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POESÍA DE LA SERENA
Desde el Parnaso Coquimbano al Burro del Diablo
Prólogo
I

Por Arturo Volantines

 

 

 

 

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Cuando Gabriela Mistral llegó a Antofagasta (1912), debajo del brazo llevabala “Antología Chilena, Prosistas y Poetas Contemporáneos, la intelectualidad en Chile”[1], del copiapino, Pedro Pablo Figueroa, cuyo libro influenciaría en ella. Entre los antologados, iba con poesía y un adónico retrato, Manuel Magallanes Moure, que enamoraría a Gabriela. Este libro viene a demostrar el gran inicio republicano de la literatura del Norte, que después, paso a paso, iría desapareciendo del Canon chileno hasta la negación,y con la misma Gabriela Mistral como ejemplo. Pedro Pablo Figueroa demuestra, en este texto, la importancia de los atacameños al inicio de la literatura chilena: los hermanos Matta, Rómulo Mandiola, Pedro León Gallo, Carlos Walker Martínez, Nicolasa Montt y Rosario Orrego. También, señala la importancia de Mercedes Marín del Solar, hija de serenenses. Y, además, nombra a los locales: Adolfo Valderrama y al “Diablo Político”, Juan Nicolás Álvarez.Explica: “Es la primera vez que se acopia en una antología la labor literaria en nuestro país./ Las colecciones de artículos y de poesía que han publicado en otras épocas, como las reunidas por Juan María Gutiérrez, Ricardo Palma y José Domingo Cortés, no han revestido una índole nacional”.

También, Pedro Pablo Figueroa atisba un primer ordenamiento canónico de la literatura chilena. Manifiesta que la literatura puede dividirse en tres períodos históricos: “el que comprende la Independencia, el movimiento intelectual de 1842 y el que produjo la evolución política de 1870”. En este ámbito, nace la literatura serenense.

En 1908, se publicó el “Parnaso Coquimbano”—que aún nos sorprende de forma y fondo—: “Literatura Coquimbana; Estudios Bibliográficos y Críticos sobre los literatos que ha producido la Provincia de Coquimbo”[2], por L. Carlos Soto Ayala, obra ilustrada con los retratos de los principales escritores de esta provincia. Este texto sorprendente, que está dedicado a Pedro Pablo Figueroa, incluye a 31 autores e ilustrada —como dice el anuncio en el texto— con los retratos de los principales escritores de la provincia. Infelizmente, sólo se publicó la primera parte, hasta la página 156, y con únicamente 18 autores. Soto Ayala pide, que se debe ensamblar esa parte con la otra, donde también deben insertarse los retratos. Una década después, en la “Selva Lírica (1917)”[3], se da cuenta que aún no ha sido publicada la segunda parte, y al revisar las copias que hemos encontrado, incluidas las tres de la Biblioteca Nacional, creemos que el autor, definitivamente, no publicó esa segunda parte, dejando este libro, absolutamente memorable, en irreparable falta.

En la misma “Selva Lírica”, al poeta y abogado, L. Soto Ayala (La Serena, 1886 — Santiago, 21 de noviembre de 1955), se le trata de poeta menor. Soto Ayala pagó un precio altísimo, ya que su obra fue poco considerada. Los colegas de entonces, que son también los de ahora, no permitieron reconocer tan magnífico aporte. Sólo ha sido mencionado en relación a Gabriela Mistral.

Esta obra, que es clave para la literatura chilena, nortina y, particularmente, para la provincia de Coquimbo, considera a los siguientes escritores: Juan Nicolás Álvarez, Hortensia Bustamante de B., Clodomiro Concha, Manuel Concha, Ricardo Dávila Boza, Juvenal Díaz Araya, José Ignacio Escobar, Lucila Godoy Alcayaga, Ricardo Gibbs, Pablo Garriga, Manuel Antonio Guerra, Joaquín González González,  Federico González G., Francisco Machuca, Saturnino Mery, Alamiro Miranda, Carlos Mondaca, Policarpo Munizaga, Mariano Navarrete, Osvaldo Palominos, Néstor Rojas Villalobos, David Rojas González, Francisco Sainz de la Peña, Víctor Domingo Silva, Narciso Tondreau, Francisco A. Subercaseaux, Sinforoso Ugarte Alcayaga, Adolfo Valderrama, José María Varas Blanche, Julio Vicuña Cifuentes y Benjamín Vicuña Solar. Salta a la vista que faltan, Valentín y Manuel Magallanes, pero es comprensible, ya que Valentín es difícil de clasificar; porque nació en Santiago, su obra literaria y revolucionaria la hizo en Atacama y ejerció como abogado en La Serena, para luego regresar y morir en Santiago. En el caso de Manuel Magallanes Moure, sólo vivió hasta los 7 años en su ciudad natal y después se fue a Santiago, lo que seguramente incidió en no incluirlo, aunque como hemos dicho, ya había mucho recelo y, aún más, cuando se trataba de autores nacidos en la misma ciudad, o podría también tratarse de animadversión, ya que Magallanes Moure gozaba de fama y consideración en el ámbito oficialista, incluido el calcetineo, como puede verse en la legendaria Revista ZigZag, a comienzo del siglo XX .

