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Alejandro Zambra: "Más que educados, fuimos entrenados"
Por Roberto Careaga C.
Revista de Libros de El Mercurio, 30 de Noviembre de 2014
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La sala era un caos. Papeles arrugados convertidos en proyectiles iban y venían en todas las direcciones. Una guerra. Adelante, Alejandro Zambra fracasaba como profesor a los 23 años. De pronto los papeles se detuvieron. No se trataba de un repunte de la clase, sino del preámbulo para el arrojo final: silenciosamente los niños habían llenado una caja con papeles, los que en un preciso gesto fueron lanzados por una alumna hacia el techo, donde un ventilador en marcha los distribuyó por todos los rincones. Tres impactaron al profesor. Entonces, Zambra desistió. Abrió el libro de clases y escribió dos páginas de una anotación positiva general. Duró uno o dos meses en ese colegio de Curicó, donde casi todo salió mal. Salvo una cosa: la clase de preuniversitario. Zambra era un experto en la Prueba de Aptitud Académica (PAA).
Sigue siéndolo. Quizás ahora mucho más que cuando, a fines de los 90, entrenaba a escolares a dar una buena PAA, el antiguo examen para entrar a la universidad, en el Instituto Cpech. "Era bueno. Mis alumnos subían su puntaje rápidamente", recuerda el autor de Formas de volver a casa (2010), que llegó a conocer por dentro los mecanismos de ese tipo de pruebas cuando trabajó elaborando preguntas para el Simce. Es una técnica específica que Zambra aprendió a manejar en años de muchas, demasiadas, pruebas de selección múltiple que rindió en su paso por el Instituto Nacional y que hace unos seis meses volvió a poner en práctica. Eso sí, esta vez para convertirla en su completo opuesto: en literatura.
Ocupando exactamente la estructura de la PAA Verbal de 1993, la que él rindió, Zambra escribió el libro Facsímil . Publicado por Hueders y desde mañana en librerías, es tan inesperado como suena: son 90 preguntas, divididas en cinco ítemes: Términos excluidos, Plan de redacción, Uso de ilativos, Eliminación de oraciones y Compresión de lectura, en las que paulatinamente se despliega la característica voz del autor de Bonsái. Como lo dice el subtítulo, es un libro de ejercicios que le pide al lector que decida las posibilidades y el tono del relato -si es que esto efectivamente es un relato-, a veces incluso desautorizando la narración y al autor. Zambra nunca fue tan irónico.
"Es como si la persona que escribe la prueba se hubiera vuelto loca", le dijo un amigo, después de leer Facsímil. Puede ser: de la pesada gravedad de la prueba original, acá sólo queda el desconcierto. Cada ejercicio, incluida su respuesta, es potencialmente un poema o un relato, que no sólo en el formato apelan a la tan contingente discusión sobre la educación, sino que también en su dinámica interna hablan de una generación -la que levantó la cabeza en los 90- que arrastra los lastres de una formación que no les sirvió para entender su tiempo. Así, los escolares que aparecen en el primer texto de Comprensión de lectura, en el segundo pueden ser esos jóvenes que se casan y se anulan y se vuelven a casar y a divorciarse, que en el tercero son padres que bordean los 40 -Zambra tiene 39- que les piden disculpas a sus hijos.
Aunque profundamente chileno, Facsímil ya tiene contratadas ediciones para Argentina, a través de la editorial Eterna Cadencia, y México y España vía Sexto Piso. Difícil imaginar como leerán el libro afuera, donde no existe la PAA. En la tradición local es posible ubicarlo cerca, pero no tanto, de La nueva novela, de Juan Luis Martínez, o algunos textos de Nicanor Parra. Sin embargo, no es un volumen poético. Es ficción y narrativa. "Es un libro más raro que otros no más", prefiere señalar el autor. Y agrega: "No quiero decir que es un libro experimental, del mismo modo que no quise bautizarlo como novela ni como poesía ni como nada. Los géneros literarios son camisas incómodas que te pones y un libro es la historia de esa incomodidad. Y la Prueba Verbal era como un género literario, quizás el primero cuyos mecanismos comprendí".
Hacer las cosas mal
"Pensaba en un libro así hace años, pero creo que el origen más directo fue una reunión de compañeros de curso que tuvimos el año pasado", cuenta Zambra, hablando casi del primer chispazo de Facsímil: en medio de la oleada de recuerdos que tuvo ese grupo de institutanos sin uniforme hacía 20 años, apareció la idea de la PAA y el escritor nunca más pudo sacarla de su cabeza. El tema ya está en el relato "Instituto Nacional", de Mis documentos (2013), pero la prueba como hito, de pronto, cristalizó en su memoria sus días en el colegio y el inicio de la década de los 90, ambos temas que imaginaba para alguna novela. Trató de escribir sobre la PAA, pero no pudo.
