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Documento Vivencial De Hace 155 Años
De La Mayor Gesta Del Norte Infinito (Atacama y Coquimbo)

 

 

PARTE OFICIAL DE LA BATALLA DE LA COMPAÑÍA
(Quebrada de Los Loros, La Serena),

Ramón Arancibia[1],
Jefe de Estado Mayor.
Al señor General en jefe de la División Libertadora del Norte, don Pedro León Gallo,
IMPRENTA EL COSMOPOLITA, (Director: Manuel Concha, La Serena),
21 de marzo de 1859

RECOPILACIÓN Y NOTAS: ARTURO VOLANTINES



.. .. .. .. .. .

[Al Señor General:
         Cumpliendo con mi deber paso a dar cuenta a US., de la batalla que el lunes 14 del presente tuvo lugar en el sitio denominado La Compañía.
         Al amanecer partiendo de las Escobas, donde habíamos descansado una hora emprendimos nuestra marcha hacia esta ciudad. El Capitán Montes, con treinta Carabineros montados, presidía a la división que avanzaba en columnas por mitades con la artillería al centro y guardando su flanco izquierdo con dos escuadrones de caballerías. A las seis de la mañana, nuestra descubierta nos dio aviso que el enemigo estaba a tiro de cañón en la parte baja del llano del Diez y ocho; inmediatamente, se dio orden al Capitán Montes de emprender lentamente su retirada hacia el grueso del ejército, a medida que el enemigo avanzara, sin perderlo de vista. Al efecto, la descubierta formó un cordón desde la cadena de cerros que teníamos sobre nuestra izquierda, hasta un pequeño morro que cierra el llano por el costado derecho, cubriendo una extensión de diez cuadras más o menos.
         Entre tanto, la división continuó su marcha al paso redoblado para ganar el camino que corre paralelo al cerro Brillador, que debía de servir de punto de apoyo a nuestra ala izquierda si el enemigo nos ganaba el frente; para cubrir nuestra retaguardia si nos salía a través o para apoyar la derecha si nos atacaban por retaguardia. Después de veinte minutos que marchábamos en esta forma, el enemigo avanza en línea recta en la dirección de nuestro punto de partida, por manera que lo habíamos dejado a retaguardia, teniendo expeditos los caminos del Romero y el de La Serena. Al N.O. de esta ciudad y a distancia de una legua, hicimos alto. El enemigo avanzaba hacia nosotros, cubierto por un batallón desplegado en guerrilla. Para contenerlo y dar tiempo a que marchase nuestro ejército, US. dispuso que dos compañías de infantería, una del batallón de línea al mando del capitán Puelma y otra de los Voluntarios de Atacama, formasen un cuerpo de guerrilla bajo la orden del que suscribe, teniendo orden de cubrir la marcha del ejército batiéndose en retirada. De estas dos compañías que formaban un total de 112 hombres, dejé de reserva la 2ª desplegando la 1ª, en guerrilla por el flanco izquierdo y habiendo inmediatamente ubicado de frente sobre el centro adelantando el ala izquierda, quedé dando el frente al enemigo y ocupando la parte baja del llano, teniendo por la izquierda y retaguardia un barranco profundo, y por la derecha el cerro Brillador, por cuya falda debía emprender la retirada cuando fuese necesario. De esta manera, esperando a pie firme al enemigo, la División desfiló a mi espalda en esta forma: el batallón 1º de línea de Atacama, a la cabeza; el batallón Cívico de Copiapó; el batallón Zuavos; la Brigada Constituyente de artillería y el batallón Voluntarios de Atacama. Los escuadrones de caballería seguían al costado izquierdo, a