“Por aquí no se entra, sino Por aquí se pasa”
MADRIGUERA DE PALOMAS
Poesía contemporánea de La Serena
Prólogo
II
Por Arturo Volantines
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En los ‘80, cuando el sol del norte nadaba todavía en mi cabeza, desde Punta de Teatinos, vi por primera vez a La Serena —y tal como les sucedió a Jotabeche y a Pedro León Gallo—: un sombrero de nubes espesas le cubría el cielo. Hace siglos que es así: “La mañana de Teatinos/ se ha perdido entre rocas,/ cada roca es un altar/ donde el cielo se deshoja.// Sobre el pecho de la playa/ blanco de sol y de olvido,/ el mar va abriendo sus olas,/ cada ola un abanico.”[1]. Esto vuélvela una ciudad fresca, con menos de 20 grados; pero, también, asmática, para los que la viven entre sus campanas mañaneras. Creo, además, que esto es fundamental, para hacerse propicia a lo hogareño, lo pasivo de sus crepúsculos y para la actividad intelectual, que a pesar del esfuerzo —mal llevado— no ha logrado salirse del turismo estacional.
Más cerca del lado norte de la bahía, es una ciudad que tiene un sentido colonial. Hoy, con casi 200.000 habitantes, tiene atractivos propios, favorecida por estar a pasos del mar. Además, por su rico entorno, ya que hace conurbanización con el puerto de Coquimbo, y su cercanía con el Valle de Elqui, con las bellezas naturales de la comuna de La Higuera, que la rodea por el norte: con el cielo más limpio del mundo y por islotes habitados por fauna autóctona. Además, La Serena, es la capital de las papayas y de las lúcumas, del pisco sour, de las tradiciones y campanas.
Villanueva de La Serena fue fundada por Juan Bohón con 30 hombres en 1544 (cca.)[2], convirtiéndose en la segunda ciudad de Chile. En 1548 (cca.)[3], un levantamiento indígena la quema; la refunda Francisco de Aguirre en 1549 (San Bartolomé de La Serena). El rey Carlos V de España le confiere, el 4 de mayo de 1552, el título de ciudad y la provee de un escudo de armas. Francisco de Aguirre, después de tomar Tucumán y fundar Santiago del Estero, muere en su ciudad refundada, y se da comienzo a La Colonia, tan bien descrita por Manuel Concha.
El arte había empezado mucho antes. El pueblo indígena de Coquimbo (mal llamado Diaguita) había desarrollado una escritura visual maravillosa (y no ese infundio llamado kakán), y que hoy podemos ver en los museos y en las imitaciones, donde las grecas de símbolos antropomorfos, concéntricos, escalonados y estelares, nos dicen tantas cosas de ese mundo, que también es nuestro mundo; pero, que aún no entendemos suficientemente, aunque sí lo presumamos, y que era legado tangible que desarrollaban nuestros ancestros cuando llegaron los invasores con la cruz y la espada. Esta escritura, en el barro tutelar, recopilado notablemente por Francisco Leopoldo Cornely[4], es referente a sus vidas, a su forma de relacionarse y a su sentido respecto al cosmos. Este arte contiene lo que contiene todo arte: una belleza en sí, fulgurante y trascendente. El ex rector de la Universidad de Viena, Dr. O.F.A. Menghin, dice: “Entre las riquezas arqueólogas de Chile sobresale un grupo especial: es la llamada cultura diaguita-chilena que, en nuestra opinión, debería denominarse como cultura de Coquimbo, pues además de que su centro se halla en esa provincia, debemos considerar que su parentesco más cercano con las culturas diaguitas argentinas es muy discutible. El rendimiento más vistoso de la cultura Coquimbo es su alfarería, cuyas decoraciones, en rojo, negro y blancos, pertenecen a las más bellas y exquisitas que los indios suramericanos hayan creado en este campo de su actividad cultural”[5].