Algunos de estos autores, considerados por Soto Ayala, no los conocíamos. Hecho relevante, ya que esta lista resulta muy necesaria para ordenar y reordenar la historia de la literatura de la Región de Coquimbo, y, obviamente, la literatura chilena. A la mayoría, los habíamos leídos, fundamentalmente, en los diarios de la época de la región, donde se publicaba en forma profusa creaciones poéticas, especialmente, en el más notable diario, entre muchos que ha tenido la región: “El Coquimbo”. Además, estos diarios fueron importantísimos, bibliográficamente, en la segunda parte del siglo XIX: testimonios indudables (afortunados) de los hechos heroicos y trascendentes de Coquimbo.

Este volumen es una de las obras más selectas de Chile en su ámbito. Viene a poner certeza dela importancia de estos recuentos y que en muchas ocasiones son salvadores de los autores de la provincia; de hacer justicia, a pesar del constante manto de desconsideración centralista.

Tres méritos indudables tiene esta obra: rescatar la producción de autores imprescindibles de la literatura chilena, ya que algunos de ellos llegaron a ser Premio Nacional de Literatura, y otros, son parte fundamental a partir de la república; la aclaración en su introducción y prólogo a la invisibilidad de la literatura nortina, y que sigue persistiendo hasta la fecha; y, lo más fundamental, la inclusión por primera vez  —y desde su propio terruño y que pasarían muchos años para que volviera a suceder este hecho antológico— de una muchacha “prosista” de 18 años, llamada Lucila Godoy Alcayaga.

También, resulta fundamental para resolver la controversia respecto al primer escritor genuinamente serenense. Hasta ahora, yo había sido partidario de Mercedes Marín del Solar, como merecedora de esta distinción, ya que sus padres fueron serenenses y ella pasaba grandes períodos en esta ciudad. Pero, queda muy aclarado en esta obra, que tal distinción le corresponde al “El Diablo Político”, Juan Nicolás Álvarez (La Serena, 17 de abril de 1810 — El Callao, 24 de mayo de 1853). Soto Ayala dice de Álvarez: “La Historia Literaria de Coquimbo se abre con un nombre por demás ilustre, con el nombre de un gran ciudadano, periodista y revolucionario: Juan Nicolás B., llamado “El Diablo Político”. Por su parte, Pedro Pablo Figueroa, apunta: “Allí (La Serena) lo encontró el movimiento revolucionario que estalló el 7de septiembre de 1851 y como periodista y tributo liberal, concurrió a su desarrollo, en las reuniones de la Sociedad Patriótica y de la Sociedad de la Igualdad, con Antonio Alfonso, Pedro Pablo Muñoz, Teodosio Cuadros, Ventura Osorio, Santos Cavada, y en el periódico La Serena, que fue su trípode de escritor público en el seno de su pueblo. La Serena fue, como El Diablo Político, su tribuna de luchador en la capital de la provincia de Coquimbo y desde sus columnas prestigió el pendón revolucionario con los lampos de luz de fuego que brotaban de su pluma al choque de las ideas. Mientras se preparaba el pronunciamiento, fue delegado de sus correligionarios de La Serena ante los partidarios que dirigían la opinión en Santiago, para uniformar los trabajos tendientes a elevar a primer magistrado de la República al ilustre general don José María de la Cruz. Durante El Sitio de La Serena, que siguió al pronunciamiento, redactó  El Periódico de la Plaza, para conservar vivo el entusiasmo del pueblo y de los soldados. Triunfante la revolución en La Serena, Juan Nicolás Álvarez fue nombrado auditor de guerra del ejército revolucionario. De este modo fue soldado y periodista de la revolución./En su Historia del Levantamiento y El Sitio de La Serena, don Benjamín Vicuña Mackenna pinta a Juan Nicolás Álvarez como [al periodista tribuno de la revolución de La Serena], especie de [tipo nuevo en el periodismo, que escribía en aquella época como las más altas inteligencias contemporáneas]”[4]

