Editar a pulso
Por Alejandro Zambra
La Tercera, Domingo 2 de agosto 2009
"Ahora me entero que esto se llama autogestión, yo lo llamaba supervivencia", decía Marcelo Montecinos hace unos meses, en un foro sobre editoriales independientes o microeditoriales o como quiera que se llamen esos sellos que no le hacen el quite a perder dinero publicando libros. Montecinos aludía a la experiencia de sus padres en la imprenta Caligrafía Azul, que él y su hermana Isolda continuaron con La Calabaza del Diablo, una editorial que, a estas alturas, con más de 50 títulos publicados, se ha vuelto importante para comprender la literatura chilena reciente.
Conozco a Montecinos desde la universidad y creo que fue entonces hacia 1997, cuando editó los primeros libros de poesía, y al poco tiempo la novela Los bigotes de Mustafá, de Jaime Pinos, que incluso yo diagramé, pues algo me manejaba con el Page Maker. En un gesto revelador, Pinos quiso que el lanzamiento fuera colectivo, por lo que en vez de un autor esa noche varios narradores leyeron sus cuentos o fragmentos de novelas en preparación.
Creo que ese espíritu colectivo e informal es el que predomina en las nuevas editoriales chilenas, que nacen por decenas cada mes, probablemente porque los autores no encuentran acogida en los circuitos oficiales. Las transnacionales publican muy poco y los tiempos no están para arriesgarse, mientras que las editoriales chilenas más o menos consolidades no siempre son una verdadera alternativa, en buena medida porque ya son demasiados los sellos que hacen negocio cobrando a los autores en lugar de pagarles. A veces ese es el único modo de financiar una publicación, pero los casos extremos incluso dan para reportajes-denuncia: hay autores que aportan un millón o un millón y medio para apoyar ediciones que en verdad valen setecientos mil pesos. Casi está de más decir que eso se llama estafa.
Así las cosas, parece más sensato juntarse para armar editoriales que durarán lo que dure el entusiasmo o las convicciones. El ejemplo de La Calabaza del Diablo merece ser tenido en cuenta, justamente por su absoluta independencia. Marcelo Montecinos ha construido su catálogo sin descansar en los fondos del gobierno ni aceptar dinero de los autores, y aunque más de algún poeta ha perdido la paciencia esperando la publicación (pues Montecinos cultiva su propia idea de lo inminente) al final los libros aparecen y circulan e incluso cada año la editorial hace un esfuerzo para promocionarlos en un recóndito pero muy movido estand de la Feria del Libro.
La Calabaza del Diablo no pertenece, por cierto, a Editores de Chile ni a la Cámara del Libro, las asociaciones que actualmente protagonizan un tira y afloja sobre la Feria del Libro. El conflicto supone un quiebre en el sector editorial y tal vez es bueno que eso suceda, pero los argumentos tienden a enredarse, y al escuchar a los distintos actores ya no sabemos si se trata de una simple negociación sobre los precios de los estands o de un cuestionamiento mayor al apoyo que la Cámara recibe del Gobierno.
Es razonable: algunos cuentan con salvadoras inyecciones desde el extranjero y los demás aspiran a recibirlas del Estado. Por eso estoy, de todas formas, con Editores de Chile, pero no creo que sea saludable la tendencia a olvidar que ellos también son, al igual que la Cámara, una asociación privada que representa intereses parciales. Es impensable una Feria del Libro sin la presencia de editoriales que han hecho bastante por la literatura chilena, como Pehuén, Lom y Cuarto Propio, entre otras, y lo mismo vale para sellos recientes como Tajamar y Uqbar. Pero no beneficia a nadie el maniqueísmo que ya parece instalado en la discusión.