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Lengua de destino

Por Alejandro Zambra
La Tercera Cultura, sábado 1 de marzo de 2008

La Memoria Iluminada: Poesía Mapuche Contemporánea, es una antología donde los seleccionados escriben y publican en español, una lengua que les ha sido impuesta y a la que, sin embargo, pertenecen.


"Nuestra condición de nacimiento es provisional, no importa dónde nacemos: poco a poco creamos dentro de nosotros un auténtico origen, de manera que podemos nacer allí de un modo retrospectivo". Así representaba el poeta Rainer María Rilke, en su juventud, el deseo romántico de un mundo propio. El fragmento figura en un ensayo de JM Coetzee, quien ha reflexionado largamente en torno a la actitud de un escritor ante el lenguaje. Sólo un ejemplo, de Diario de un Mal Año: "No siento el inglés como un lugar de descanso. Tan solo resulta que es una lengua sobre cuyos recursos he logrado tener cierto dominio".

¿Es lo mismo pertenecer a una lengua que pertenecer a un paisaje? Decididamente no, y eso lo saben muy bien los seleccionados en la antología de poesía mapuche de Jaime Huenún: escriben y publican en español, lengua que les ha sido impuesta y a la que, sin embargo, pertenecen. El traductor Víctor Cifuentes ha vertido los poemas a la lengua deseada; la lengua de destino es la lengua deseada, la lengua para nacer, como quería Rilke, de un modo retrospectivo. Pero sólo algunos de los 29 poetas aquí reunidos suscribirían la frase de Rilke; otros, tal vez la mayoría, aceptarían que escribir es barajar la pérdida. Denunciar o descifrar esa pérdida.

En la antología que Huenún y Cifuentes publicaron en Lom, en 2003, se nombraba la lengua mapuche como mapuzungun (lengua de la tierra), pero en el libro que aparece ahora, en Málaga, prefieren definirla como mapuchezüngun (lengua de los mapuches). La diferencia es decisiva: no habla la tierra, habla la gente de esa tierra, gente que suele expresarse en español. Gente que reconoce la existencia de los otros, aunque el reconocimiento no sea recíproco.

Hace poco, en una reseña sobre esta misma antología, el crítico Grínor Rojo pedía una consideración más bien literaria de esta poesía tan expuesta al descrédito como al espaldarazo vacío. Decir que hay, en este libro, buena literatura, no es descartar su representatividad: es esta una obra valiosa, pero no porque recupere la señas del pueblo mapuche, sino por que esta poesía no sería posible sin ese deseo de recuperación.

Los poetas seleccionados construyen, en conjunto, una cierta necesaria autonomía. Pero no es un grupo homogéneo estilísticamente y creo que tampoco ideológicamente. No se piden, unos a otros, consenso o uniformidad. El oportuno epílogo de Luis Cárcamo-Huechante distingue una dirección mitificadora y otra desmitificadora; un grupo que muestra y celebra y otro que muestra, pero a la vez desconfía de lo que muestra. Otra forma de apuntar a esa diferencia ha desarrollado, recientemente, el poeta Rodrigo Rojas, al estudiar esta literatura según las teorías de la traducción.

Hay en esta antología voces consagradas y autores nuevos, incluso algunos que aún no publican un libro, pero que contribuyen a dibujar, no los límites, sino la posibilidad de trascender esos límites. Un poema clave, en este sentido, es Niño Chileno con Guitarra de Palo, de Tamym Maulen, el poeta más joven de la selección, para quien lo chileno en ningún caso está reñido con lo mapuche (ni con lo latinoamericano); Maulen reclama desde un lugar nuevo, necesariamente distinto del que ocupa José Teiguel, por ejemplo, en estos versos: "Nosotros, los Cuncos viejos/ vivimos de allegados/ en nuestro propio paisaje". Lo que para Maulen es pérdida de la intimidad para Teiguel es pérdida de la tierra. Los poemas de Leonel Lienlaf, en tanto, se parecen muy poco a los de David Añiñir uno niega la impureza que el otro describe; uno prefiere un melancólico universo paralelo y el otro suelta, sin miedo, los perros de la ironía.

Ya se acaba el espacio y no he dicho nada sobre Jacqueline Caniguán, Maribel Mora, Graciela Huinao, María Isabel Lara Millapán, Paulo Huirimilla o el propio Huenún, cuya obra no nace de certezas o programas, sino de indagaciones honestas y radicales. ¿Podríamos decir que Jaime Huenún habría preferido escribir sus poemas en lengua mapuche? No creo. Más bien quiere la lengua que tiene, o tal vez desea descubrir, en el poema, la lengua que tiene. Siempre está incómodo con el lenguaje, por eso lo interroga. Esa incomodidad es lo que prevalece en los 29 autores de La Memoria Iluminada: no sienten el español como un lugar de descanso. Dominan, ahora, el español que los dominaba, pero no ganan ni pierden: escriben, buscan un lugar en el lenguaje y el lugar de ese lenguaje en el mundo. Si sus voces coinciden en un mismo libro es porque también coinciden, en alguna medida, sus búsquedas.


 

 

 

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