Este útero y enigma me es fundamental para reconocerme en la “patria chica que sirve y aúpa a la grande…”[6], al decir de Gabriela Mitral y que, luego, ella misma en su “Lecturas para Mujeres” publica un magnífico texto del argentino, Arturo Capdevila, donde éste dice: “Crear una patria vale por encender un nuevo hogar para bien de la humanidad. Nadie se disgusta ni duda de la humana solidaridad cuando la ciudad gana una casa. Nadie debe dudar tampoco del amor solidario cuando el mundo gana una patria. Y recíprocamente, así como nada infunde más pena en la ciudad que la casa derruida, nada duele tanto en la Tierra como la patria acabada”[7].
En 1600, La Serena tenía 200 habitantes. Sus indígenas habían sido exterminados; tuvieron que traer desde el sur, desde el norte y desde Argentina para las faenas mineras. A finales de este siglo, los piratas Sharp y Davis asaltaron y quemaron la ciudad. En 1713, Amadeo Frezier (1682—1773) publicó un primer plano de la ciudad. Empieza a surgir el interés metalero, y se comienza a importar cobre labrado y en bruto. A mediados del siglo XVIII, La Serena tiene casi 2.000 habitantes. El gobernador de Chile, don Ambrosio O´Higgins, visita la ciudad e impulsa la construcción de La Recova: símbolo del quehacer comercial y cultural de La Serena.
Cuando se inicia la república, aparece el primer intelectual serenense, llegando éste a ser el secretario del primer cabildo: José Gaspar Marín. Con el furor de la minería arriban nobles y adelantados extranjeros: Ignacio Domeyko, Charles Lambert, entre otros. Se concentra la actividad intelectual en los diarios, “siendo uno de los más prolíferos del país”[8]. Se publica “El Minero” en 1828 y su redactor fue el francés, Hipólito Velmonti; “La Serena” (1849); “El Porvenir”, “El Correo de La Serena”, “El Diario de Avisos”; “El Coquimbo”, “La Razón” (1858), “El Eco Literario del Norte”; “El Cosmopolita”, diario de la Revolución Constituyente, que dirigiera el oficial revolucionario Manuel Concha; “El Democrático”, “El Tiempo”, “El Norte”, “La Reforma”, “La Juventud”, “El progreso”, “El tribuno”, “La revista serenense”, “Ecos literarios del norte”, “El Liberal”, “El pueblo”, y el memorable diario de 1851 y de El Sitio de La Serena, que dirigió magistralmente “El Diablo Político”, Juan Nicolás Álvarez: “El Periodiquito de la ciudad”.
Los diarios fueron fundamentales para el potente desarrollo de la actividad literaria en la región, ya que en éstos se publicaba profusamente creaciones literarias. Aquí, hemos podido conocer las obras de muchos autores esenciales, pero casi desconocidos, como el caso de Jerónimo Godoy Villanueva, Pablo Garriga, Adolfo Valderrama, Narciso Tondreau, Francisco Antonio Machuca, Valentín Magallanes, Francisco Sainz de la Peña, Benjamín Vicuña Solar, Hortensia Bustamante, nieta del organizador de los “Cazadores de Coquimbo” e “Infantes de la patria”, entre otros, y ese texto memorable de Policarpo Munizaga, después de la batalla de Cerro Grande: “La ciudad de los huertos y jardines,/ De los castos amores/ Medio envuelta en su velo de vapores/ Qué triste y sola está./ Y cuan mudada/ De lo que ayer se viera/ Cuando halagaba sus oídos tanto,/ De los hijos del norte el son de guerra/ Sobre su frente mustia, solitaria/ Tendió sus alas negras./ La noche funeraria,/ Y todo es luto,/ sombras y quebrantos./ Y donde ayer se oyera/ El eco de los libres poderosos/ Ahora sólo impera/ Del agorero búho el son medroso”[9].
Recordemos el magnífico diario que fundaran en Vicuña, Elías Marconi, Francisco Antonio Machuca, Policarpo Munizaga, Carlos Luis Ansieta y otros, llamado: “El Elquino”, y cuando pasó a llamarse “La Voz del Elqui”, le abriría el paso a Gabriela Mistral, donde aparecen sus primeros artículos. Sin estos diarios, seguramente, no se hubiese generado el más selecto ramillete de poetas en Chile, denominados: “Generación Naturista (Cedomil Goic), o Mundonovista (Naín Nómez), o 1897—1912 (Maximino Fernández Fraile)”.
