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DE LOS PREMIOS Y SU ESQUIZOFRENIA
Por
Arturo Volantines
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Me sorprendí cuando Pablo Nicolai, director del CNCA de la región de Coquimbo en 2008, me pidió que organizara un concurso nacional de literatura en homenaje a Gabriela Mistral. Hicimos el Premio Lagar; fue lanzado por la entonces presidenta, Michelle Bachelet; participaron cerca de mil obras inéditas y publicamos un libro denominado: “Anda libre en el surco” con las obras ganadoras. Resultaron vencedores una docena de poetas, encabezados por Leonardo Sanhueza e Iván Carrasco.
Sabía que el Concurso Nacional Gabriela Mistral de Vicuña había sido asesinado, entre otros, porque un profesor jurado le había dado el premio a su alumno encariñado y manipulador. Se ventiló; la empresa pisquera decidió no patrocinar más el concurso.
Con esos antecedentes, nos pusimos a trabajar con SALC y Rocío Alcayaga, entonces estudiante de Derecho y ahora abogada de Bienes Nacionales. Sabíamos que recibiríamos presiones. Así, salimos a buscar jurados incorruptibles. De hecho, más de algún poeta famoso nos llamó aduciendo que el premio era una oportunidad para que le reconociéramos en su labor poética y en los Derechos Humanos.
Aleonamos al jurado. Claro, el jurado actuó muy vigilado por nosotros y los resultados fueron notables. Es cierto que con otro jurado seguramente el resultado hubiera sido algo distinto. Otra veintena de participantes pudo ganar, pero ganaron los que tenían que ganar con ese jurado. Por ejemplo, a mí me gustó mucho el trabajo de Pablo Jofré, que sacó una mención honrosa. Pero, yo ni nadie de la SALC fuimos jurados, a pesar que el CNCA nos insinuó que lo fuéramos.
Seguramente muchos de los perdedores sufrieron, pero tampoco sabe esa veintena que estuvieron muy cerca de ganar. No hemos recibido reclamos a la fecha cuando ya ha pasado una década y nos aprontamos a realizar la segunda versión. El jurado fue parcial; todos los jurados son arbitrarios. Es la ley de los concursos; lo demás es trastorno de la percepción y de malos perdedores.
Igual me llamó la atención que un jurado se cargara tanto para una provincia nortina y otro, llegara con uno de los ganadores a la premiación, desde su lugar de origen. Muy pronto a éste le retiré la amistad, pero no tengo nada concreto para asegurar que su parcialidad fue muy parcial. Las obras están a la vista en el libro publicado y resaltan por sí mismas. En esa misma época, el ganador del Premio Lagar, Leonardo Sanhueza siguió ganando concursos importantes.
He sido jurado y, obviamente, he oficiado muchas veces con pares pocos pares, con la necesaria confidencialidad del debate y con las bases, que muchas veces contravienen el espíritu del concurso. Recientemente, el Premio Manuel Concha en el ámbito de poesía fue ganado por quien lo ganó y, como jurados, quisimos entregar algunas menciones que no significaban ni dinero ni publicaciones, solo el honor. Pero, después de consultas al departamento jurídico de la Ilustre Municipalidad de La Serena —quienes son los sostenedores del concurso—, dijeron que no se podía, porque no estaba en las bases ni tampoco podía dejarse desierto.
No tengo dudas que el ganador es la mejor obra que se presentó. Ganó bien; incluso votamos por ella miembros de instituciones de irreconciliables objetivos. Como he dicho, el jurado es parcial, y al aceptar ser jurado está contenido en no ser entendido; que los perdedores despotriquen, se confundan y quieran confundir o decididamente tengan alucinaciones. Pero, también eso habla de esquizofrenia y de querer ser ganadores de algo que no se merecen y que el síntoma de pérdida los lleve a tener ideas delirantes. Yo les recomiendo que no participen en estos casos; van a seguir sufriendo. La vida siempre da otras oportunidades. No vale la pena cortarse las venas por un concurso.
