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GRANDES CRONISTAS DEL PATRIMONIO CHILENO
En el Centenario de mi vecino, Gustavo Rivera Flores

Por Arturo Volantines




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Cerca del ‘80 fui a casa de Gustavo Rivera Flores a dejarle una encomienda de libros que le traje desde Antofagasta. Él vivía al final de la primera cuadra de Vicente Zorrilla, detrás de La Recova. Conversamos largamente de literatura nortina, de los amigos comunes y de los próceres del Norte. Luego, yo sería su vecino.

Nació en La Serena en 1914; o sea, hace 100 años. Su madre era una destacadísima matrona que trajo a muchos ilustres serenenses; atendía en la calle Brasil esquina Infante. Don Gustavo murió el 1° de abril del 2003, la misma fecha del aniversario del Diario El Día, donde trabajó casi toda su vida.

La Serena fue su devoción. Nació, se desarrolló y murió en su Patria Chica. Sólo se ausentó para ir a estudiar a Concepción, después de haber egresado del Liceo Gregorio Cordovez. El bibliotecario, don Julio Díaz Guerrero y el profesor, don Miguel De Borjas, lo devocionaron en la lectura, especialmente por los clásicos españoles. De los libros, no salió nunca más. Él era casi como un libro.

Trabajó en el “Chileno”, que dirigió don Manuel Silva, comentando libros. Don Eduardo Sepúlveda, director del Diario El Día en esa época, le permitió escribir en forma permanente. Pronto, su amigo Antonio Puga Rodríguez lo instó a seguir. Allí empezó a escribir las columnas “La Serena de Antaño”, “La Historia de las Calles Serenenses” y su más legendaria columna, “Desde mi Buhardilla”.

Fue fundador del círculo Carlos Mondaca. Vio la grandeza de este grupo, ya que entonces estaban Alfonso Calderón, Luisa Kneer, Ana Álvarez, Silvia Villaflor, etc. Fue promotor, amigo y entusiasta colaborador de los escritores grandes del Norte, incluidos Gabriela Mistral, Pablo de Rokha y Manuel Rojas.

Muchas veces le pregunté por su libro, que era necesario publicar a lo menos uno y que es el que siempre cuesta más, ya que después se vuelve un vicio impune. No publicó ninguno. Sin embargo, dejó una enorme obra escritural, donde reúne obras de sus contemporáneos, pasa revista a casi todo el siglo XX de su ciudad y fundamentalmente ahonda en el ethos local, sólo igualado al Diablo Político, a Manuel Concha y a Fernando Moraga. Además, cabe señalar que este cuarteto es uno de los más significativos en el área de nuestro país.

Era un cronista de cuidado lenguaje al estilo de Alone. Procuraba ser sencillo y pulcro, sin recodos ni profundidades falsas; no amaneraba el lenguaje; su estilo era limpio, donde lo que contaba, contaba.

No era el significado su propósito, sino el significante. A 100 años de su nacimiento sigue pendiente el trabajo de recopilar, analizar, contextualizar y publicar su obra. Es probable que esto no suceda ni tenga que suceder. Pero así como una balsa suele hundirse en un río, poco después vuelve a emerger.

Seguramente, no será necesario esperar cien años más, para que La Serena recupere este patrimonio intangible, que dio más luces todavía a lo que su amigo Gabriel González Videla dijo —el cual le dedicó algunas páginas en sus Memorias— “que La Serena sea París de Latinoamérica”.



 



 

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