A partir de la mitad del siglo XIX, además de los diarios, surge también una conciencia regionalista. Se funda el partido radical y surgen revolucionarios tras la nueva fraternidad. Bilbao y Arcos fundan la “Sociedad de la Igualdad”. Pedro Pablo Muñoz, Vicente Zorrilla, Balbino Comella Pablo Argandoña, Santos Cavada, Nicolás Munizaga, Benancio Barrasa, Antonio Alfonso y muchos otros fundan en La Serena, la “Sociedad Patriótica” y, luego, la “Sociedad de Artesanos”. Con José Miguel Carrera Fontecilla a la cabeza, forman un ejército revolucionario y luchan el 1851 contra el despotismo y centralismo de Manuel Montt. Se atrincheran en el corazón de La Serena. Son bombardeados por la armada chilena, por la armada inglesa, por el ejército centralista y por tropas mercenarias de argentinos contratados por Jotabeche; sin embargo, no pudieron ser derrotados, y sólo después de tres meses de lucha y cuando la ciudad estaba destruida, se marcharon a incorporarse a las tropas revolucionarias de Bernardino Barahona en Copiapó.
Poco después, Pedro León Gallo encabeza las tropas de Atacama y Coquimbo, y en la legendaria Batalla de Los Loros derrotan al ejército centralista. Ahí, van muchos de los destacados de entonces; allí van los oficiales poetas: Manuel Concha, Ramón Arancibia, Valentín Magallanes, Ángel Custodio Gallo, Hilarión Marconi, Manuel Antonio Matta, Guillermo Matta, Sebastián Gangalla, Román Fritis, Alejandro Villegas Julio, y la intelectualidad más lúcida de la época.
Creo que estas guerras civiles, que partieron en “Chañarcillo”, también fueron fundamentales para formar el carácter del Norte.
En 1879, la ciudad de La Serena se despuebla para formar el Segundo de Línea, el Batallón Coquimbo y el Regimiento Atacama en la Guerra del ‘79, donde —independiente de un cuestionamiento— la mayoría de las familias de La Serena tuvieron pérdidas irreparables y heroicas. Y no faltando más, en 1891, su sentido liberal los regresó al campo de batalla, y volvieron a derrotar al ejército central.
Esta solidez intelectual y militar, hace también de La Serena una ciudad de “tradiciones”; pero no de prácticas como se suele entender a menudo en el sentido conservador, sino del espíritu revolucionario, que fue fundamental para ganar, por ejemplo, la Batalla de Maipú y lograr la Independencia de Chile. También, esta tradición se confunde en esta “ciudad de bronce”, ya que el clero local ha estado reiteradamente involucrado en estos hechos, pero desde el lado del progresismo y junto al pueblo más modesto. O sea, la ciudad de La Serena cuenta con muchísimas tradiciones, como ésa que escuché, el otro día, en el Campo de la Alianza, en el Alto de Tacna, cuando el guardia de ese museo me contaba que, en las tardes, aún se escucha el “perro del Coquimbo”, que después de más de 130 años todavía aparece buscando a su amo muerto en el campo de batalla. Y para qué decir de las gestas increíbles de valentía, lealtad y amor por el terruño de tal vez el mejor hijo de la historia de La Serena: Pedro Pablo Muñoz Godoy.
Desde este esplendor, se inicia el siglo XX en la ciudad de La Serena. Desde el peso de esta tradición floreció literariamente con Julio Vicuña Cifuentes, Manuel Magallanes Moure, Carlos Mondaca, David Perry (Ovalle), Víctor Domingo Silva, María Isabel Peralta y varios más. Resulta explicativa y poderosa la situación, cuando Gabriela Mistral ganó los “Juegos Florales” (Santiago, 1914). Disputó el premio con un poeta coterráneo, Julio Munizaga Ossandón; decidió el premio, Manuel Magallanes Moure; el garante del premio y quien hizo la lectura del mismo, Víctor Domingo Silva. O sea, los cuatro poetas eran locales; eso no ha vuelto pasar ni está presentido que pase. Obviamente, éste culmina con el Premio Nobel a Gabriela Mistral y varios Premios Nacionales.
