Proyecto Patrimonio - 2009 | index | Alejandro Zambra |
Autores |

 

Entrevista a Alejandro Zambra

Arte en miniatura

Por Álvaro Matus
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes 20 de enero de 2006.

El poeta y crítico debuta en la novela con "Bonsái", una oscura historia de amor protagonizada por dos jóvenes cuyas vidas adquieren rumbos radicalmente distintos: ella extraviada en España y él obsesionado con un pequeño árbol japonés.

Un bonsái es un árbol en miniatura. Veinte, treinta, cuarenta centímetros. Hay que alambrar el tronco, podar sus ramas y amputar algunas raíces. El resultado, sin embargo, es bello. Una belleza cruel. Una obra de arte viva.

La novela de Alejandro Zambra, que no en vano se llama Bonsái (Anagrama), provoca un efecto similar al de esos pequeños árboles: la historia impacta con un mínimo de elementos y no está exenta de crueldad, misterio, extrañeza. El narrador, a la manera de un jardinero pulcro y sofisticado, va dando cuenta de la vida de Julio y Emilia, una pareja de estudiantes de literatura cuya fantasía era terminar juntos de leer los siete tomos de En busca del tiempo perdido, de Proust. Obviamente, eso es demasiado pedir para un pololeo juvenil. O para una pareja que se viste de negro y al menos ha leído a Mishima, a Onetti, a Ciorán. Muerte a crédito.

También aparece un matrimonio en descomposición, una mujer que podría ser lesbiana, un escritor chileno que se juega los descuentos y poco más. La novela, según el propio Zambra, podría leerse como el resumen de una novela, así como un bonsái es el resumen de un árbol.

La idea de un árbol en miniatura, de hecho, comenzó a rondar por la cabeza de Zambra (1975) hace unos cinco años, poco antes de que asumiera como crítico literario en "Las Últimas Noticias". El escritor recién había llegado de Madrid, donde estudió Filología Hispánica y sufrió sucesivos cambios de casa - o de pieza- que quedaron plasmados en el libro de poemas Mudanza. Pero esa, claro, es otra historia. Lo que ahora interesa es que por el 2001 era frecuente que Zambra se extendiera en largas conversaciones con Andrés Anwandter en torno a la poesía. Su amigo decía que un poema tenía que provocar el efecto de una aguja de acupuntura: una suerte de dolor placentero que entra al cuerpo. Zambra optó por la imagen oriental: escribir es como cuidar un bonsái.

En su casa de La Reina, en un estudio sencillo en el que destacan todos los libros de Coetzee, el autor intenta explicar cómo fue alambrando esta historia, cortando de raíz a ciertos personajes, podando cada frase con rigor y hasta dolor. En el escritorio hay una lapicera, una libreta, un alfajor y un celular que parecen abandonados a su suerte. En cambio los artefactos propios de un fumador capturan toda su atención: el gesto que va de la cajetilla de cigarros al encendedor y luego al cenicero se repite varias veces. Siete cigarros en una hora y media. Siete cigarros entre 10 y 11.30 de la mañana. Es su primera novela.

- Los protagonistas de "Bonsái" van perdiendo la confianza en la literatura ¿por qué?
- Julio y Emilia quieren ser los protagonistas de una novela bella y larga, pero no les resulta porque la literatura entrega algo residual, una compensación, unas cuantas imágenes con las que es muy poco lo que se puede hacer. La literatura no sirve para llenar vacíos. Es un lugar de preguntas, no de respuestas. Escribir, a lo sumo, hace las veces de narcótico o de parche.

- ¿Lo dices con nostalgia?
- Para nada. En cierto modo, la escritura de Bonsái fue un proceso de distanciamiento de la poesía, de la biografía, de la experiencia. Yo ahora creo que la literatura no va a salvar a nadie, aunque en un momento nos dejemos acoger por complicidades o sintamos que la poesía tiene un sentido fundamental. Hay que asumir esa pérdida... Kundera dice que el novelista nace en las ruinas de su mundo lírico, o sea, que la poesía es el centro y uno se aleja de eso.

- Pero ésta parece la novela de alguien bien agarrado de los libros.
- A mí me interesa distanciarme de la literatura para poder hacer literatura. Y no lo digo por una necesidad de perspectiva, sino porque es muy difícil hablar. A mí nunca me ha resultado fácil escribir y si comparo Bonsái con otras cosas que he escrito, creo que la gran diferencia es que aquí hay la ilusión de una historia. Y eso pasa porque no tengo ninguna certeza respecto a cómo construir un relato. En ese sentido, ¡pucha!, no creo que haya ninguna preceptiva, ni siquiera de los escritores que uno admira. En lo único que creo es en las imágenes; y cada imagen requiere un procedimiento distinto y ese procedimiento uno lo va descubriendo sobre la marcha.

