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Persistencia del bonsái
Por José Promis
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 3 de junio de 2007
¿Cuál es la diferencia entre invierno e invernadero? El segundo es un sitio que nos protege (a nosotros y a nuestras plantas) del frío del primero. El invernadero es un espacio falaz que otorga un engañoso ambiente de protección. El invierno sigue afuera y basta con abrir la puerta para que su frío nos trasmine. El segundo relato de Alejandro Zambra, casi tan breve como Bonsái, se divide en dos partes. La segunda se llama "Invierno". En un día de lluvia persistente, vemos a un hombre de treinta años que lleva a una niñita llamada Daniela a su escuela. Pareciera una rutina como muchas. Pero en la primera parte, que se llama "Invernadero" hemos sido testigos de lo que ha ocurrido —si se puede decir así— durante la noche anterior a esa mañana lluviosa. Julián (se debería haber llamado Julio, pero se equivocaron al bautizarlo) esperaba que su esposa Verónica volviera a casa después de una clase de dibujo, pero tal regreso no se produce y quizás tampoco tiene lugar en el futuro. ¿Por qué? Eso es asunto de novela, diría la voz en sordina que reproduce esta situación con un discurso despojado de retórica, que apunta a la mención de los objetos desdeñando el uso de metáforas, símiles o rodeos que pudieran producir imágenes "literarias" culpables de metamorfosear la veraz desnudez de los episodios. A esa voz tampoco le interesa rellenar páginas con historias ramificadas o paralelas
de la peripecia central. Todo se engarza con tenacidad a la solitaria espera, al no-suceder-nada central. Sólo a Julián le gustaría leer a ratos "un libro diletante repleto de pistas falsas".
A pesar de que La vida privada de los árboles y anteriormente Bonsái han sido definidos por sus editores como "novelas", ambos textos se rehusan a tal catalogación. Se ofrecen, por el contrario, despojados de todo el andamiaje que convierte a una historia en novela, o, al menos, como la entendemos los legos: como una "comedia absurda" donde "vamos a hacer como que había un mundo que era más o menos así". El alguien que escribe el relato de Zambra —porque aquí no hay una voz que cuente, sino una mano que escribe— no amarra nada, sino que permite que durante la interminable espera
Julián recuerde momentos aparentemente inconexos de su pasado e imagine un posible futuro para Daniela a la luz de su propia condición en el presente. A la postre, recuerdos y conjeturas se encabalgan dejando como légamo la amarga simplicidad que tiene el acto de abandonar el invernadero para enfrentar el rigor del invierno.
El interés que despierta La vida
privada de los árboles no surge, pues, de sus conflictos —en esta historia no hay enemigos, se advierte al comenzar el texto—, sino de los artificios narrativos antes utilizados en Bonsái para relatar ahora otra situación cotidiana desprovista de heroísmo novelesco. Se comprende así que los guiños a Bonsái sean frecuentes y que la
segunda novela de Zambra constituya
otro ejemplo de una escueta narración ingeniosa apoyada en la idea de que "todo lo demás es literatura". Es una narración que reasume una anterior mirada "no literaria" sobre la realidad y ensaya un lenguaje consecuente para representarla.
Pero los renovadores que se quedan en la forma corren el riesgo de ser devorados por la auténtica literatura.
El ingenio formal es insuficiente per se para otorgar a un texto una categoría perdurable. Zambra ha escrito dos satisfactorias y brevísimas novelas ingeniosas, pero que dejan la impresión de ser los capítulos iniciales de un relato mayor que debiera ofrecer la profundidad que todavía no se percibe en éstos.
LA VIDA PRIVADA DE LOS ÁRBOLES
Alejandro Zambra
Anagrama, Barcelona, 2007, 117 páginas