MALA POESÍA
Cristián Brito Villalobos
Editorial Cuarto Propio, 2016
Por
Arturo Volantines
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Es fácil equivocarse y suponer que este título es un juego parriano. Ya, en los dos epígrafes —al comienzo del libro— aparece claramente la distinción más sustancial del autor. En el epígrafe de Pablo de Rokha, inmediatamente surge la propuesta y las intenciones de Cristián Brito: la fuerza y ferocidad que lo une decididamente al norte chileno, del cual es originario. El otro epígrafe, de Rodolfo Fogwill, resalta el objetivo subterráneo. Allí, claro, se espolea el deseo de cambio; que la poesía feroz sea la dinamita para cambiar el mundo: “Cuando la poesía se extienda/ como una pandemia/ ni los políticos estarán a salvo./ Se necesitan malos poetas./ Buenas personas, pero malos poetas”.
Andrés Sabella, tempranamente fue predilecto de Rokha. Éste lo incluyó en su legendaria antología publicada en 1942, denominada: “Cuarenta y un poeta joven de Chile”. Allí, Sabella desata su mejor poesía que se relaciona con el irascible ser del viento y de la rebeldía indómita del desierto de Atacama. Después, éste abandonaría esa poesía prometedora y portentosa; volvería a la literatura cartucha. Pero, esta nortinidad Rokhiana suele aparecer como los cactus. En sus textos dedicados a Chuquicamata y Chañaral, Cristián Brito señala su militancia y nacimiento, su fervor originario.
Luego, en sus poemas cortos, arremete, desata su inconformidad y su crítica social; su descontento por un mundo imperfecto. Pero, también, su rabioso deseo de cambio: “Y pensar que los ricos/ son los más/ hambrientos”. Se sale o procura salirse de la poesía, para hacer poesía. Eso es temerario. Y, fundamentalmente, apartándose de la “buena poesía chilena”, que se ha vuelto de rasgos mitómanos mercuriales y de literatura literaria.
Por lo anterior, creo que a Cristián Brito se le sacude el piso. Pero esa aceptable actitud —que procura poesía feroz y desenfadada— lo puede llevar a la frontera literaria. Si sigue desafiando la literatura y desafiándose, saliéndose de los márgenes tan serviciales de la crítica autocomplaciente, seguramente realizará mejores proezas que lo llevará, indudablemente, a crear su propio estilo, a partir de su nortinidad y de su desenfado creativo; desde la perseverancia y la desconfianza a los aplausos fáciles y facilitadores. Podría usar, entre otros, más la “literatura cocinera” que deviene del periodismo, considerando que ésta es su profesión, y que tan bien usó Charles Bukowski.
En esta actitud descartuchada, lejos de los cenáculos oficialistas y centralistas, la poesía del Norte Infinito tendrá la oportunidad de salirse de la golosina y de la casa de fuerza; chance de volver a los mejores sitios de la literatura latinoamericana. La “mala poesía” es buenísima para enfrentar lo horroroso del mundo.
