Los ingrávidos, de Valeria Luiselli. Editorial Sexto Piso
Colección Narrativa
1ª Edición, 2011
Una novela silenciosa
Por Alejandro Zambra
La Tercera, domingo 24 de julio de 2011
La protagonista de Los ingrávidos, la primera novela de la mexicana Valeria Luiselli, es una mujer joven que vive con su marido y sus dos hijos en una casa grande y vieja del DF. A veces se corta la luz o se va el agua o se tapa el baño. A veces un fantasma se pasea por las habitaciones y prende la estufa. A veces la mujer escribe con la mano izquierda, porque la guagua necesita su mano derecha para dormir la siesta. Pero escribe más bien de noche, como ella dice hermosamente, “una novela silenciosa, para no despertar a los niños”. “Las novelas son de largo aliento”, apunta la narradora, más adelante: “Eso quieren los novelistas. Nadie sabe exactamente lo que significa, pero todos dicen: largo aliento. Yo tengo una bebé y un niño mediano. No me dejan respirar. Todo lo que escribo es -tiene que ser- de corto aliento. Poco aire”. Lo del niño mediano es un chiste: es el hermano mayor, pero como todavía no es grande prefiere que lo llamen el niño mediano. Y el mediano también interrumpe a su madre, con sus innumerables hallazgos y preguntas, algunas verdaderamente difíciles de responder (“¿Por qué los animales no pueden salir del zoológico ni tú de la casa, mamá?”). También la interrumpe el marido, que de vez en cuando lee lo que ella escribe y se siente retratado, o bien rebusca, en la ficción, algún posible desmán en el pasado de su mujer. Porque ella escribe sobre sus días de libertad en Nueva York, cuando usaba minifaldas y pasaba el tiempo leyendo poemas y pernoctando con amigos locos y raros, unos años de paseos, de búsquedas medio ociosas y, sin embargo, fundamentales.
Pero no se crea que Los ingrávidos es una mera novela de añoranzas o que su objetivo es denunciar el marasmo de la vida adulta o algo parecido. El tono de Valeria Luiselli es difícil de definir: en este libro hay mucho humor y una distancia exquisita que aumenta o decrece sin que sepamos preverlo. La narradora no se toma tan en serio, tal vez porque comparte eso que dice Nicanor Parra: “La verdadera seriedad es cómica”. La novela avanza alternando el presente de pañales y transformers y el pasado neoyorquino de sexo casual, complicidades e imposturas. Trabajaba, entonces, como ayudante en una editorial que publicaba obras minoritarias de la literatura latinoamericana, aunque el gran sueño de su jefe era encontrar al nuevo Roberto Bolaño, por lo que la joven debía leer con ojo clínico a autores que, en todo caso, nunca se parecían lo suficiente a Bolaño. Es así como surge la figura del poeta Gilberto Owen, que de golpe se le vuelve una obsesión, y trata de venderlo inventando que Louis Zukofksy lo había traducido, y traduce ella misma los poemas de Owen, convirtiéndose, de este modo, en una falsificadora profesional. La novela da un inesperado y brillante giro hacia la voz de Owen, que empieza a invadirlo todo con sus peripecias.De pronto es más bien Owen quien cuenta o imagina la historia de la narradora y, de paso, acaba convenciéndonos de que somos fantasmas vagando por las estaciones de Metro. Fantasmas que no asustan a nadie.
“Hay personas que saben contar su vida como una secuencia de eventos que conducen a un destino”, leemos hacia el final de Los ingrávidos: “Si les das una pluma, te escriben una novela aburridísima, donde cada línea está ahí por un motivo: todo engarza, como en la cobija asfixiante que teje una abuela para su nieto”. Valeria Luiselli no es, desde luego, una de esas personas: no ha querido normalizar la novela, adecuarla a los modelos rutinarios, no ha querido aburrirnos ni aburrirse, porque adora las lagunas, las fallas, esos múltiples indicios que nos demuestran que hay muchas vidas en una vida, que morimos varias veces antes de verdaderamente morir, que nunca acabaremos de descifrar lo que nos sucede ni lo que somos. Valeria Luiselli apostó alto y el resultado es maravilloso; el resultado es un libro que estaremos leyendo mucho tiempo.