En los años ‘40 del siglo XX, empieza la música a disputarle el Parnaso a la literatura. Se crea la “Sociedad Musical Juan Sebastián Bach” (1944), y muchos de los fundadores se repiten el plato en la constitución del “Círculo Literario Carlos Mondaca”, cuyo primer presidente sería el Premio Nacional de Literatura, Alfonso Calderón Squadritto. La actividades de esta agrupación fueron masivas, encabezadas por la poeta Luisa Kneer, y entre los muchos logros estuvo la creación la “Plaza de los Poetas”, y una lectura con la presencia del Presidente de la República de entonces, Gabriel González Videla. Pero, poco a poco, ésta fue cargándose hacia la vida social, descuidando la creación y finalmente terminaron implicados con el Régimen militar. Esto disminuyó su influencia, y fueron apareciendo agrupaciones literarias relacionadas con los derechos humanos y claros opositores a la dictadura de Pinochet.
De todas maneras, en esa época se publicó algunas antologías institucionales y se hizo un par de congresos. En torno al Círculo Carlos Mondaca corretean algunos poetas emblemáticos como Roberto Flores, Sylvia Villaflor, Benjamín Morgado, Odette Álvarez Musset (Ovalle), María Cristina Menares, Stella Díaz Varín, Jorge Eduardo Zambra y Fernando Binvignat. Éste último fue postulado al Premio Nacional de Literatura con mucho énfasis; sin embargo, no lo logró, y este intento y otros como el de Sabella no dieron resultado.
Binvignat era reconocido como el poeta del norte, y dejó una impronta de confitería apapayada de poesía por La Serena y sus calles, declarándola: “madrigal de palomas”, “ciudad de bronce”, “pueblo de Dios”, “villa de regazo armonioso”, “dulce patria del clavel”, “comarca de campanarios”, “mansión de la primavera”, “residencia de los nardos”, “solar floreciente”, etc. Y, nadie como él, hizo de La Serena su leitmotiv. “Aquí he vivido apenas esta vida de infancia./ No tengo voz de hierro para gritar mi anhelo./ Maduraron mis rosas y no dieron fragancia./ Mis campanas volaron perdidas en el cielo.// Pueblo mío, mi vida te pertenece entera/ como el agua en el pozo de nuestras casas pobres./ Tiene tu atardecer algo de sus ojeras./ El sol vuelve a fundirse con tus minas de cobre.// El mar que a tu costado se aprieta, es noble mar/ que los corsarios bárbaros fecundaron de gloria./ Pueblo mío: ya nunca lo podrás escuchar:/ como los hombres tienes, sin querer, una historia.// Te quiero como a nadie, con un amor más fuerte/ que el de la tierra, más silencioso que el de un niño,/ te quiero como a nadie nunca podrá quererte/, ni el corazón de Dios que me dio este cariño”[10].
Después de 1973, quedaron destruidas las agrupaciones literarias de la región, con diáspora y miedo, con muchos poetas presos y algunos muertos. Cerca del ‘80 se empiezan a reconstruir las instituciones de la cultura a pesar de la prohibición de reunirse. Nace el Instituto Fernando Binvignat y la filial SECH de la región. Más adelante, nacen los “Encuentros de la Cultura” y, para capear la censura, aparecen las reuniones en el sector populoso de Las Compañías y en la recién fundada, Universidad de La Serena. Además, surgen las revistas literarias: “Lapislázuli”, “Poetas de Guayacán”, “La Añañuca”, etc. Con la derrota de la dictadura rebrotan las asambleas públicas y los libros. Hoy en día, su producción libresca es la más alta de su historia. Se termina el siglo XX con el imperio de la globalidad y el desarme de los Géneros y de las Generaciones.
A comienzo del siglo XXI, con la partida democrática y de las leyes reparadoras de la cultura, surge una nueva institucionalidad del Estado (CNCA) en el contexto regional y nacional. Empieza a regresar la diáspora y, con los nuevos cuentos, también surge el deseo de desligarse del centralismo anti democrático y asfixiante, exacerbado por la dictadura. Al amparo de las nuevas autoridades locales, elegidas democráticamente, germinan los Departamentos de Cultura y, con ellos, las organizaciones de vecinos y artistas. En La Serena, se amojonan varios talleres y agrupaciones literarias, coincidiendo con la decadencia de las instituciones literarias nacionales, que agrupaban a artistas y escritores.