la misma altura y en línea paralela a la infantería. La circunstancia de ser el terreno escabroso y cortado por barrancos que nos estrechaban entre el río y el cerro haciéndose difícil el paso de la artillería, parque y bagajes hizo que la marcha fuese lenta y que, cuando el enemigo habido desplegado en guerrilla las columnas que en masa cubría con su primer batallón de tiradores, presentando un frente de más de una milla en que avanzando sus alas formó un semicírculo que envolvía a mis pocos tiradores, la División sólo hubiese avanzado unas diez u ocho cuadras. En ese estado, como a las 8, el enemigo rompió el fuego en toda su línea y nuestra División hizo alto. Durante media hora mi guerrilla sufrió un fuego nutrido de fusilería, sin contestar un sólo disparo, hasta que, llegando los contrarios a la distancia de una cuadra, mandé a romper el fuego. En un momento me hice cargo de la mala posición que ocupaba, estando dominado por los fuegos del enemigo y separado del grueso de la división por un barranco cortado a pique. No obstante, para darle tiempo a que siguiera su marcha al Romero, mantuve mi posición media hora. A las ocho y media me hallaba casi rodeado por todo el ejército enemigo y se hizo preciso variar de colocación. Hice que mi reserva virara al barranco, y cambiando de frente a retaguardia, retirando el ala izquierda de mi guerrilla, la dejé colocada en una línea cuasi perpendicular al centro enemigo, teniendo el barranco por medio. Allí mandé fuego en retirada con el fin de atraerlo hacia nuestro terreno, lo que en efecto se consiguió. Marchábamos en esta disposición cuando S.S. mandó una pieza de artillería hacia mi izquierda, para romper sus fuegos sobre el centro enemigo, lo que hizo con una destreza admirable. Viendo la brecha que abría en los contrarios y que les hacía plegar su línea a los costados, mandé avanzar toda mi reserva, y pedí, por medio de varios ayudantes, una caballería para cargarlos por el flanco derecho. Eran tan certeros nuestros tiros y tal la posición que el enemigo ocupaba, a haber recibido el pequeño auxilio de caballería que solicitaba con instancia, la batalla se habría terminado sin haber empeñado por nuestra parte un soldado más; pero faltándome ese auxilio, el enemigo pudo ganar el cerro con su ala izquierda, mientras que su derecha salvaba el barranco. Entonces, para no ser totalmente envuelto, mandé desfilar por el flanco izquierdo, haciendo fuego sobre la derecha. La sangre fría y el orden de nuestros guerrilleros en esa marcha difícil fueron dignos de todo elogio. Entre tanto, el ala derecha de los enemigos llegaba ya al frente de nuestra división, y US., dispuso que la compañía de cazadores del batallón cívico con la 3ª y 5ª avanzaran al camino y el medio batallón de la derecha, atacara al centro. Mientras este valiente cuerpo cruzaba sus fuegos con el ala derecha del enemigo, el resto del batallón Voluntarios de Atacama marchó hacia la derecha de nuestra línea, para combatir el ala izquierda contraria, que nos iba dominando por la falda del cerro. Inmediatamente, la 1ª compañía de Zuavos marchó a apoyar el flanco derecho del batallón cívico; dos piezas de artillería se colocaron a la izquierda de nuestra línea para contestar los fuegos de las que el enemigo había situado sobre la derecha; otra se apostó en el centro, un poco a retaguardia para hacer fuego sobre la derecha y desalojar al enemigo de la eminencia que ocupaba su izquierda; y la 4ª, siguió siempre al costado izquierdo de nuestra guerrilla.
