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SI ES SÓLO PARA LEERLO
Editores & Escritores en la Provincia de Coquimbo
Por
Arturo Volantines
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Resulta casi sorprendente que en la Región de Coquimbo se haya publicado anualmente cien libros en los últimos tres años.
Podemos explicar esto, porque a la vuelta, más bien a la revuelta de la democracia, se llevaron adelante algunas iniciativas provechosas, como son: el Fondo Manuel Concha de la Ilustre Municipalidad de La Serena, la Editorial de Universidad de La Serena, la alianza SALC-SPPMG y, fundamentalmente, las iniciativas editoriales del Gobierno de Coquimbo. Esta última fue una iniciativa que procuramos con Fernando Moraga y Agapito Santander.
Sin embargo, el vuelo estético de estos libros está más cerca del ladrillo y no de las palomas. Por ser gravitante lo que pretende hacer el Gobierno Regional, vemos cómo se chinga la pretensión y los recursos del Estado. Si analizamos los resultados del último concurso del CORE, nos damos cuenta que no ganaron los mejores proyectos presentados, y se viene a demostrar, claramente, que hay una distorsión, e incluso un problema de eticidad: los jurados, que son del CORE de la Región, no tienen la experticia en el tema y la evaluación técnica de los proyectos no siempre se respeta, al decir de la Directora del área. Esto explica por qué muchos de los libros publicados sirven para hacer murallas o para ser ofertados en las ferias “pulgas”. Hay otras explicaciones.
No hay profesionales, en la Región, en el ámbito del diseño de libros; aún se maneja el concepto que el diseño es externo al libro o sólo puerta de entrada, cuando esto, ya hace mucho tiempo, está aclarado: es sustancial; es parte gravitante y, muchas veces, salvadora del libro. El libro más exitoso que hemos publicado, a partir de la copia que me regaló el poeta y anticuario mendocino, Carlos Levy, es: “Viaje a los distritos mineros de Cuyo y del Norte Chileno: 1795 – 1796; relación histórica y de geografía física de Conrado y Cristián Heuland”. Hubo sinergia, entre el rescate de este Informe –que, a pesar de los siglos, sigue fresquísimo y validado– y el trabajo tesonero del historiador Gonzalo Ampuero; además, de la poética de su propuesta estructural y clásica y, fundamentalmente, la propuesta de la portada ampliada a la solapa: acuarela de 1876, de John Marx, donde aparece Copiapó epocal. De todas maneras, si revisamos la producción libresca chilena más reciente, vemos que no es falencia regional, sino nacional. No son suficientes los aciertos de Ocho Libros, Pehuén, y otras editoriales independientes.
Tampoco hay profesionales en el cuidado de las obras, o sea, editores o publisher, ya que siempre falta el pulimiento riguroso buscando que salgan las menos erratas posibles. Es fácil darse cuenta, en Coquimbo, cuando al libro le faltó el editing: ese personaje que no es artista, pero que posee otra forma de escribir: “No opera con palabras, sino con microunidades”. Pareciera que es un oficio nuevo en Coquimbo; sin embargo, las experiencias en Guadalajara y Buenos Aires nos indican que tenemos un mundo en el mundo, y eso no pasa por el centralismo caluriento de Santiago. El editor es fundamental para que este producto local no se destaque por su imperfección, sino por su creciente oferta, ya que el editor también asume la promoción del producto.
Además, existe un problema significativo en que aquéllos que están intruseando en el libro sepan más de su mercado, en las audiencias, en las estrategias centenarias de cautivar al lector. Obviamente, vivimos una crisis de lectores, y, aún más tremendo, de comprensión lectora y del valor objetal del libro. Se ha vuelto paradigmático cuando esa mujer cuarentona y bella se detiene frente a mi librería en su auto de veinte millones; se baja y se acoda y me dice: “Pero cómo, si sólo es para leerlo”. Desde el Estado Regional, tampoco se ha estudiado el tema, ni se escucha a las organizaciones que han hecho proposiciones respecto al mercado, a las necesidades librescas, de ciertas lecturas que abonan mejor a nuestro patrimonio y a la única y verdadera posibilidad de ser desarrollados. No existe un consenso o un común propósito, aunque en estos últimos años, la política cultural desarrollada desde el CNCA de la Región de Coquimbo ha propiciado una mejor relación y vertebración de este sector. Muchos de los cien libros publicados por año han servido como tapia en las casas de los favorecidos por el CORE o, simplemente, son ofertados a menos de “luca” en las ferias de las pulgas.
Jorge Herralde, fundador de la Editorial Anagrama, en su libro “Opiniones Mohicanas” (El Acantilado, 2001, España), hace un repaso al oficio de editor, especialmente en conferencias en distintos lugares, además de hablar de la relación con sus colegas. En el capítulo que da el título al libro, va y viene por el oficio y dice: “En resumen, el papel personal y colectivo de los editores independientes que aquí nos importan, es decir, aquellos editores de vocación inequívocamente cultural, consiste en llevar a cabo una política de resistencia respecto a la creciente banalización y estandarización de tanta producción editorial. Una resistencia no estática, claro está, sino imaginativa y creativa, bajo el lema de [la mejor defensa es un buen ataque] o sea, la anticipación, la creación de una demanda”. Y luego dice: “Recogiendo el lema [Niche is Nice], pienso que el nicho natural de la edición independiente es la excelencia. La excelencia, el rigor, el trabajo bien hecho, con imaginación y tenacidad, combinando las virtudes del esprínter, en el día a día, con las del corredor de fondo en el proyecto editorial”.
Es muy buen ejemplo la huella de Anagrama, porque creo que esta editorial ha unido a autores y no necesariamente a títulos, ha hecho colecciones y no depende sólo de las ventas inmediatas o éxito resonante, sino que ha hecho una caminata más larga, que se ha ido imponiendo desde el mismo Autor- Colección hasta convertirse en editorial legendaria. Esta misma huella me indica que el editor es “híbrido”; no es un mero empresario, ni tampoco artista; incluye a los dos. Aunque Gabriel García Márquez diga: “Todos los editores son ricos y todos los escritores son pobres”. Y el gran editor, Gaston Gallimard, responde: “Es una mujerzuela (el escritor) a la que hay que pagar, sabiendo muy bien que está siempre a punto de entregarse a otro”. Cuando el editor trae el libro a la vida es algo más que una partera, ya que su labor ha perfeccionado la obra.
Estas autoediciones o pequeñas editoriales independientes en la Región son expresión también del deseo de descentralización, de autogestión, de poner énfasis en lo propio y de participar genuinamente en forma integral: Sin mundo propio no hay acceso al mundo. Y esto permite no sólo participar “a favor del patrimonio, sino también contra la banalización y estandarización de la producción editorial latinoamericana”.
Hoy por hoy, cuando en Chile pareciera que la gente se cansó de las tremendas desigualdades, surgen los micropoderes, gente que se junta con la gente para luchar por su mundo local. Esta incipiente producción de libros es también esperanza de asumir y asumirse como protagonista de su historia, ya que el libro, además, “ayuda a romper la soledad: la lectura para el escritor y el lector se funda en la búsqueda del interlocutor”.