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        LA REVOLUCIÓN DE LOS LIBRES 
          Copiapó, 26 de diciembre 1851 - 8  de enero de 1852 
        Por 
Arturo Volantines 
          
          
          
          
        
          
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          1.- Antecedentes preliminares de la Revolución de  Bernardino Barahona 
          
           
        No ha sido la Revolución  de Pedro León Gallo (1859), la primera ni la única revolución en Atacama. Ya, a  principios de la República, en Chañarcillo, hubo varias rebeliones[1].  
           
Desde el comienzo del siglo  XIX, la oligarquía agraria, comercial y centralista fue adueñándose del Estado  de Chile. Los gobiernos  de Prieto y Bulnes y, luego, Montt fueron afectando los  intereses de los mineros. A finales de 1840, impusieron nuevos gravámenes a la  minería y un aumento por la Ordenanza de Aduanas. En cambio, se dictaron leyes  que favorecieron sistemáticamente a los terratenientes, como fue el caso, ese  mismo año, en donde una ley declaraba exentos de impuestos al trigo y la harina[2]. 
 
Indudablemente, el  aglutinamiento pluriclasista, especialmente, la incorporación de masas de  obreros y artesanos en organizaciones sociales, permitió o impulsó la  Revolución de 1851. La “Sociedad de la Igualdad”, creada por Francisco Bilbao y  Santiago Arcos (1850), se empezó a manifestar públicamente, llegando a juntar  cientos de trabajadores. Cuando se volvió  insoportable el centralismo autoritario, varias provincias se rebelaron, y,  especialmente, el “Norte Chico”, que tenía inusitada actividad minera con  nuevos descubrimientos y adelantos en el proceso de extracción. 
 
Por otra parte, asoma una cultura  más propia. Copiapó es bullente de diarios y escritos, encabezados por los  hermanos Matta, que ayudan a formar la Generación de 1842. La Revolución  Francesa influye tanto, que en la Revolución siguiente, en 1859, las tropas del  Norte marchan bajo la primera bandera francesa y el himno marcial de “La  Constituyente”, semejante a la Marsellesa. 
        Este movimiento  pluriclasista, desarrolla un motín el 20 de abril de 1851, en Santiago, y  provoca la llamada “Rebelión de Aconcagua (San Felipe)”. En este contexto, el 7  de septiembre, se da inicio a la mayor rebelión de los pueblos de las  provincias chilenas: “El Sitio de La Serena”. 
        “La Sociedad Patriótica”,  encabezada por Nicolás Munizaga y Antonio Pinto, se adhiere al movimiento  político y militar de Concepción, dirigido por el general José María de la  Cruz, aglutinando a los partidos más tradicionales de la vieja provincia de   Coquimbo. Pero, cuando Pedro Pablo Muñoz Godoy y otros artesanos forman la “Sociedad  de la Igualdad”, logran la adhesión multitudinaria del pueblo de La Serena. 
         Esta adhesión queda  marcada y estimulada en la prensa de la época, donde Juan Nicolás Álvarez “el  diablo político” y primer escritor genuinamente de la provincia de Coquimbo (La  Serena, l810 - El Callao, 1858)[3], mantiene  profusa y notable difusión durante la revolución,en el diario llamado “La  Serena” y en otros, y crea un magnífico testimonio epocal llamado “El  periodiquito de la plaza”. 
           
          Los hombres más nobles de la ciudad, mayoritariamente, suscribieron el “Acta  revolucionaria”, el 8 de septiembre de 1851, que se levantó en la sala municipal  de La Serena. Firmaron, entre otros: Vicente Zorrilla, los Concha, los  Cordovés, los Ravets, los Varela, los Munizaga, los Vicuña, los Argandoña, los  Alfonso y casi toda la curia local[4]. 
           
  El día 7 de septiembre, habían  sido reducidas las fuerzas militares del gobierno en la ciudad, especialmente  las correspondientes al batallón Yungay, que había sido traído del sur. El 28  del mismo mes, en el campamento Punitaqui, quedó conformada la División Coquimbo:  General en Jefe, José Miguel Carrera Fontecilla; secundado por el General Justo  Arteaga. También, estaban en el mando: Nicolás Munizaga, Victoriano Martínez,  Ricardo Ruiz, Benjamín Vicuña Mackenna, José Silvestre Galleguillos, entre  otros. Los batallones eran mandados por Pedro Pablo Muñoz Godoy,  Benancio Barrasa, Manuel Bilbao, Salvador Cepeda y Mateo Salcedo[5].  Los rebeldes llegaron a ser cerca de 4.000, y sólo un tercio de ellos, fueron  acogidos como soldados. 
   
  Los revolucionarios ocuparon el  valle de Elqui, Huasco, Ovalle, Combarbalá e Illapel. Tuvieron que retroceder  desde Illapel por el acoso del ejército del Gobierno. En octubre, este ejército  arribó a La Serena. Entonces, empezó una fiera resistencia con excursiones, barricadas  y minas explosivas. El 7 de ese mismo mes, se inicia el bombardeo de la ciudad  y asalto a las trincheras, pero las tropas del Gobierno fracasan, como  fracasarían también las fuerzas extranjeras, tanto de los ingleses como de las  tropas argentinas. 
   