Huérfanos de institución representativa, una cincuentena de escritores y cultores de otras artes, formamos la “Sociedad de Acción y Creaciones Literarias de la Región de Coquimbo”, y para que no quedara duda de nuestro propósito optamos por un logo correspondiente a la greca diaguita: una pareja cósmica y local. Se abordan acciones de arte en colegios, liceos, universidades y sectores poblacionales. Empezamos a publicar libros; se crea el “Premio Lagar”, y en su primera versión participaron 800 obras inéditas del país; se realizan viajes de lecturas a otras regiones y también a ciudades de Perú, Bolivia, Argentina, Francia y México. Recientemente la SALC estuvo a cargo del stand de Coquimbo en la FILSA 2012, resultando una experiencia exitosa, por la demanda bibliográfica de intercambio con el país y el extranjero, y con otras instituciones culturales relacionadas, lográndose acuerdos que serán poco a poco implementados. Antes que terminara el 2012, una delegación de la SALC —y como parte de la delegación oficial chilena y propiciada por CNCA de la región y del CORE—, asistimos a la Feria Internacional del libro de Guadalajara (FIL), México, donde participamos en la propuesta de inserción internacional de la literatura de Coquimbo, y que, considerando los acuerdos, nos abre tremendas posibilidades de intercambios y publicaciones, bajo el influjo portentoso de Gabriela Mistral; porque creemos que la identidad cultural de La Serena (y del norte) es estratégico.
Lo identitario es un propósito central de SALC, por lo que “debemos revisar la forma en que, como nación en el mundo globalizado, somos capaces de tener una identidad propia, fuerte, que nos haga distintos al resto del mundo y también sea reconocida por nuestra propia población”. Es nuestro desafío mayor, no hay dudas, es capital. “La cultura global no existe. Lo que existen son culturas específicas que se globalizan, que adquieren hegemonía en el mundo, como ha ocurrido desde la época griega y romana; una cultura que tiene una localización concreta que se expande en el mundo, que empieza a ser hegemónica, difunde su idioma, su modo de vestir, y su alimentación. Es una cultura particular la que se globaliza y de la que se apropian los distintos países”[11]. Esto es fundamental si queremos sobrevivir y ser fuertes: un mundo local dentro del mundo, sino seremos, en el mejor de los casos, como los nombres autóctonos que aún se musitan al interior del valle, y que sólo son topónimos y sombras de lo que fuimos.
Por lo anterior, resulta gravitante la “voz de la tribu”, a pesar de esa sombra, de los adobones derruidos de la memoria serenense y de los mediocres gobiernos locales; ya que “el poeta consagra siempre una experiencia histórica, que puede ser personal, social, o ambas cosas a un tiempo”[12]. Y, a pesar de los más de 400 años de La Serena, no se había publicado una obra que reuniera autores en el ámbito de la poesía. Sólo se habían publicado pequeñas muestras; textos institucionales y de agrupación de amigos de bar o de alumna aventajada reuniendo a sus poetas maestros; pero nada más allá de las narices. Es una falta mayor, ya que: “Las palabras del poeta, justamente, por ser palabras, son suyas y ajenas. Por una parte, son históricas: pertenecen a un pueblo y a un momento del habla de ese pueblo: son algo fechable. Por otra, son anteriores a toda fecha: son un comienzo absoluto. Sin el conjunto de circunstancias que llamamos Grecia no existirían La Iliada ni la Odisea; pero sin esos poemas tampoco habría existido realidad histórica que fue Grecia. El poema es un tejido de palabras perfectamente fechables y un acto anterior a todas fechas: el acto original con el que principia toda historia social o individual; expresión de una sociedad y, simultáneamente, fundamento de esa sociedad, condición de su existencia”[13].
Ahora, a partir de que SALC es la institución más gestora y aglutinante de los cultores de la poesía en la ciudad, ponemos a disposición del público una propuesta antológica parcial de poetas vivos de La Serena y entusiastas, en el marco de un proyecto del fondo del Gobierno Regional de Coquimbo, en esta hora suma, en que el individualismo exacerbado ha subido a los altares de la república y las “pequeñas patrias” están copadas por el malestar y por las superestructuras sociales e, incluso, manipuladas por cierta intelectualidad oficialista que mama al cobijo del centralismo.
