Entrevista a Alejandro Zambra
La literatura no salva A NADIE
Por María Teresa Cárdenas
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 22 de Abril de 2007
¿Cómo va a ser leído Bonsái? Probablemente hace un año nadie habría vislumbrado siquiera la respuesta. Y es que si algo se le puede criticar a esta contenida creación de Alejandro Zambra (Santiago, 1975) es que, contra todo pronóstico, haya desarrollado tantas ramificaciones. Publicada en España por Anagrama, su llegada a Chile desencadenó una verdadera tormenta en la escena literaria local. De pronto, la novela de sólo 94 páginas se convertía en la excusa para ventilar diversas querellas entre escritores y generaciones. Ajeno a estos vaivenes, Zambra se concentró en darle vida a otra imagen que lo perseguía desde hace diez años, cuando leyó El árbol del lenguaje en otoño, de Andrés Anwandter. "Un libro que impresionó mucho a los de mi generación", recuerda. Dos versos de ese volumen, "Como la vida privada de los árboles/ o de los náufragos" se convirtieron en uno de los epígrafes - el otro es de Georges Perec- y en el punto de partida de La vida privada de los árboles (Anagrama), su segunda novela.
Esos versos son una de las tantas tramas con las que Zambra ha unido sus dos novelas, aunque esta vez les ha dado libertad a las ramas y ha permitido que sus raíces se hundan en los afectos y en la memoria. Es entonces cuando de verdad importa la pregunta: ¿cómo va a ser leído Bonsái?
Crítico literario de LUN durante tres años, estudió literatura en la Universidad de Chile - "teníamos todos experiencias muy distintas y una base común, que era la música de fondo de la dictadura"- y Filología Hispánica en Madrid. Ahora trabaja como profesor de la Universidad Diego Portales, donde también es editor de la revista Dossier de la Facultad de Comunicación y Letras.
- ¿Por qué crees que Bonsái despertó tantas pasiones?
- Me pareció muy extraño que fuera un libro polémico. Más de alguien me dijo que había comprado el libro por eso. Pero no sé, lo único polémico que había era que se publicara en Anagrama, cosa que a mí me puso muy feliz y que permitió que el libro también llegara a otros lugares y a otros lectores, quienes por supuesto no han percibido ese aspecto. La polémica es extraliteraria, totalmente. Para mí fue un poco ingrato, porque pensaba que tenía que defenderme, pero no sabía muy bien de qué. Y en realidad no era defenderme yo, sino defender o proteger al libro. Supongo que había ciertos riesgos en el libro, que tenían que ver con su brevedad, con su carácter de objeto, era un libro premeditadamente breve, que no quería competir con las novelas.
- ¿Crees que influyó el hecho de que antes hubieras sido crítico literario?
- El otro día me junté con Álvaro Bisama y hablábamos de ese tiempo en que los dos hacíamos crítica; muchas veces estábamos muy en desacuerdo, con él y con Patricia Espinosa, que escribía en Rocinante. Álvaro me decía que en ese tiempo no pensaba ser escritor; yo tampoco. O sea, escribía poesía y publicaba poesía. Pero esta caricatura de que nosotros estábamos criticando libros para luego publicar los propios... Escribir un libro es ya suficientemente raro, y publicarlo aun más. No sé si queda tiempo para hacer planes. Pero todos los que han hablado mal de mi libro son los que en algún momento critiqué mal.
- ¿Te dolió alguna de las cosas que se dijeron?
- Más que dolerme, me sorprendió que de pronto se hablara de que yo era una especie de líder de una nueva generación, pero no se decía cuál era esa generación. No trataron de mapearla. Eso es muy injusto, no conmigo, sino con gente muy buena que está escribiendo y que nadie se preocupó de saber quiénes eran. Carlos Labbé, Pablo Torche, Guillermo Valenzuela, Daniel Pizarro, Patricia Poblete, el mismo Álvaro Bisama... Yo entiendo que existe la complejidad de perfilar una generación que no quiere perfilarse como tal, en el sentido de que los puntos en común son básicamente las diferencias. Pero lo complicado es eso, que nadie ha firmado ningún manifiesto, todos queremos escribir en libertad y nadie tiene ideas tan maniqueas sobre la literatura. Mi relación con la narrativa chilena no es de oposición, porque yo no leí a Donoso buscando un canon, lo leí como a muchos otros, como a González Vera. Y mucho más que las novelas de Donoso, que algunas me parecen muy buenas, me interesaba la narrativa de Lihn. Eso puede ser un error y alguien podría decir qué aberración, pero también es absurdo impostar las lecturas.
- De "Bonsái" a "La vida privada de los árboles", parece que ya desde el título apostaste a una mayor libertad para expresar, por ejemplo, los sentimientos.