El autor, en su “El por qué de este libro”, señala tan lúcidas y permanentes opiniones, que pareciera que las dijo ayer y no 104 años atrás: “Las provincias, y particularmente las del Norte, son miradas con profunda indiferencia por el centralismo de la capital. Fuera de Santiago, el arte es una ridiculez, la industria un sueño, el trabajo una utopía, y entre tanto, las provincias, con el sudor de sus  frentes varoniles, no se cansan de brindar a manos llenas riquezas innúmeras a los mismos que esclavos quisieran verlas”. Luego, complementa: “Literatura Coquimbana viene a ser una reparación de justicia, un homenaje póstumo a los hombres de idea, a los luchadores incansables de esa provincia heroica, cuyos hijos llevaban enlazados en el campo de la vida la espada del guerrero y el laúd del trovador”. En otra parte del prólogo, arremete memorablemente: “Por ahora, Literatura Coquimbana sólo aspira a que se sepa de los hombres de péñola de Coquimbo y, a que los que esta obra lean, admiren el tesoro inmenso de poesía escondido entre selvas virginales y en la falda de los montes siempre nevados de esa provincia”.

Finalmente, Soto Ayala, hace notar la profunda hermandad entre Atacama y Coquimbo y su destino común y su relación con el Estado de Chile: “Atacama y Coquimbo—las dos hermanas del Norte— han escrito páginas admirables de glorificación histórica, ya bajo una misma tienda de campaña, al estruendo de los cañones, ya bajo el cielo adorable de las tardes del estío, cuando cada alma es una lira de cuyas cuerdas brotan plegaria a la magnificencia de la naturaleza. El libro que ve hoy la publicación es sólo la primera parte de una obra que pudo llamarse Dos Musas Hermanas. Ojalá no esté lejos el día en que pueda tributar igual homenaje de justicia y admiración a los escritores de Atacama, la cuna de los grandes pensamientos, y en donde cada hombre es un apóstol y un guerrero, y cada mujer un ángel y una musa; donde el hombre —encarnación  de ideas de gloriosa independencia— parece nacido en  los tiempos de la antigua Roma, y la mujer de ojos divinos y soñadoreslleva en el alma reminiscencia de tres tierras: la del araucano, altivo y no domado; la del español, galante y caballeroso; y la del querube, casto y sentimental”.

Posteriormente, viene un estudio de Guillermo Muñoz Medina llamado “Literatura Coquimbana”, donde hace un recuento geográfico, histórico y literario de la Región de Coquimbo.Señala: “Esta antología es la fórmula inspirada y exacta de la génesis literaria de Coquimbo”. También, atisbo la importancia de esta antología, ya que cuando publiqué “El Burro del Diablo”, se connotaron en la crítica semejanzas e ironías. Dice, Muñoz Medina: “Literatura Coquimbana representa verdadera novedad entre nosotros. No tenemos noticias que en Chile se haya formado otro libro de esta naturaleza. Lo que se escribe en Chile, por bueno que sea, si se llega a leer, es para olvidarlo enseguida. Pocos pueblos nos parecen más indiferentes a la literatura nacional que éste, tan patriota por lo demás. Aquí, ni en los liceos se da a conocer a los alumnos el nombre de nuestros literatos, ya que los Libros de Lectura que destinan a las clases de Castellano en los años inferiores, son reuniones de trozos de autores extranjeros en su mayor parte./ Literatura Coquimbana puede prestar utilísimos servicios a la enseñanza, para dar a conocer a los educandos un grupo notable de autores nacionales, para inculcar en ellos amor por los literatos del país, para desarrollar en sus almas sentimientos de patriotismo, enseñarles que hay en su patria una literatura que debe interesarles, y que existen literatos chilenos a quienes deben estimular con sus aplausos”.

