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“Las flores de mi jardín han de ser mis enfermeras”:
el remedio para vivir la ausencia de la mujer en Bonsái y La vida privada de los árboles,
de Alejandro Zambra.

María Ignacia Durán
Pontificia Universidad Católica de Chile. Facultad de Letras. Crítica: la novela del siglo XXI
Profesora Rubí Carreño.

 

En este artículo quisiera trabajar el diálogo que existe entre las dos primeras novelas de Alejandro Zambra, Bonsái (2005) y La vida privada de los árboles (2006), en cuanto a la ausencia de amor como motor que anima a contar las historias. Ambas narraciones coinciden al tener personajes que viven la pérdida o espera de la mujer amada, y como esta ausencia da pie a revelaciones, delirios, obsesiones y recuentos que hacen sentido a la novela. Además de esta situación compartida de los protagonistas de las dos novelas, la coincidencia de nombres que ocurre entre ellos y la presencia casi irrevocable del bonsái unen aún más las historias narradas.

Las novelas.
Bonsái es una novela ligera que se vuelve pesada, como dice el mismo Zambra, escrita como un resumen a la idea de Borges y con el final plasmado en la primera línea: “al final ella muere y el se queda solo” (13). Julio es el que se queda solo, y es quien comienza a desvariar cuando Emilia, que es quien muere, lee un cuento de Macedonio Fernández y se da cuenta que todo está condenado al final. Un final que Julio escribe como el de una novela medio inventada y medio robada, en homenaje a la segunda mujer que aparece en su vida, y que también lo deja por Barcelona. Cuando la historia acaba Julio está dando vueltas en círculo por Santiago luego de saber un año y medio más tarde que Emilia murió en España tirándose al metro, y que María estuvo en el lugar pensando en un jardín con un pequeño bonsái que representa un árbol en precipicio.

En La vida privada de los árboles se narra la historia de la espera de una esposa. Julián, que es quién espera la vuelta de Verónica, hace dormir a su hijastra contándole cuentos sobre las vivencias de olmos y robles en los bosques. La novela se estira en la vigilia nocturna del protagonista por la ausencia de la mujer, como varias veces lo dice el narrador, y termina cuando el deja de esperarla, y de suponer donde está. A lo largo de la noche Julián rememora su vida, recordando como conoció a la mujer que espera,  y como fue su vida antes de conocerla. También piensa en Daniela, la hija de Verónica, y como tomará la niña el hecho de crecer ahora sin su madre que no aparece para hacerla dormir. Al final, Julián asume el abandono y empieza a inventar una presencia para que la niña, su compañera de abandono, no note la ausencia de la madre.

La espera.
Julio es un hombre que perdió al amor de su vida dos veces, la primera cuando la dejó ir y la segunda cuando se entera que no la volverá a ver porque se suicido. Su obsesión por los bonsáis nace en respuesta a la mentira que lo envuelve durante el relato, que es la trascripción del libro de un autor famoso. Este autor es quién se encarga de contarle la gran temática de su historia: un hombre que se entera de la muerte de su novia de infancia, y que luego de esto todo se va a la mierda. Julián toma está idea de la novela que no transcribe para reescribirla el mismo, como su mentira para agradar a su vecina. La historia de un amante que enfrentado a la muerte realiza un homenaje a su difunto amor, como prueba de dedicación y amor: un bonsái que simboliza un homenaje, y que finalmente vuelve medio loco al protagonista de la novela ficticia. Pero Julio cae bajo su propio hechizo, y huyendo de la seriedad termina escribiendo y viviendo su propia historia, donde el rito del bonsái recuerda a la tantalia que vivieron ambos en sus noches de lectura antes del coito, donde entendieron la importancia de no perder lo que hace único al amor. Podemos decir entonces que Julio cae bajo la espera de su propia historia, terminando de vivirla con la horrible sensación de haberla escrito antes, y de conocer el final antes que empiece.

Julián es también un hombre que pierde a las dos mujeres más importantes de su vida, su primera polola lo echa de la casa y su esposa lo abandona en una noche de espera. Cuando termina con Karla, su primera mujer, y esta le deja luego de meses de una agónica relación un “ándate de mi casa conchetumadre” en la pared del departamento, aparece en su vida un bonsái. El pequeño bonsái de Julián viene a ser la muestra de su pequeña novela sobre un hombre que a su vez cuida un bonsái, en lo que podríamos suponer un guiño más a la primera novela por parte del autor, y que se marchita cuando Julián encuentra a Verónica. Pero Verónica desparece una noche después de unos años y eso es lo que hace lógica la historia, porque esperarla es lo que da sentido a recordar, a planear y a enloquecer.

Ambos personajes y sus historias están unidos en la pérdida, pero la agonía de esperar en el caso de Julián o la del olvido en el caso de Julio es lo que da inicio a los cambios y reflexiones. Julio vive la condena de haber escrito su destino, y finalmente solo termina “estando y no siguiendo”; Julián ve como el pequeño bonsái que se marchito una vez ahora se marchita en la falta de Verónica. Los dos hombres consuelan las esperas con sus bonsáis, que para ambos casos significa una forma de entregar cariño y preocupación, además de una forma de asegurar algún sentido en sus vidas.

