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Reeditan "Aguas servidas", poesía de Carlos Cociña
Los ruidos en la imagen
Por Alejandro Zambra
La Tercera Cultura, sábado 20 de septiembre de 2008
La reedición del hace tiempo inencontrable Aguas servidas, de Carlos Cociña, recupera a un autor chileno esencial, autor de una poesía que desconcierta y cuya transgresión no ha perdido fuerza con los años.
“Escribo con el televisor encendido”, dijo Carlos Cociña en una antigua entrevista, y no era ninguna metáfora, pues por entonces el poeta solía sentarse a escribir dispuesto a convertirse en el “receptor distraído” del que hablaba Walter Benjamín: sometido a imágenes y a sonidos incontrolables, el poeta-televidente recogía un eco y lo trabajaba, sin demorarse en concesiones a los protocolos del arte.
No sé si Cociña se vale, todavía, del mismo método, pero sus recientes experimentos en poesíacero.cl se condicen con el afán de búsqueda constante -dentro o fuera de la página- que ha animado su obra (A modo de ejemplo, en A veces cubierto por las aguas, libro disponible en la dirección ya citada, los poemas son presentados en orden aleatorio: el lector pulsa “otro” y el sistema lo lleva, siempre, en cada sesión de lectura, a un texto diferente. El efecto no es, desde luego, gratuito o, como se dice, “lúdico”. Por el contrario: los fragmentos parecen requerir ese grado de incertidumbre).
La presente reedición de Aguas servidas -un libro mítico, publicado en 1981, e inencontrable desde hace al menos una década- sólo puede ser celebrada: se trata, como dice Héctor Figueroa en el prólogo, de una obra “clave, fundamental y decisiva” para la poesía chilena. El énfasis es, en este caso, oportuno y habría que extender los elogios a los libros Tres canciones (1992) y Espacios de líquido en tierra (1999). También en el prólogo, Figueroa recuerda la impresión -el desconcierto- que les causó, a él y al poeta Germán Carrasco, la lectura de Aguas servidas, hacia 1985, en pleno callejeo por los rincones de la poesía chilena: “quedamos turulatos, congelados”. El desconcierto ante esa poesía a un tiempo fría, cientificista y política, continúa: quiero decir, la transgresión de Cociña no ha perdido fuerza con los años.
Aguas servidas es un libro sobre la necesidad de mirar y de escuchar, de oler, de tocar y sobre todo de nombrar. Los cuerpos han recibido y padecido la anestesia, pero comienzan a rearticularse; las partes dialogan trabajosamente, los sentidos despiertan de a poco, para constatar las heridas dolorosas: “En realidad no tenemos ritos de referencia/ y los puntos cardinales pueden estar/ en cualquier parte// y todo el suelo se llena de coronas/ coronas de todas las flores naturales/ que van cubriendo todo el suelo/ sin que escape ningún pedazo de hierba”. El poeta reconstituye el cuerpo, la percepción: “Soy el ojo que recorre/ el ojo de la voz que descubre cada objeto/ y en lo negro/ y en lo blanco/ soy los matices que revientan cada instante”.
La posibilidad de una poesía civil, el deseo de construir una mirada que acuse, que nombre, que recupere el Chile arrasado por la dictadura: de eso habla este libro desolador, oscuro, a la vez parriano y vallejiano, que baraja, adelanta o prolonga las exploraciones de autores como Juan Luis Martínez, Gonzalo Millán, Gonzalo Muñoz, Alexis Figueroa, Elvira Hernández, Raúl Zurita, Antonio Gil y Diamela Eltit. La expresión ha sido brutalmente intervenida, y Carlos Cociña da cuenta, con lucidez y valentía, de los ruidos en la imagen. El poema se interroga a sí mismo, cuestiona sus bases, porque la boca amordazada también habla o al menos balbucea. Y la mirada, a pesar de todo, nunca ha dejado de mirar: “Cuando ya no se tiene casi ojos por los violentos cambios de luz entre la celda y el patio, cuando los ojos ya no responden para observar si se está orinando en el pantalón o en el suelo, estos ojos son capaces de fijarse en la ausencia de luz para identificar algún rasgo en la cara del hombre”.