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Macedonio

Por Alejandro Zambra
La Tercera, Domingo 23 de Octubre de 2011


 


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Macedonio Fernández es mi escritor favorito año por medio. Admiro su humor, su extraña elegancia, pero a veces la relación fracasa, porque así somos los lectores: a veces le pedimos a un escritor lo que él nunca quiso darnos. Macedonio es brillante, pero no siempre deseamos esa brillantez, porque no siempre somos, como él quería, "lectores artistas".
 
Releo Papeles de recienvenido y Continuación de la nada, los libros de Macedonio que hace unos meses volvió a reunir la editorial española Barataria, en una necesarísima colección -dirigida por la escritora chilena Claudia Apablaza-, donde también comparecen Martín Adán, Juan Emar y otros genios de la vanguardia latinoamericana. Rápidamente descubro que este año me toca querer a Macedonio. Y me parece raro que a veces no me guste. En todo caso, debo aclarar que siempre -los años que lo quiero y los que no- me río con sus chistes. Este es muy bueno: "El ternero Ton se murió, el ternero negro se murió, el ternero moro se murió", dice un muchacho, pero como le piden que cuente algo más alegre, rectifica: "El ternero moro resucitó, el ternero negro resucitó, el ternero Ton resucitó".
 
"Soy el inventor del paréntesis de un solo palito", dice Macedonio, el escritor que, a propósito de su inminente cumpleaños, confiesa que nunca ha cumplido tantos años en un solo día. Me gusta cuando se compromete a permanecer fuera del país hasta su regreso, o cuando descubre que su ausencia "se ha extendido a puntos del extranjero en que jamás he estado". Y me parece importante esta reflexión: "Viajar: uno está expuesto a hablar idiomas que no sabe, por no estar callado en alemán, que tampoco lo sé hacer".
 
Está también el Bobo de Buenos Aires, ese personaje que cuando llueve nos avisa que se nos moja el paraguas, o que cuando fumamos nos advierte que se nos está quemando el tabaco en la punta del cigarro. O que interpela con tino a un policía: "Apenas hace un minuto que me conoce y ya se toma la confianza de tomarme preso".
 
Quisiera citar ilimitadamente a este hombre que temía "confundir a un desconocido con otro", que pensaba que "el peinado es una manera de pensar por fuera de la cabeza", o que, en uno de sus  brindis, homenajea de este modo al dibujante Alejandro Sirio: "Era más bajito que yo, menos existente, más grueso, no entendía como yo de música, en metafísica no había para qué esperarlo en ninguna esquina, y además no había conseguido lo que yo sí, lo que pocos tenorios seductores han conseguido: que ninguna mujer se meta con uno". Mención aparte para esta opinión sobre la famosa escultura de Rodin: "Los pensadores son más friolentos; éste se saca la ropa para poder pensar".
 
En el sentido obituario que Jorge Luis Borges escribió cuando murió su maestro, figura esta frase definitiva y hermosa: "Una de las felicidades de mi vida es haber sido amigo de Macedonio, es haberlo visto vivir". Antes ha dicho que durante años lo imitó "hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio", pues entonces creía que todos sus predecesores eran los borradores, las versiones "imperfectas y previas" de Macedonio. Como muchos críticos han advertido, finalmente fue Macedonio el borrador de Borges. Y a veces -año por medio- nos gustan más los borradores que las versiones pasadas en limpio. No es verdad: Borges nos gusta siempre, Macedonio, solamente año por medio. Pero ese año que nos gusta nos gusta mucho.
 
"No lea tan ligero, mi lector, que no alcanzo con mi escritura adonde usted está leyendo", dice Macedonio en Papeles de recienvenidos, y termina con esta frase que me parece perfecta para el final de esta crónica: "Por ahora no escribo nada; acostúmbrese".


 

 

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Por Alejandro Zambra.
La Tercera, Domingo 23 de Octubre de 2011.