- ¿Cómo te diste cuenta que "Bonsái" ya era una novela?
- Al principio, la mayoría de las cosas que escribí eran poemas. Incluso, por primera vez escribí con parámetros métricos, porque el metro era un alambre que contenía una forma. Pensaba en un libro que se llamaba "Bonsái", pero que no tenía nada que ver con lo que es ahora. Una de las secciones era un cuaderno de citas sobre bonsáis, por lo que algunas noches me dedicaba a buscar, con más voluntad que método, las citas alusivas. Paralelamente, hubo dos o tres cuentos y unas especies de novelas que, finalmente, resultaban textos de cinco páginas. Hasta que en marzo del año pasado me di cuenta que había tres historias que en realidad trataban sobre lo mismo.

- ¿Qué viste en ese momento?
- Creo que nunca la había pensado como una historia de amor, nunca había asumido que lo que estaba escribiendo era una historia de amor.

- ¿Podrías ser más preciso?
- La historia de Anita y Emilia, por ejemplo, la había pensado como una novela larguísima, muy ambiciosa, construida a partir de las cosas que estas dos amigas se habían prestado a lo largo de su vida. Resultó, en cambio, un capítulo ínfimo de una novela muy breve. Lo mismo el capítulo "Sobras", que imaginé como un relato autónomo, de largo aliento, pero se me escapó hasta convertirse en una miniatura dentro de una miniatura. Y la historia de Julio y Emilia, que en un comienzo era un cuento no muy bueno titulado "Macedonio".

- El narrador comenta que la seriedad es más peligrosa que las mujeres. ¿Ocupa el humor un lugar importante en tu vida?
- Creo que yo era un joven muy serio. En el fondo, me sentía identificado con lo que dice Coetzee en Juventud. Buscaba "el fuego de la poesía", la precisión, la posibilidad de construir un objeto autónomo, de tener un lugar seguro en el mundo. Sin embargo, la convicción de que la literatura no es tan importante me ha ayudado a protegerme de la seriedad. Esas imágenes demasiado dramáticas sobre uno mismo son impostadas, se refieren a otra cosa. Bueno, también está la frase oportuna de Nicanor Parra: "La verdadera seriedad es cómica".

- En "Bonsái", de hecho, afloran situaciones absurdas.
- Sí, hay una especie de ironía que no alcanza a llegar al sarcasmo, sino que se mantiene en sordina. Es una ironía que surge de la mera observación de los hechos. Implica borrarse de lo que estás diciendo. Tampoco voy a hacer un elogio del humor. En rigor, para salir de la parálisis, se necesita una ironía mínima, un rumor, nunca un grito.

- Julio empieza a escribir su novela a partir de un rechazo. ¿Tiene algo que ver con tus propios inicios como escritor?
- Comencé a escribir por impostura, como Julio, como todos, para hacerme un mundo a la medida, pero no me fue muy bien. Pienso que escribir siempre es decir no. Yo creo que muchos de mi generación empezamos a leer casi como una desviación, sin estímulos literarios, casi por casualidad. Nos quedamos pegados en los libros porque en ellos había un lenguaje más valioso y menos seguro que el de los años grises en que crecimos. Había algo en los libros que no estaba en la tele ni en las películas.

- Los otros personajes, Andrés y Anita, están profundamente aburridos. Él pendiente de la camioneta que se va a comprar y ella de los hijos. ¿Es una realidad que también sientes cercana?
- De alguna forma esos personajes forman parte de mi mundo, porque la literatura no tiene nada que ver con mi infancia. Yo nací en una casa sin libros y no me parece mal. Mi generación se divide entre los que nacieron con libros y los que no. O, en su defecto, con la biblioteca de la revista Ercilla. Ahora, respecto al modelo de vida que siguen, yo no sé quién está bien y quién está mal. Emilia y Julio compran la literatura del mismo modo que Andrés compra la cuatro por cuatro o que después Julio se convence que el arte es hacer bonsáis.

- ¿Y todo está bien?
- Todo está mal, porque en rigor lo que fracasa es el encuentro. Para acercarse al otro uno tiene que despojarse de cosas y aceptar otras y hacerse ajeno. No hay que agarrarse a algo sino a alguien.