         El batallón de línea y la 2ª compañía de Zuavos quedaron de reserva en la falda del cerro, sobre el costado izquierdo de nuestra línea de batalla, hasta el momento en que se les dio la orden de entrar en acción avanzando de frente sobre el centro enemigo. En esta forma, continuó el combate hasta las once de la mañana. A esta hora, el ala derecha del enemigo se había replegado en gran parte sobre nuestra izquierda, amenazando envolverla, mientras que una parte de su artillería lanzaba sus proyectiles sobre nuestra reserva. A esta hora, para desalojar al enemigo de la izquierda que se hallaba comprometida, unos 30 lanceros al mando del capitán mayor Saavedra, juntos con la 2ª compañía de Zuavos, cargaron el ala derecha enemiga hasta desalojarla del punto que ocupaban. Pronto, la artillería enemiga quedó en nuestro poder, con todos sus pertrechos de guerra. Desde este momento, ya no se pensó en coordinar movimiento alguno: a los gritos de carga de nuestros bravos, a su impetuosidad, la turbación del enemigo llegó a su colmo. Abandonados por su jefe, acosados por los nuestros, el enemigo emprendió su retirada, que pronto se convirtió en derrota completa. La última carga que dio nuestra derecha, dirigida en persona por US., y efectuada por mi guerrilla y el batallón voluntario de Atacama, completó la derrota de los enemigos en su ala izquierda; como la que al momento dirigieron al comandante Saavedra y varios otros jefes con los Zuavos, Cívicos y de Línea, que no habían perdido un momento, su posición completó la derrota de su derecha. A las doce nuestro triunfo era completo, quedándonos expedito el camino a La Serena de la que tomamos posesión en medio de vítores del pueblo, como a las tres y media de la tarde.
         Nuestra tropa, debilitada por la marcha larga y penosa, rendida de cansancio y de necesidad, no se hallaba en estado de perseguir al enemigo que huía hacia el puerto de Coquimbo; el que por otra parte, marchaba en buenas cabalgaduras.
         Toda la artillería enemiga, compuesta de cuatro magníficas piezas, más de cuatrocientos fusiles y rifles, pertrechos de guerra, de toda clases, vestuario, cajas de guerra, cornetas, algunas espadas y más de ciento ochenta prisioneros; incluso, un jefe de batallón y cinco oficiales quedaron en nuestro poder.
         Al entrar en combate, las fuerzas enemigas contaban de 1.600 hombres de todas armas. Sin contar los prisioneros y los dispersos que ascenderán a 400 hombres más o menos, han caído valientemente muertos en campo de batalla, incluso algunos oficiales y más de cien heridos. Por nuestra parte hemos tenido a más de SS.ª, un jefe, siete oficiales y sesenta y tres individuos de tropa. El solo prisionero que nos hicieron fue el bizarro ayudante de E. M., don Bernardo Moreno, cuya impetuosidad lo llevó al centro de las filas contrarias.
         No me detendré en recomendar el mérito distinguido de cada uno de los jefes, oficiales y soldados de nuestro ejército, puesto que US. conoce su impetuosa bravura.
         El dolor que llena mi alma por la pérdida de nuestros nobles compañeros, muertos por la santa causa que patrocinamos, neutraliza el placer que debíamos sentir por la victoria, impidiéndome el ocuparme de detalles y tantos hechos heroicos como a cada paso presenciamos en nuestras filas.]

