-2006) amó la literatura, y así queda de manifiesto en sus críticas, reunidas ahora en Antonio Avaria: el interlocutor perpetuo, libro editado por Gonzalo Contreras y Julián Avaria-Eyzaguirre y publicado por Pequeño Dios Editores. En ellas hay mucho de moral, siempre y cuando entendamos por tal no imponer esto y aquello, sino que -precisamente- criticar esto o aquello, pensarlo y hacer pensar, incluso para disentir de sus percepciones, y conectarlo con el mundo. En otras palabras, se trata -en Avaria- de la literatura como una manera de vivir la realidad: "Necesitamos hombres como esos, con esa seguridad, con esa alianza fértil de sentido práctico, cultura e imaginación", escribe a propósito de la reedición en 1968 de Recuerdos literarios de José Victorino Lastarria. Este, agrega, "nos proporciona estímulos para la cavilación y para la acción". Palabras que, sin mucho esfuerzo, pueden tomarse como declaración de principios y fines.

El amor de Avaria por los libros tuvo su inicio oficial en la academia El joven Laurel del Colegio Saint George's -fundada en 1946 por el poeta y profesor Roque Esteban Scarpa- donde compartió con Armando Uribe, José Miguel Ibáñez Langlois, Hernán Montealegre y Carlos Ruiz-Tagle. A los 17 años entró a estudiar Derecho en la Universidad de Chile y fundó, con Uribe, la Academia Literaria de dicha escuela. También empezó a tomar cursos en el Pedagógico, donde se hizo amigo, entre otros, de Enrique Lihn, Jorge Guzmán, Antonio Skármeta, Mauricio Wacquez, Enrique Lafourcade y Jorge Teillier. Con este último fundó en 1968 Árbol de Letras, una revista literaria que se sumó a pares como Orfeo, Ancora, Litoral, Carta de poesía y Trilce.

Los sesenta fueron en Chile y Latinoamérica los años de la Revolución Cubana y del boom literario. Dos irrupciones de las que Avaria tomó nota y que nutrieron su trabajo. En un ensayo que publicó en la revista Mensaje en 1989 -citado por el escritor Miguel de Loyola en el prólogo- dijo: "Por su experimentación formal, por la amplitud de registros expresivos, por la riqueza de invención, la libertad imaginativa y la pasión moral, Latinoamérica es el laboratorio de la novela contemporánea. Y justamente una novela del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura 1967, pone fecha de nacimiento (1946, El señor presidente ) a esta narrativa".

Llevada esa perspectiva hacia Chile, se entiende la visión que tenía de la crítica que se hacía por entonces (Alone -Hernán Díaz Arrieta-, Raúl Silva Castro). La tilda de "abrumadoramente provinciana", apegada al naturalismo "difunto hace setenta años", empecinada en la fidelidad a la realidad concreta, tanto psicológica como geográfica. Cuando comentó Este domingo (1966) de José Donoso, dijo: "Pero la crítica nacional -en su monomanía de solo ver al escritor realista, al diseccionador de un estrato social en decrepitud- ha descuidado una obsesión fundamental de Donoso que es profundamente moderna: el grotesco". Y en 2004, cuando Lom reeditó La chica del Crillón de Joaquín Edwards Bello, escribió un prólogo en el que se lee: "La crítica positivista, así como impresionista, no pudieron ver la calidad espiritual y metafórica del hotel de la calle Agustinas", "por buscar a rajatabla una clave real, prosaica, no oyen el vuelo de ángeles y fantasmas que suele animar la realidad. Con las antiparras del naturalismo, todos los gatos son pardos; es decir, nadie es suficientemente real".

Antonio Avaria: el interlocutor perpetuo está estructurado según lo dejó establecido el propio autor, es decir, en siete capítulos que van desde la generación de 1842 a la de los 80 -pasando por 1912, 1927, 1938, 50 y 68-, seguidos por "Novela Exilio" y "Escritores extranjeros". Al revisar este último capítulo es notable ver que un crítico escribiera en 1962 sobre "la novela alemana actual" y en 1967 sobre Truman Capote y "A sangre fría" ("por novela la tengo y de lectura apasionante", dice). O que en julio de 1991, cuando aquí transitábamos recién a la democracia, dijera sobre Arráncame la vida de Ángeles Mastretta -según Avaria, desconocida entonces en Chile- que su lectura "pone de relieve una curiosa carencia de la literatura chilena. Nuestros narradores han sido reticentes o francamente timoratos y elusivos ante las historias de los hombres y las mujeres del poder político y económico: las rehúyen, las ignoran".

Los ochenta

Si nos concentramos en la mayoritaria parte chilena del libro, tenemos si no una historia, al menos una progresión de la literatura nacional: Lastarria, Edwards Bello, Pezoa Véliz, Neruda, Brunet, Oyarzún, Teitelboim, Coloane, Serrano, Droguett, Donoso, Lafourcade, Rubio, Teillier, Varas, Délano, Eltit... Hasta rematar la "Generación 80": de Carlos Franz dice, a propósito de Santiago cero, su primera novela: "entra con pie discreto, pero firme, en nuestra literatura". Y del primer libro de cuentos de Gonzalo Contreras, La danza ejecutada : "Cuán lejos está este autor del sobado tronco naturalista de la narración chilena".

Según Loyola, marcado por la generación Beat, especialmente por En el camino de Jack Kerouac, Antonio Avaria inició su propio viaje, primero por el sur de Chile y luego por Europa y Estados Unidos. A su regreso hizo clases en las universidades de Chile y Católica, trabajó en prensa y televisión, y en el Centro de Estudios de la Realidad Nacional.

En 1971 publicó el libro de cuentos Primera muerte (en 2007 Universitaria editó de manera póstuma Los mejores cuentos de Antonio Avaria y algo más, y Lom, su novela Cielo de Mala Muerte). El golpe de Estado de 1973 lo pilló en China como Agregado Cultural y de Prensa. Volvió a Chile en 1987, y además de "profesor taxi" en varias universidades privadas, colaboró en distintos medios, especialmente en Artes y Letras y Revista de Libros de El Mercurio. "Avaria -escribe Loyola-, acaso como ningún crítico en tiempos de posdictadura, enhebra su discurso con obras de autores que anteceden a los presentes, conectando de esta manera al lector hacia la historia y desarrollo de la literatura, no solo chilena, sino latinoamericana y mundial".



 



 

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