Después insiste en lo que me parece la devoción, que ni entonces ni ahora se ha valorado y, más triste aún, porque hay algunas voces locales que les gusta el oficio de yanaconas y de andar mostrándole la pierna al centralismo. Por ello, la presente obra se la dedicamos a L. Carlos Soto Ayala. Manifiesta, además: “Literatura Coquimbana” exhuma del cementerio del olvido en que injustamente se las tiene, por pertenecer a otra edad y a otra tendencia tal vez, muchas poesías hermosas de tiempos felices para letras nacionales. La hora de su aparición es oportuna. Ella es el archivo de las bellezas literarias de los hijos de Coquimbo, la gloriosa estadística que perpetuará el recuerdo de sus nombres y la memoria de sus mejores obras”. En lo sustancial, en la introducción, Muñoz Medina hace alabanzas a las “tradiciones”, que tan importantes han sido en La Serena, desde Jacinto y Manuel Concha, Juan Nicolás Álvarez, Francisco Antonio Machuca, Gustavo Rivera Flores, Alfonso Calderón, Fernando Moraga, “Kiko” Carvajal e incluso José Joaquín Vallejo”.

Casi 50 años después (1966), Mario Bahamonde ha acertado con una nueva antología en el Norte, y volvía a señalar la singularidad sobrecogedora del terruño, la epopeya de sus hijos “y la invisibilidad” para el centralista del Estado de Chile. Con gran esfuerzo desde Antofagasta, pero con gran dominio de la historia de Atacama y del que hacer cotidiano de la literatura de La Serena y del Valle de Elqui, señala, en el prólogo: “Sin embargo, a pesar de estas muestras y de muchas otras que han surgido en esta región, no hay una conciencia sobre la poesía nortina ni en su calidad literaria. Apenas, a veces, suena algún nombre de algún poeta como un recuerdo curioso o como una referencia pintoresca. Pero la poesía nortina  ha vivido y ha amasado en su material lírico el reflejo de todas las etapas por las cuales ha pasado esta región del país”. Luego, estampilla a poetas fundamentales del Norte: “Pedro Díaz Gana, Valentín Magallanes, Rosario Orrego, Nicolasa Montt, Clodomiro Castro, “Pope” Julio, Santiago y Ramón Escuti Orrego. En seguida, se viene a lo contemporáneo, marcando: “Surgieron entonces los primeros grupos organizados hacia una labor sistemática. En La Serena, el Ateneo Literario y el “Círculo Carlos Mondaca”, entre los cuales se cobijó toda la actividad más sostenida. En Antofagasta, “Cobrisal”, publicación capitaneada por Andrés Sabella, el poeta de esos años, y también el Grupo Letras, organizado y dirigido por Mario Bahamonde, cuya labor se tradujo en una acción sostenida y en libros y certámenes de horizonte regional”.

También, hace un reconocimiento explícito a la literatura de La Serena: “Sin embargo, si bien es verdad que el espectáculo del desierto deslumbró a los hombres, no menos efectivo que en otras localidades nortinas la poesía acentuó sus ríos profundos. Así sucedió en La Serena, cuya ribera verde acunó a la más señera generación de líricos nacionales: Carlos Mondaca, Manuel Magallanes Moure, Gabriela Mistral, Julio Vicuña Cifuentes (1865—1936) y ahora, en nuestros días, a Fernando Binvignat”. Finalmente, señala que en su proyecto los objetivos de esta obra han dado trancadas, y que claramente no ha sido superada ni emulada por los recopiladores del norte. Define: “Esta selección de poesía nortina, recogida a lo largo de las cuatro provincias de nuestro extremo regional, acentúa en mucho la presencia de la tierra y su contacto con los hombres. Tal vez éste sea  su valor más claro, aparte de nuestra intención de mostrar a nuestros escritores y de prodigarlos hacia otros horizontes./La Expresión de su contenido poético es, entre otros muchos, uno de los caminos que sigue nuestra tierra en busca de su desarrollo más nivelado y más adecuado al verdadero sentido de una realidad nacional”. Incluye en su antología a los poetas de la región: Eduardo Aguirre (1918, Coquimbo), Fernando Binvignat (1903, La Serena); Luisa Kneer (1919); María Eliana Duran (1926); Jorge Eduardo Zambra Contreras (1939, La Serena) y Roberto Flores (1910). Incluye a otros poetas del norte que no siempre aparecen en la historiografía literaria chilena, pero que sobradamente merecen un sitial: Alberto Carrizo, Nelly Lemus, Nicolás Ferraro, Nana Gutiérrez, Óscar Hahn, Pedro Humeres (Humires), Antonio Rendic, Salvador Reyes, Andrés Sabella y otros. Le faltan algunos. Pero, entiendo la no inclusión de Gabriela Mistral, ya que el objetivo era difundir a los invisibles de la literatura del Norte, y, para entonces, ya Gabriela era una figura universal. Sin embargo,después escribió un texto especial para ella, llamado: Gabriela Mistral en Antofagasta: Años de forja y valentía”[5].