- Así se dio. Esa distancia o ironía que había en el Bonsái era, para mí, necesaria. Tal vez La vida privada de los árboles nació del deseo de disminuir esa distancia, de recorrerla, como dice un libro del poeta Jaime Sáenz. El narrador de Bonsái tenía que retroceder para poder contar su historia. El de La vida privada de los árboles quiere avanzar.
- ¿Es ésta una novela más personal?
- Sí. Es una novela que me importa más.
- Un elemento central es la ternura que surge a partir de la relación con los niños, la del protagonista con Daniela, pero también con el niño que él fue. ¿La memoria es o no es un refugio?
- Más bien un refugio incómodo, un cuarto oscuro, un cuarto propio pero oscuro. Al escribir la novela pensé mucho en esa frase de Perec que al final quedó como epígrafe: "No tengo recuerdos de infancia". Julián se ve obligado a recordar; cuando quiere futuro encuentra pasado, y luego, cuando busca precisar el pasado, se ve empujado a un futuro ingrato, un futuro donde él ya no está.
- En "Bonsái" fuiste más explícito al mencionar lecturas, aquí, en cambio, se adivinan. ¿Hubo una búsqueda de equilibrio entre literatura y vida?
- Para mí, el Bonsái no es un libro "literario", sino más bien sobre o contra los espejismos de la literatura; el protagonista cree que la literatura lo va a salvar y la literatura no salva a nadie, no redime, no ayuda a nadie, al menos no de manera directa, inmediata. Los libros dejan en pie, apenas, un puñado de imágenes y unas cuantas promesas incumplidas. Julio, el protagonista del Bonsái, quiere ser un personaje; Julián, en La vida privada de los árboles, no quiere ser personaje, quiere ser autor, quiere ser real.
- ¿Cómo fue, a la hora de escribir, la ecuación lectura y vida?
- Nada fue más relevante que vivir algunos de los episodios y de los problemas relatados en la novela, experiencias que hasta hace poco me parecían lejanas. De pronto me vi pensando o descubriendo cómo construimos los vínculos, cuáles son los nuevos deseos y los nuevos miedos, cuánto se parecen o se distancian de los miedos y de los deseos de siempre. Pero las influencias son muchas, por supuesto. Fue valioso releer, mil veces, el poema "Invernadero", de Lihn, repasar las imágenes de Wrapped trees, de Christo & Jeanne Claude, los perturbadores cortes arbóreos de The Woodbook, un catálogo de obras de Carlos Altamirano...
- Vuelve a surgir en esta novela un narrador ultraconsciente y que al mismo tiempo duda. ¿Herencia de Bolaño, de tu labor de crítico, o simplemente un recurso que te acomoda?
- Yo creo que escribí La vida privada de los árboles para intentar responder a preguntas que de pronto se me hicieron urgentes: ¿qué historias es válido, lícito, contar? ¿Qué historia me corresponde contar? En cuanto al narrador, creo que nunca es previo a la historia que cuenta. El narrador es la historia que cuenta. La primera vez que di con un narrador como el de Bonsái fue cuando leí, asombrado, el cuento "Huacho y Pochocha", de Enrique Lihn. Pero no fue un asombro técnico; fue un asombro ético: se trata de decidir quién eres al contar, de qué forma desapareces o apareces, qué significan esas apariciones y desapariciones. Por otra parte, estos versos de Transmigración, el libro de Roberto Merino, son, para mí, importantes al momento de escribir: "De nada le sirve a un narrador ser omnisciente. Los indicios de un dios no construyen la felicidad".
- ¿Por qué dices que la literatura chilena es de color café?
- Es la impronta de la Biblioteca Ercilla, que negaba a Latinoamérica. Había libros universales, españoles y chilenos, pero no había una colección, un color para los libros latinoamericanos. Borges aparecía en la colección de universales, Martín Fierro también. De verdad, creo que esa división fue decisiva, esos eran los libros que había en nuestras casas pareadas, esos libros leí yo, cuando niño: El loco estero, Gran señor y rajadiablos, Subterra, Martín Rivas...
- "Ser escritor no es exactamente ser alguien", escribes en "La vida privada...". Con un segundo libro publicado por Anagrama, ¿de verdad no te sientes "alguien"?
- No creo que sirva de mucho sentirse "alguien". Para escribir, al menos, no sirve. Debe ser paralizante. Fogwill dice que se escribe para no ser escrito. Tal vez se escribe un nuevo libro para olvidar el anterior. Pero cuando escribes no piensas que es el segundo o el quinto o el centésimo libro. Escribes nomás.
- ¿Te sentías preparado para los ataques que recibiste?
- Ha sido una sorpresa no tan buena. Como quería Raphael, que digan lo que digan. Aunque hubiera preferido lecturas en vez de diatribas.