  El himno llamado “La  Coquimbana”, hecho por el capitán José María Chabot, y encabezada por Francisca  Barahona, mantiene el entusiasmo por varios meses. Las audacias del comandante  José Silvestre Galleguillos y sus carabineros, que salían temerariamente  del  Sitio, permitía un nimio abastecimiento de alimentos y metales. Además,que los  británicos habían bloqueado el puerto y las andanzas y saqueos de las tropas  argentinas, enviadas por el Gobierno de Atacama y contratadas por Jotabeche,  hacían más difícilla situación. Sólo entonces,después de varios meses, los Igualitarios  evacuaron la ciudad. Finalmente, las tropas de Gobierno, entraron al centro de  la ciudad incendiada y con sus iglesias destruidas, el 31 de diciembre de 1851,  sin lograr que las tropas revolucionarias se rindieran. Así, la segunda ciudad  más antigua de Chile, logra su mayor gloria.  
   
          Al saberse de la “Revolución de los Libres” en Copiapó, encabezada por el  pequeño y “joven comerciante de Coquimbo”[6] (o  del Huasco[7]), Bernardino  Barahona (Varaona) y por los obreros ferroviarios; 200 soldados Igualitarios, sobrevivientes  de “El Sitio de La Serena”, con un cañón, tomaron el camino hacia el Norte. 
           
          Los soldados mineros se encontraban  en descanso en la “Cuesta de Las Arenas”, camino a Copiapó, a la salida norte de  La Serena, cuando fueron sorprendidos y tuvieron que presentar combate a las  tropas cuyanas enviadas por Jotabeche. El degüello fue el tono de las tropas  argentinas acostumbradas al facón; fueron masacrados los mineros, y sólo se  salvaron algunos, cuando un sacerdote se presentó en el campo de batalla y  logró salvar a los heridos. Entre las tropas de Lanceros y Carabineros de  Atacama, venían algunos de los caudillos más ilustres de Argentina, como el caso  de Felipe Varela[8].  Jotabeche, que se había olvidado de su extracción proletaria y que había sido  educado por las familias nobles de La Serena, quedó para siempre manchado con  sangre de estos héroes.  
           
           Indudablemente, “El Sitio  de La Serena”se vuelve memorable; incide en el levantamiento de Copiapó (26 de  diciembre de 1851), e incide profundamente en el ser del Norte chileno,  repercutiendo en lo inmediato y en los siglos siguientes, en el imaginario de  los habitantes del Norte Chico.  
   
          En el “Periodiquito de la Plaza”[9], número  4, publicado en La Serena, el 5 de diciembre de 1851, aparece el siguiente  artículo, que señala con claridad, la emoción y la resolución que tenían estos  nortinos, que se habían opuesto al centralismo autoritario: “No voy a hablar  del Sitio de Troya, ni del de Siracusa, ni del de Saragoza, ni de otros muchos  que nos recuerda eso que se llama historia de la humanidad, o tejido de  crímenes y virtudes, de grandes hechos de armas y de sublimes rasgos de la  inteligencia y del genio.// Hablaré, pues es tal la obligación que me he  impuesto, del célebre Sitio de La Serena, de que la posteridad tendrá que  ocuparse.// Este Sitio, establecido por un Dictador, erigido en este absoluto  poder a despecho de los pueblos, puede muy bien llamarse el Sitio de los  Demonios.// Si el Emperador Infernal hubiese decretado este sitio, habría sido  menos bárbaro que el Dictador chileno.// Se decreta el sitio en un momento de  desesperación y de furor, y vinieron sobre este pueblo todos los males y  desgracias que no sufrieron otros pueblos sitiados en otros siglos.// Se ordenó  la perpetración de todo género de crímenes, el asesinato, el robo, el estupro,  el incendio, y la destrucción y profanación de los templos.// Al pie de la  letra han cumplido, los sitiadores, las órdenes del Dictador.// Tres veces han  sido heroicamente rechazados, y no hallan donde ocultar su ignominia, ni adonde  librarse del rayo de la justicia.// Son perseguidos por la mano de Dios y la de  los pueblos.// Si buscan el mar, en sus abismos serán hundidos.// Los enemigos  de la humanidad no pueden huir del castigo de la Providencia.// La corona es  para el pueblo vencedor, y la pena para los bárbaros invasores”. 
          
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        NOTAS 
        
          
              [1].- Roberto  Hernández; El roto chileno, ps.71, 72; Imprenta San Rafael, Valparaíso, 1929.   
          
            [2].-Luis Vitale;  Las guerras civiles de 1851 y 1859 en Chile, p.8; Instituto Central de Sociología,  Universidad de Concepción, 1971. 
           
          
            [3].-Carlos Soto  Ayala; Literatura coquimbana, p.3; s/i; Santiago, 1908. 
           
          
            [4].-Benjamín  Vicuña Mackenna; Historia de los diez años de la administración de don Manuel  Montt, levantamiento y sitio de La Serena, Tomo I, ps. 331, 332, 333; Imprenta  chilena, Santiago, 1862. 
           
          
            [5].-Benjamín  Vicuña Mackenna; Historia de los diez años de la administración de don Manuel  Montt, levantamiento y sitio de La Serena, Tomo I, ps. 333, 334, 335; Imprenta  chilena, Santiago, 1862. 
           
          
            [6].-Roberto  Hernández; El roto chileno, ps.71, 72; Imprenta San Rafael, Valparaíso, 1929. 
           
          
            [7].-Francisco A.  Encina; Historia de Chile, tomo XIII, p. 121; Editorial Nascimento, Santiago,  1949. 
           
          
            [8].- Rodolfo Ortega, Eduardo Luis  Duhalde; Felipe Varela, caudillo americano; Colección Sudestada, Editorial El  Buque, Buenos Aires, Argentina, 1992. 
           
          
            [9].-Archivo  Nacional; Archivo Vicuña Mackenna, vol. 157, piezas: 4v y 5. 
           
         
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