Once años después, Luisa Kneer, publica un texto en homenaje al Círculo Carlos Mondaca, llamado: “Reseña Historia de 168 años en las letras de la Cuarta Región (cca.1979)”[6]. Ella muere luego (1983), dejando este libro casi desconocido, pero bien ilustrante para las letras de La Serena. Desarrolla en este texto, entre otros motivos, una enumerada reseña de la literatura de la región y, en particular, la historia del Círculo Literario Carlos Mondaca, del “El Ateneo” y de “Los Desencantados”. La autora despliega, tanto en el prólogo como en el epílogo, optimismo desbordante, cargado de actividades, donde lo literario, lo local y lo político, a partir del Plan Serena, habían llevado a ésta aun constructo de crecimiento armonioso, que llegó a decir al presidente de entonces e hijo de la ciudad, Gabriel González Videla, que la ciudad podría ser otra París. Lo que no se imaginó Luisa Kneer, que varios de sus amigos —y, entre ellos, Jorge Peña Hen—, serían asesinados; que su casa sería quemada, y que ella misma terminaría, sólo un poco después, muerta.

Sin embargo, su lista explicativa de la literatura de la región y, especialmente, de La Serena, tanto como las antologías anteriores, aquí vistas, rescata nombres, que desde los orígenes han mantenido buena luminiscencia, a pesar de la poca consideración a sus autores, y para afirmar esto me basta a Gabriela Mistral. Queda claro, que algunos de los que acompañan a Gabriela en la cúspide, se ganaron ese sitial fuera del país. Veamos, el Canon regional de Luisa Kneer: “José Gaspar Marín del Solar (1772—1839), Mercedes Marín del Solar (1804—1866), Adolfo Valderrama (1834), Manuel Concha (1835—1891), Benjamín Vicuña Solar (1837), José Domingo Cortés (1839), Pablo Garriga y Argandoña (1855), Policarpo Munizaga Varela (1860), Narciso Tondreau (1861), Julio Vicuña Cifuentes (1965), Augusto Winter (1868), Enrique Molina Garmendia (1871), Allan Samadhy (1876), Federico González (1877), Manuel Magallanes Moure (1878), Alamiro Miranda Aguirre (1880—1969), Carlos Roberto Mondaca Cortés (1881—1928), David Rojas González (1943), Carlos Soto Ayala (1886—1855), Alejandro Álvarez Jofré (1888—1960), Julio Munizaga Ossandón (1888), Gabriela Mistral (1889—1957), Armando Rojas Molina (1889), Nicolasa Montt (1894), Néstor Rojas Villalobos, Emilio F. Olivier, Juvenal Díaz Araya, Juvenal Calderón, Heraclio Gómez Olguín, Manuel Ignacio Munizaga, Victoria Barrios (1906), Oscar Lanas, Homero Bascuñán, Osvaldo Ángel Ramírez, Bernardo Ossandón, Federico Tomás González, Felipe Aceituno, Edmundo Jorquera González, Carlos Munizaga, María Isabel Peralta (1904—1925), Roberto Munizaga Aguirre (1905), Ricardo A. Latcham (1919—1965), María Elena Samatán Madariaga (1901—1981), Graciela IllanesAdaros, Marta Elba Miranda, Víctor Domingo Silva (1882—1960), David Perry (1886), Fernando Binvignat Marín (1903—1977), Braulio Arenas (1914—1988), David Valjalo (1924), Benjamín Morgado (1009—2000), María Cristina Menares (1914—2012), Stella Díaz Varín (1929—2006), Odette Álvarez Musset (1960), Carmen Rojas(Carmenza), Margarita Carrasco Barrios, Italia Marescotti, Lucía Pena Giudice y Ricardo Peralta P.(1907). Obviamente, no incluyó a los poetas de su institución, como Lidia Urrutia, Sylvia Villaflor, Jorge Iribarren Charlín, Francisco Cornely, Elba Carmona, Gustavo Rivera Flores, Rebeca Navarro, Ambrosio Ibarra, Héctor Carreño, Fresia Benquis, María Sfeir, entre otros.