También, suelen cometer errores quienes nombran al jurado. En este caso, cuando me llamó la encargada le dije que había otros que podían ser, le di nombres, pero insistió que fuera yo. Allí, me vuelvo soberano; yo no tengo amigos ni acepto padres ni padrinos que hablen para que sea complaciente; sólo hablo con mi conciencia. De hecho, hice llegar mis observaciones a las autoridades municipales correspondientes, para que busquen una mejor fórmula de elegir a los jurados. Los que quieran ser, por ejemplo, que se postulen como en el CNCA y, creo, que a pesar que también se cuecen habas, es más confiable.
También, haré llegar una moción para asegurar que los jurados respeten a ultranza la confidencialidad del debate; porque, en este caso, uno de los jurados faltó a su palabra y se fue de lengua. A la luz de la borrachera, seguramente, se distorsionó cuál fue el verdadero debate.
De todas maneras, ganó quien ganó y cuando se publique el libro se verá la calidad de la obra. El problema es que los autores más destacados de la región de Coquimbo no son asiduos a este concurso, por su indudable partidismo, por su corte local y lo exiguo de sus premios. Además, porque en los resultados anteriores aún no aparece una obra verdaderamente notable que amenace pasar de Los Vilos ni menos una nueva Gabriela Mistral. Lloriqueando tampoco saldrá. Hay que ser buen perdedor, y ya. Lo demás es volver a las faldas del papito.
Típico del mal poeta cuando participa en concurso y lo pierde, echarle la culpa al empedrado. El problema siempre es su poesía y, además, eso siempre también va acompañado por un individualismo patético, un narcisismo exacerbado, porque no puede convivir con otros, porque sufre retraimiento social. Confunde su deficiente poesía con injusticia.
Siempre los jurados son parciales, aunque sean unánimes. Participantes y jurados quedan presos de las reglas del concurso. Recuerdo el premio “Casa de las Américas” de Enrique Lihn; antes había perdido con el mismo texto un concurso nacional. Me llama la atención aquéllos que han participado y lo pierden y guardan silencio hidalgo. En este caso, he detectado a varios y les auguro notables logros en el futuro. Para otra vez será. Eso habla de madurez.
Es cierto que en casi todos los concursos que he participado me han dado beneficios. Sin embargo, es entendible el padecimiento cuando se ha perdido, pero no es para volverse loco o injuriar, ya que eso es bajeza y desequilibrio y, sobre todo, habla muy mal del aspirante.
Me acuerdo ahora de uno nacional que no gané, realizado por una fundación. Lo leí en un diario. Había sacado una mención honrosa. Mucho después, buscando cachureos para un currículo, volví a ver la nota y me di cuenta que el jurado había sido presidido por Jorge Teillier. Y lo incorporé con alegría en mi memoria vanidosa. Tal vez, mi consejo es que ese perdedor insista en otro concurso. O, se dedique a otra cosa. Tal vez, lo haga mejor y acumule menos resentimiento. La vida es bella y no todos los que escriben versos son poetas. Lo que puedo decir es que hay oficios mejores, como pastor de gallinas, chofer, artesano, botones o ladrón de banco, en fin.
He sido afortunado en los concursos y tengo claro su relativo valor. Por ejemplo, mis tres libros de poesía han sido ganadores de concursos e incluso, fueron publicados productos de premios. No me he vuelto loco por esto; tampoco he enviado a concursos internacionales. En una de esas.
No me negaré a volver a ser jurado; debo aportar desde, obvia, mi parcialidad y dedicación a la cultura. Seguiré publicando antologías, y anuncio varias para las próximas jornadas Por ello, también seguiré trabajando como gestor cultural y editor. Tengo claro que no soy monedita de oro. Cuando soy parte de un jurado apuesto a la maldolencia de los perdedores. Pero, también apuesto a soñar: algún día tendremos otro poeta universal y, seguro, a la acumulación patrimonial del Norte Infinito.