- En los epígrafes los autores suele reconocer sus filiaciones. ¿Millán y Kawabata alumbraron la escritura de este libro?
- Originalmente iba a poner un fragmento de "La prisionera" donde Albertine Simonet compara los bonsáis con helados de limón. Al final me decidí por Kawabata, quizás porque en sus novelas late esa belleza extraña y frágil, esa violencia rara que hay en los bonsáis. Elegí aquel verso de Millán, "El dolor se talla y se detalla", pues me gustó mucho el doblez de quien recuerda y se mira recordando. También hacia el final hay un verso de "Construcción", una canción muy hermosa de Chico Buarque que tuve insistentemente en la cabeza mientras daba forma al libro. Hay otras canciones que recordé mucho mientras escribía Bonsái: "How could I be such a fool", de Frank Zappa; "Florecita rockera", de los Aterciopelados; y "La jardinera", de Violeta Parra, de donde vienen esos versos preciosos que María recuerda en el pasaje final: "Las flores de mi jardín/ han de ser mis enfermeras".

- ¿Cómo no verse atrapado en el mar de lecturas y dejar que aparezca la voz propia?
- La verdad es que nunca he sentido esa "angustia de las influencias" de que habla el profesor Bloom. Yo no veo que el asunto sea así de dramático, no hay angustia sino complicidades o diferencias, pero nunca me he propuesto escribir a la manera de. Sé muy bien que no me resultaría. Creo que lo mejor es exponerse sin culpa al lenguaje de la calle, que es de donde viene toda la buena literatura. Claro, es difícil resistirse a las obras que admiras, pero tampoco es necesario resistirse. Después de leer la Antología de Spoon River quedas con ganas de escribir otro Spoon River, después de leer a Beckett o a Nicanor Parra piensas seriamente en la posibilidad de quedarte callado para siempre, después de leer a César Vallejo sigues leyendo a César Vallejo, tras leer a Borges o a Bolaño lees a todos los escritores de los que hablan Borges o Bolaño, después de leer a César Aira sientes deseos de pasar la tarde en Fantasilandia, después de leer a González Vera caminas una tarde entera por los alrededores de la Estación Central.

- ¿Te sientes parte de una generación de relevo de la literatura chilena, después de la nueva narrativa?
- Me siento parte de una generación que vivió la mayor parte de su infancia en dictadura. No sé cómo se manifiesta eso literariamente, pero de seguro aparece de algún modo. Quiero pensar que me une una sensibilidad más o menos común con poetas como Anwandter, Kurt Folch, Verónica Jiménez, Matías Rivas y Leonardo Sanhueza, entre varios otros, y me siento también vinculado generacionalmente a narradores y cronistas que sí leen poesía, como Pablo Torche, Jaime Pinos, Roberto Contreras, Álvaro Bisama, Pato Fernández, Patricia Poblete y Leo Marcazzolo. En relación a la nueva narrativa chilena, creo que quedaron los libros que tenían que quedar, que eran muy poquitos. En esa serie hay libros de Marín y de Couve, que son autores que me interesan mucho, y también libros de Fuguet, que no me interesa nada.

- ¿Qué impresión te dejó nuestra literatura después de tres años haciendo crítica?
- Mi impresión general es que la mayoría de los escritores chilenos tienen un miedo enorme a que lo que escriben no se entienda, por eso insertan, aquí y allá, explicaciones y frases hechas, evitan el lenguaje, o lo enfrentan dócilmente, adaptándose al estilo Eltit o al estilo Fuguet o al estilo que los cazadores de tendencias estimen que la lleva. Creo, en todo caso, que hay buenos escritores, como los que antes mencioné y otros tantos que no conozco, pero las editoriales chilenas no los pescan mucho. La novela Informe Tapia, de Marcelo Mellado, por ejemplo, pasó casi inadvertida, y a mí me parece que es un libro importante. En todo caso, más de la mitad de las críticas que escribí fueron positivas. Lo que pasa es que cuando criticas mal a alguien haces más ruido que cuando criticas bien. Mi única norma era hacer crítica responsablemente. Para un lector de esa columna de "Las Últimas Noticias" creo que yo era muy predecible, los lectores podían saber de antemano qué libros me iban a gustar y cuáles no.

- ¿Qué significa para ti ingresar al catálogo de una editorial que entre los chilenos sólo ha publicado a Donoso, Bolaño y Lemebel?
- Entre los libros que leo y releo con mayor frecuencia hay varios del catálogo de Anagrama. Para mí es una gran alegría que Bonsái haya quedado en tan buena compañía.

 

 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2009 
A Página Principal
| A Archivo Alejandro Zambra | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
Arte en miniatura.
Entrevista a Alejandro Zambra.
Por Álvaro Matus.
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes 20 de enero de 2006.