Quirquinchos & lagartáceas bailando
en la enramada de septiembre: alumbrados
con nata del ½ litro de leche
y abriendo empanada del infinito
cuando asaltó la fae(nación) del ‘73
y sus voladores bichos comecarnes.
Engulleron, entre zarpazos y estruendos,
cuando el rostro amado del plato por fin iluminado
era bañado en sancocho sangrante. Entre sus fauces
carnearon al proyecto: sueños recocidos
de las tormentas del siglo XX.
Degollaron; nos secuestraron en ti,
y desplumaron nuestra Rama Dorada
hasta el tuétano del cactáceo que cantaba.
Se devoraron esos Ararakus: sol que nadaba
sin cuenta mensual en el cielo de Tierráurea:
Ni sobrevivió tu girasol que volaba la primavera,
ni tu orfebre que dormía en oreja de la momia,
ni tu naranjo que entraba por ventana del hogar.
La Llorona era la luz que aullaba desde los cercos.
Lo que no pudieron faenar fue
nuestra ánima promesera; tu ánima,
Pedro Acevedo; porque guardamos
el ánima más allá del hueso y su pena.
La abrigamos en vísceras: en caverna
marsupial de la clandestinidad; a veces
debajo del somier de hijos amados; y
otras, en huerto del patrón descuidado;
otras, en el estómago y en la diarrea,
y, otras veces, en la fosa municipal
donde solo madrugaban flores Viudas.
Y siempre, siempre en la muralla del cielo,
donde enlagrimados a Dios le preguntábamos
por qué se situaba de parte de los tiranos.
Los Ararakus comecarnes siempre venían,
contaban con nuestra hambre y deseo de ser
feroces: en amar al próximo, escalar
la utopía y alcanzar la fraternidad.
Se llevaron a muchos, en tragones
de trenes símiles de Auschwitz;
orgullosos de sus artefactos eléctricos
y de sus estocadas de rumiantes mandíbulas
comecarnes; de sus cuarteles bañados por sangre
de la fae(nación); rugientes de ínfulas, comecarnes
babosos: engulléndose a los promeseros y el pavor.
Mas nunca llegaron a nuestra ánima,
al ánima que animamos desde antes
de Pedro León Gallo y Recabarren; antes:
cuando nos levantamos por primera vez
así quirquincho candelabro, en dos
patas = a hijos de una nueva creación.
Y ahora mismo, Tierráurea:
tenemos el ánima intacta y está
entremedio del pueblo atacameño,
porque nosotros los menos que nadie
no queremos ser promeseros, pollos
deshuesados de exportación sino todos:
bandadas de girasoles cuando ese pequeño
poeta que es Dios: nos ampare otros universos.