 

 

 

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[1] Ramón Arancibia Contreras. Al grito de “Viva la Constituyente”, cayó con múltiples heridas de bala y sable, el Jefe del Estado Mayor del Ejército Constituyente, el poeta Ramón Arancibia. Con un grupo de soldados atacameños atacó temerariamente cuando la derrota asomaba. Se peleaba cuerpo a cuerpo entre los faldeos del Cerro Grande y las haciendas y murallones del sector. A lo lejos, se asomaba la Portada de La Serena. Ese puñado de atacameños con corvo en mano se batieron a muerte, como había sido fundamental y dramático en el triunfo en la Quebrada de Los Loros, pero esta vez ya era muy tarde. El General Pedro León Gallo no había querido que sus tropas lucharan corvo en mano porque significaba muchas bajas. Esto decidió la batalla de Cerro Grande, y no sólo por la evidente traición, tanto en la pólvora falsa como por los santiaguinos que no se plegaron a la revolución. Ramón Arancibia comprendió que con un acto de arrojo podía cambiar el destino de la batalla y de la revolución; pero, ya era demasiado tarde, y murió con los versos de “La Constituyente” en sus labios. Era media mañana del 29 de abril de 1859. // Ramón Arancibia fue poeta desde siempre. Al llegar a Copiapó escribió versos a su amada, cargados de ternura y modernismo. Estos versos ubican al poeta dentro del apogeo y madurez literaria chilena. En esa época se estaba desarrollando en Copiapó la primera Generación literaria chilena; y, además, contaba con el primer crítico literario del país: Rómulo Mandiola. Los versos del poeta a su amada, dicen: “…Cuando presa de penas amargas/ yo me arrojo en mi lecho ¡ay! helado,/ le pregunto a ese rizo dorado/ donde yace mi dueño que fue;/ yo le estrecho a mi labio ardoroso,/ de una queja percibo el reclamo/ y una lágrima ardiente derramo:/ fue delirio, perdióse mi bien”. Esta media octava cargada de romanticismo habla por sí misma de la capacidad estética que había logrado Ramón Arancibia, y también nos dice del desarrollo cultural que tenía Copiapó. // Nació en Santiago, el 28 de enero de 1836. El capitán de caballería de la Independencia del mismo nombre era su padre; su madre se llamaba Isabel Contreras. Pasó su primera infancia en Melipilla, y se educó en el colegio particular de la familia Orrego. Desde pequeño estuvo cerca del ejercicio militar. También de esa época fue su interés por la poesía. Escribió profusamente, lo que le permitió tener un carácter reservado y de clara inteligencia. Desde niño tuvo una madurez abismante. Volvió a Santiago en 1846, a seguir sus estudios. Se destaca con un discurso alusivo al 18 de septiembre. Ingresa a la Escuela Militar y permanece hasta 1851, en que se convirtió en Alférez. En marzo de 1858, llegó a Copiapó en calidad de Teniente de línea. // En “El Copiapino” escribió artículos oponiéndose a las formas prehistóricas y crueles de Juan Vicente de Mira. Obviamente, apareció el poeta, y eso le trajo duras consecuencias en el rigor militar. Después de Mira, Silva Chaves (Chávez) continúo su afán represivo. Ramón Arancibia, como muchos otros atacameños, terminó en la cárcel. Fue trasladado encadenado a Santiago, acusado de deserción. Fue encerrado en el Cuartel de Granaderos. Varios meses después fue liberado y expulsado del ejército. Regresó a Copiapó, y se sumó a la revolución al lado de Pedro León Gallo hasta su muerte. // La rigurosa formación militar; su pasión y el deseo de cambio de la constitución; su deseo de que la educación fuera pública y que la región pudiera disfrutar de la riqueza que extraía de las ricas minas de plata; su inspirada cultura en la modernidad y en la Revolución Francesa; su influida cultura en las tertulias del federalismo: traído por los cientos de argentinos exiliados de Rosas; su propósito de que las máximas autoridades de la provincia fueran elegidas por el pueblo, hicieron marchar a Ramón Arancibia en la cabeza de la revolución y convertirse en Jefe del Estado Mayor del ejército revolucionario con el grado de Coronel. // Se destacó en la Campaña de Pichincha y Caldera; en el paso tremendo por el desierto camino al sur, pasando por Huasco y Pajonales; en las escaramuzas de La Higuera hasta la gloriosa Batalla de la Quebrada de Los Loros. Le pidió a Pedro León Gallo encabezar el combate con el Primero de Línea en forma de guerrilla; y, luego de perder muchos soldados se unió al ala derecha del Batallón Cívico, donde vio caer herido a Pedro León Gallo. Fue cuando dejaron los fusiles y, corvo en mano, lucharon cuerpo a cuerpo por los arenales de esta quebrada hasta el río Elqui, cambiando el curso de la batalla. Este memorable hecho —que se convertiría en habitual en los atacameños— decidió la batalla a favor de las fuerzas nortinas. El pueblo vivió la gloria —dice, Manuel Concha— de derrotar al bien armado ejército nacional. Escribió, entonces, Ramón Arancibia, el famoso “Boletín de la Victoria”, que quedara como testimonio de una de las hazañas más destacadas de los hijos de Atacama y de Coquimbo, que dan honra y gloria entre las batallas memorables de la civilización. Sin embargo, particularmente tenemos que agradecerle a Ramón Arancibia, una de las piezas mayores del patrimonio de Atacama: “La Constituyente”.



 



 

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