"Siempre me ha sucedido lo mismo: las empresas en las que me lanzo tienen el estigma de lo indeterminado, la maldición de una artera mudanza" las palabras corresponden a Mutis y pensamos podrían sintetizar el ideario poético desarrollado por Alejandro Zambra (1975) en sus libros. Trabajo que después de "Bahía inútil" (Stratis, 1998) pretende con "Mudanza" consolidarlo como uno de los poetas más interesantes de su generación. Zambra ha conseguido que la poesía sirva para mirar el deterioro que provoca la rutina, al tomar conciencia de que el tiempo lo corrompe todo: "Sentarte con prudencia a la espera de noticias/tan tranquilo tan sentado mientras cae/no la noche pero algo y una forma/peligrosa se remueve en la memoria/como un bulto del que buscas la salida"
"Mudanza" es un libro que exige una lectura que se entregue a la anécdota propuesta: la partida, el cambio, el desarraigo. El primer y último verso constata el anuncio, imperativo, de que el sujeto se vaya: "Me dijeron que avisara treinta días/antes me dijeron que avisaría treinta/veces al menos me dijeron que al/menos avisara treinta veces". Con esa premisa desde un comienzo el texto nos propone una lectura móvil, que mantenida a lo largo del libro, hace que el movimiento se convierta en un gran acontecimiento. En ese sentido, estamos frente a una prosa que, en su narratividad. se empeña en situar los instantes en que un "personaje" busca acudir, permanecer y otra vez partir. Es Ella quien viaja largas horas y no sabe su destino; o es Él quien sabe que no estará ahí a la espera, porque ambos han reconocido que "en días como estos no se puede/ -no se debe- hacer promesas en el aire". Siendo ese implícito lo que otorga alguna corporeidad a su naturaleza fútil y transparente.
Imágenes presuponiendo que los intersticios dicen más que la acción misma: lo acabado, lo sabido, lo definitivo. Una apuesta al silencio, un ejercicio que extendiéndose en fragmentos apuesta a un tránsito que -podría- enriquecer lo que de tanto dudarse está lejos de ocurrir. En "Mudanza" todo parece estar ocurriendo por primera y por última vez. Lo absurdo, la nostalgia y el viaje. Si forzáramos una continuidad (pretensión de un lector atento) entre el primer libro de Zambra y esta última entrega, se diría que ha torcido la negación de Pound esbozada como epígrafe: No quisiera quedarse, ni salir. Ahora el sujeto se entrega a la fabulosa atracción del viaje. Ahora sale. Cierto en que ya no existen, nada queda, de esas cuatro paredes donde soplaba el viento. Se entrega a lo cotidiano, a las calles de ciudades extranjeras y desconocidas, practicando lo que en idioma universal no puede continuar evitándose: el deseo, el vicio, la exhibición.
La superposición de episodios resuma una melancolía que no logra -no puede- subvertirse con los pocos instantes que se permiten la ternura, entregándonos una visión sobrecogedora de la convivencia, como un nuevo pacto con la soledad: "Ella es débil y blanca tú eres/pobremente oscuro/y eso es todo cuanto hay/no en el fondo sino encima de la cama/ cuando besas y te besa". La compañía es un punto, medios tonos y resabios, buscando desesperadamente llenar un vacío a ratos imprevisible si no se nombra. La palabra sitúa y denuncia como acopio de sentencias (¿verdades de realidad?) lo imposible que es la vida: "El amor es una especie/de incidente, un ajuste de los ruidos/en la imagen, unos días, unas noches/con sus veces y sus voces y sus pausas". Un libro desplazándose que llama a la detención de sus versos inquietantes.
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"Mudanza" de Alejandro Zambra. Quid Ediciones, 2003, 48 páginas.
Por Roberto Contreras
Publicado en La Calabaza del Diablo, Nº30, abril de 2004