Esta antología de La Serena reúne a poetas vivos de todas las generaciones, mayoritariamente socios de SALC y a otros pocos relacionados con la institución: es un manoteo, intento de “una” muestra de la poesía que se produce en La Serena, al amparo de la humedad, de las campanas y del pisco sour, buscando que sea representativo; a pesar que, obviamente, no están todas las voces y a pesar de esa otra tradición: distractora, encorsetada y meada a gato. Pero, más que voces, hemos procurado que estén los poetas que militan activamente en la poesía.
Es cierto, que hoy la actividad es abundante, descuantificada y folclorizada; también farandulera y de poetas supuestos: algunos se han autopagado ediciones caras en editoriales sureñas o mapochinas —buenas éstas para llevar el amén a los zopilotes—; y, aún más paradojal, hay una pequeña tradición de verseros opinantes, que suelen flanear por calles e instituciones culturales con semblantes graves y doctos.
Esta muestra puede ser evangélica y estítica, sin embargo, es una propuesta, desde el terruño, porque “cuando los hombres se reúnen y hacen una patria, realizan un acto de amor, porque la patria presupone una creación, y toda creación es un acto amoroso. Fijar una frontera no significa: Por aquí no se entra, sino Por aquí se pasa”[14].
No hemos incluido algunos poetas que respetamos, como el caso de Walter Hoefler, Teresa Calderón, Cristian Vila, Álvaro Ruiz, ni tampoco a los recientemente muertos, que aquí homenajeamos, sino a los más invisibles de los vivos; porque, los antes nombrados, los tenemos considerados en la próxima aventura, llamada: “Paso del Norte”. Y, por último, si no podemos salvar la madriguera, queremos salvar el fuego, ya que: “Lo que nos cuenta Homero no es un pasado fechable y, en rigor, ni siquiera es pasado: es una categoría temporal que flota, por decirlo así, sobre el tiempo, con avidez siempre de presente”[15].
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Notas
[1] Binvignat, Fernando; Ciudad de Bronce; Imprenta Universitaria, Santiago, 1930.
[2] Concha, Manuel; Crónica de La Serena, Ediciones SALC, La Serena, 2011.
[3] Moraga Acevedo; Fernando; Juan Bohón, Fundador de La Serena; Ediciones SALC, La Serena, 2012.
[4] Cornely; Francisco L.; El arte decorativo preincaico de los indios de Coquimbo y Atacama (Diaguitas chilenos); Edición de la Universidad de La Serena, 2ª edición, La Serena, 2005.
[5] Cornely; Francisco L.; El arte decorativo preincaico de los indios de Coquimbo y Atacama (Diaguitas chilenos), p.: 9; Edición de la Universidad de La Serena, 2ª edición, La Serena, 2005.
[6] Mistral, Gabriela; Breve descripción de Chile; Anales de la Universidad de Chile, Santiago, 1934.
[7] Mistral, Gabriela; Lecturas para Mujeres, p.: 95; Secretaría de educación departamento editorial, México, 1923.
[8] Prensa Regional: http://www.memoriachilena.cl//temas/index.asp?id_ut=losmediosdeprensaregional.
[9] Rescate y transcripción del texto: Osven Olivares Castro. Tomado del diario El Coquimbo, del día jueves 1 de abril de 1886.
[10] Binvignat, Fernando; Ciudad de Bronce, De: Pueblo mío, ps.: 12, 13; Imprenta Universitaria, Santiago, 1930.
[11] Weinstein, José y otros; Cultura oportunidad de desarrollo; Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, págs.: 64, 65; Maval Ltda., Santiago, 2011.
[12] Paz, Octavio; El arco y la lira, p.:191; Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
[13] Paz, Octavio; El arco y la lira, ps.:185, 186; Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
[14] Mistral, Gabriela; Lecturas para Mujeres, p.: 95; Secretaría de educación departamento editorial, México, 1923.
[15] Paz, Octavio; El arco y la lira, p.:186; Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
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