Durante el Gobierno Militar nació la Feria del Libro de La Serena. Fue
una acción audaz. Partió muy bien de la mano de Adriana Peñafiel, la cual fue
tolerante con la cultura disidente. Luego, tuvo visos de internacional con Raúl
Saldívar cuando, por ejemplo, trajimos a Ernesto Cardenal.
Sin embargo, se oxidó. Se convirtió en una feria de “liquidadora de
libros” y de estruendo de grupos musicales. Estos se llevan el grueso del
presupuesto, que obviamente son recursos públicos.
Para salir de esta trampa: es necesario asumir el cambio revolucionario
y epocal en el ámbito editorial. Además, del reconocimiento que aquí se trata
de un evento literario y no de un music show. Y que, por supuesto, el
organizador tenga la mínima experticia.
Particularmente, para la región, es imperioso considerar su rica
tradición literaria, que posee una Premio Nobel y varios Premios Nacionales.
Además, de contar con desconocidos, pero extraordinarios escritores:
Hortensia Bustamante, Benjamín Vicuña Solar, Nicolasa Montt de Marambio,
Fernando Binvignat, entre muchos otros.
También, debe la autoridad municipal abrirse —aunque parezca
obvio— a la opinión democrática de la comunidad organizada del mundo del
libro. Es de sine qua non fomentar la producción literaria: desde y para la
región.
La Feria del libro de Ñuñoa —recientemente realizada— es un buen
camino. Esta reunió a cerca de cincuenta editoriales emergentes, que están
publicando lo nuevo y lo renovado, en un espacio de sosiego, sin la ruidosa e
inmensa fatuidad del enganche del relleno.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com PARA MEDITAR UNA FERIA DEL LIBRO INCANDE(S)CENTE
Por Arturo Volantines