El bonsái es un espacio de obsesión para llenar la soledad, tanto para Julio y sus mujeres en Barcelona como para Julián al perder a Karla. Aunque Julián supera la obsesión cuando su bonsái muere y llega Verónica a su vida, pero cuando ella desaparece solo tiene historias sobre árboles para llenar su espacio y dormir a la hijastra que habita la pieza azul. Nuevamente los árboles aparecen como el único compañero para poder enfrentar la realidad de un nuevo abandono, sin pintura ni ruido pero con una hija que hacer dormir. Por eso, la espera de los personajes está marcada por la frase de la canción la Jardinera de Violeta Parra: “Las flores de mi jardín han de ser mis enfermeras” (Bonsái, 89 y La vida privada de los árboles, 79), donde el árbol como presencia se vincula con una forma tanto obsesionante como casi tierna de enfrentar las pérdidas. El homenaje que hace Julio es la forma más clara, tomando el arbolito como forma de arte y de sublimar tanto el dolor como el amor; y la superación de un primer momento de dolor es clara en Julián y la muerte de su bonsái, que cuando vuelve a quedarse solo nuevamente recurre a la imagen de los árboles y la vegetación tanto para dormir a la niña como para dormir el dolor.

Los dos protagonistas también llenan el dolor escribiendo, también sobre bonsáis. Más que una muestra concreta, el árbol mismo y su cuidado es también son sinónimo de producción, también como una forma de encontrar remedio para las penas. Ya sea una novela sobre un hombre que cuida un bonsái en el caso de Julián o una novela sobre un homenaje que le hace un hombre a su novia muerta con uno de estos pequeños árboles, en ambos casos el bonsái significa una forma de sanar, no solo en su presencia misma sino también como escritura.

Finalmente el signo queda marcado, y en lugar de sanar las historias se transforman en predicciones de destinos malditos, tanto en la historia del hombre que hace un homenaje con un bonsái y queda muerto como la historia del hombre que cuida un bonsái pero este se muere. Para los dos casos aplica el bonsái como remedio y enfermedad, en cuanto a que no hay posibilidad de sanar el dolor, tanto cuidando la planta como escribiendo sobre ella. Aunque Julián si puede superar esto con las historias sobre álamos y baobabs que le cuenta a Daniela, que se convierte en la compañera de abandono, esa compañera que Julio pierde cuando se va María. Haber cambiado el pequeño árbol en caso de Julián por historias de inmensos árboles que conversan es otra forma de buscar soluciones, que en este caso se vuelven un remedio concreto en búsqueda de olvido, o al menos de superación. La presencia de Daniela como oyente de estas historias se vuelve fundamental también para que la segunda historia no sea una repetición de la primera, sino una especie de superación: si la novela se escribe mientras se espera, cuando se agota la espera se acaba el relato y se intenta seguir adelante. Finalmente, es Daniela quién toma el lugar del bonsái en la historia del segundo abandono de Julián y lo ayuda a seguir adelante con su vida. Al menos para poder levantarse en la mañana y llevarla al colegio.

El nombre.
“… y un niño de ocho o nueve años que se llama Julián pero debió haberse llamado Julio, pues pensaban llamarlo Julio, ese fue el nombre que le dieron ante el oficial del registro civil, pero el escuchó Julián y escribió Julián en la partida de nacimiento, y los padres no pidieron la rectificación, pues en aquellos años hasta un oficial del registro civil merecía un respeto y temor irrestrictos” (La vida privada de los árboles, 72)

Bonsái parte diciendo que el que se queda solo se llama Julio, y esta condenado a la seriedad y quizás en parte a la soledad. Escribe su destino y lo cumple, por elección. Pero Julián está condenado a tener un nombre que no es suyo, puesto que su identidad fue mal escuchada por la autoridad. Quizás desde aquí se pueda entender un poco que si bien ambas historias son muy similares también son distintas, puesto que Julián supera las dos pérdidas que a Julio enloquecen. Entonces es posible entender que muchos de los guiños que las novelas comparten tengan que ver con el destino guardado en el nombre de los protagonistas. Julián escribe el libro de alguien que cuida el bonsái que a él se le marchita, y supera la historia de las pérdidas al terminar su historia no por la llegada de Verónica, sino por la muerte de la esperanza. Julián termina la historia que a Julio le termina una muerte, sin dejarse vencer por la ausencia del amor. Julián es capaz de darle la mano al final no a las historias de árboles ni al bonsái, sino que a su hijastra. Esa que, quizás como él espera, a los treinta años lo recuerde como algo más que una pasante en su vida.

El final.
Bonsái termina en la primera línea. El final es certero y duro: ella va a morir, y esta es la historia de esa muerte que lo deja sólo. La historia recordada no es más que la crónica de la muerte anunciada de los dos protagonistas, puesto que el mismo narrador deja ver que finalmente Julio decide no seguir con su vida. El estancamiento en la pérdida, en el bonsái como sanación y obsesión, y esa seriedad eludida desde antes de conocer a Emilia son la carta de presentación de una vuelta en círculos por la ciudad para no escuchar.

En La vida privada de los árboles el final se escribe desde el pasado. Quizás la condena de haberse llamado Julio (y de quedarse solo), se ve superada por el nombre cambiado y el abandono. El bonsái marchito implica la superación de la primera etapa de locura, y de la sublimación del dolor como obra de arte en la falta de preocupación, y el nuevo abandono es enfrentado con una noche de delirio que termina en aceptación.

 El aceptar el destino del bonsái marchito implica también aceptar que Verónica no va a volver, y que Emilia está muerta como la plantita de tantalia que se pierde entre muchas iguales. Y que la solución para el primer protagonista es enloquecer, mientras que para el otro significa superar la locura de una noche e intentar no esperar, para terminar la historia y al mismo tiempo la novela.

 

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Bibliografía

- Zambra, Alejandro. Bonsái. Anagrama: Barcelona, 2005.
- Zambra, Alejandro. La vida privada de los árboles. Anagrama: Barcelona, 2006.

 

 

 

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“Las flores de mi jardín han de ser mis enfermeras”:
el remedio para vivir la ausencia de la mujer en Bonsái y La vida privada de los árboles,
de Alejandro Zambra.
Por María Ignacia Durán