También, resulta importante su participación en la construcción de la “Plaza de los Poetas”. Son centenares los héroes de las guerras, hijos de la ciudad; especialmente, de las insurgencias civiles y contando el legendario “Bombardeo y El Sitio de La Serena”, pero que, sin embargo, ni las calles llevan sus nombres; por ello, resulta sorprendente y atinado el homenaje público a sus poetas. Dice, Luisa Kneer: “El sol serenense calmo de llamaradas, desciende majestuosotras las nubes ensangrentadas sobre la cabeza de los poetas que ya adornan nuestra plaza. Allí Gabriela Mistral, Carlos Mondaca, Manuel Magallanes Moure, María Isabel Peralta y varios otros, y cerrando un ciclo, nuestro egregio poeta Fernando Binvignat Marín, son como chispas o luceros que de día se abren a la luz temblorosa de cada instante, y que por las noches parecen descender del cielo”.

Después del golpe militar de Pinochet y cerca del ‘80, empieza un cambio, tanto en lo político como en lo literario, y de eso doy cuenta en los prólogos de la “Antología de la Poesía del Valle de Elqui”[7] y de “El Burro del Diablo, Arqueo de la poesía contemporánea de la Región de Coquimbo”[8].

En el prólogo de la “Antología de Poesía, Antología del Siglo XX, literatura de Ecuador”[9], Iván Carvajal y Raúl Pacheco, dicen que la conformación de los Estados Nacionales —y a pesar de su artificialidad—, imponen condiciones que inciden en las distintas literaturas, y que así se articula un carácter nacional. Esta artificialidad, obviamente incide en las entidades locales de Chile. De allí que han vuelto con más fuerza los conflictos locales no resueltos por el Estado centralista, en los distintos ámbitos, que buscan soluciones desde el mundo local. Estas políticas provocan marginaciones e invisibilidad; por ello, estas afortunadas antologías, han sido exitosas luminarias del ser local y del “temperamento del pueblo”[10],y no sólo son memorias de la región nortina, sino que son una propuesta de inserción directa, urbi et orbi; hecho que no es bueno tampoco para el Estado Nacional, pero que a la larga lo puede salvar. Estas antologías, desarrolladas desde los sitios, no sólo son estas memorias contra el olvido y frutos identitariosy rompientes del cerco centralista, sino también, son propuesta, razón y dignidad que se hace literatura también hispanoamericana en el Norte. 

 

 

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NOTAS

 

[1]Figueroa, Pedro Pablo; Antología chilena, prosistas y poetas contemporáneos, Imprenta La Ilustración; Santiago, 1908.

[2]Ayala Soto, L. Carlos; Literatura Coquimbana; Estudios Biográficos y Críticos sobre los literatos que ha producido la Provincia de Coquimbo; Imprenta Francia; Santiago, 1908.

[3]Molina, Julio y Araya, Juan Agustín; Selva Lírica, Estudios sobre los poetas chilenos; Imprenta y Lit. Universo, Santiago, 1917.

[4]Figueroa, Pedro Pablo; Diccionario Biográfico de Chile, Tomo I, págs. 66 y 67; Imprenta  y encuadernación Barcelona; Santiago, 1897.

[5]Bahamonde, Mario; Gabriela Mistral: Años de forja y valentía, Editorial Nascimento, Santiago, 1980.

[6]Kneer, Luisa; Reseña histórica de 168 años en las letras de la IV región, Historia del Círculo Carlos Mondaca C.; Imprenta Soc. Editorial del Norte, La Serena, cca., 1979.

[7]Volantines, Arturo; Antología de la poesía del valle de Elqui, Tomo I; Ediciones Universitarias, Universidad Católica del Norte, Coquimbo, 2002.

[8]Volantines, Arturo; El Burro del Diablo, Arqueo de la poesía contemporánea de la Región de Coquimbo, Ediciones universitarias, Universidad católica del Norte; Coquimbo, 2008.

[9]Carvajal, Iván y Pacheco,Raúl; Antología de Poesía, literatura de Ecuador; Editorial Santillana; España, Madrid, 2009.

[10]Paz, Octavio y otros; Poesía en movimiento; Editorial Siglo XX; México, 1988.



 

 

 

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Poesía de La Serena.
Desde el Parnaso Coquimbano al Burro del Diablo.
Prólogo.
Por Arturo Volantines