"Se me ocurrió hacer esto directamente como una prueba, fundamentalmente pensando en los términos excluidos, que se parecen un poco a cierta poesía concreta. También está el caso de Juan Luis Martínez. Pero no quería hacer exactamente eso. Ahí se me ocurrió ponerme esta camisa de fuerza en que forma y fondo son indivisibles", explica Zambra. "Este es un libro sobre la educación y eso se traduce en algunas imágenes que lo atraviesan: la idea de que más que ser educados fuimos entrenados, que no se nos pedía un pensamiento propio sino reproducir uno ajeno, que estudiar era también negarse uno mismo. Todo eso está en la prueba", agrega.
Como en la verdadera prueba verbal, Facsímil se inicia pidiéndole al lector distinguir cuál palabra no tiene relación con, por ejemplo, el concepto "educar": enseñar, mostrar, domesticar, programar. O, en plena alteración del sentido de la PAA, ante el concepto "silencio" Zambra propone cinco veces la misma opción: silencio. En las secciones que siguen se van formando pequeñas y no tan pequeñas narraciones, al final directamente relatos, en los que laten los clásicos temas de Zambra: la infancia, los ecos de los 80, la soledad, las crisis amorosas, los hijos, los padres, las posibilidades defraudadas de una generación, etc. De todos esos temas, sin embargo, el lector puede disentir en los ejercicios.
- ¿Por qué llegaste a desconfiar de tal manera del relato tradicional que terminaste escribiendo un libro como "Facsímil"?
- Siempre estuvo eso. Pero creo que cuando empecé a escribir, cuando chico, esa desconfianza se expresaba como fuga. Todos empezamos escribiendo poemas medio surrealistas y eso tiene mucho que ver con el deseo de ir más allá de uno mismo. Y ese camino explota acá, esa desconfianza es una tensión que siempre te acompaña. Me gusta mucho esa frase que Derrida dice en alguna parte: "Nunca he sabido contar una historia". Yo creo que esa frase la tiraba con Bonsái . A la altura de La vida privada de los árboles (2007) era "quiero contar una historia". En Formas de volver a casa (2011) y de algún modo también en Mis documentos, era "no sé si tengo derecho a contar esta historia pero es mi historia, no es peor ni mejor que otras". Y en este libro es "no quiero contar la historia como me enseñaron a contarla". Eso es un tema de Facsímil. También es un libro, en un sentido, contra la literatura.
- ¿Un lector puede responder las preguntas de "Facsímil"?
- Sí, claro. Todos los libros formulan preguntas, Facsímil solamente hace eso más explícito. Pero este es un libro contra la ilusión de una respuesta única, de una respuesta correcta y autoritaria. En muchos ejercicios no hay una respuesta correcta, o la que hay, la que nos parece correcta, es profundamente subjetiva o ideológica. A veces esa certeza demuestra nuestra incapacidad de mirar a los demás.
- En ese sentido, acá le entregas todas las posibilidades al lector para decidir qué tipo de historia está leyendo. Como dices, ninguna respuesta es correcta, pero tampoco incorrecta.
- En el fondo está la idea de desautorizar al narrador, de hacerlo menos autoritario. El autor es siempre autoridad, es el que puede contar la historia, el que pololea con la ilusión de la última palabra. En Formas de volver a casa eso era muy explícito. Facsímil extrema esa línea. El narrador simplemente no tiene el poder. Y eso se hace muy evidente en la sección de plan de redacción (en la que el lector debe decidir el orden de un relato), pero también en el ítem de la eliminación de oraciones y en los términos excluidos. ¿Qué nos enseñaban? A excluir una palabra. A que en el lenguaje hay palabras que no están relacionadas con las otras. A ordenar el discurso de una manera fija, a organizar el pensamiento de una forma válida, pero única. Y a eliminar oraciones; o sea, a censurar. A distinguir lo pertinente de lo impertinente. Y, claro, eso también es la negación del estilo y la literatura.
- ¿Con cuánto cariño recuerdas el colegio? En "Facsímil" esos años de entrenamiento en el Instituto Nacional también parecen entrañables.
- No sé muy bien qué pienso del colegio. Sé que el Instituto Nacional cambió mi vida por completo y eso, en abstracto, no es bueno. El colegio no debería cambiarte tanto. No puedo imaginarme mi vida sin la experiencia de ese colegio. Ahora, el Instituto tenía muchos lados muy buenos, una diversidad social real, por ejemplo. Era todo lo contrario a una burbuja. Pero claro, tienes 12 años y descubres que la vida es una mierda. Se supone que era un colegio para niños mateos y ordenados, pero eso cambia muy rápido. Aprendimos a sobrevivir y por esto también a mentir, a copiar, a fingir, a ser violentos e indolentes. Era un colegio para ser ingeniero, en el peor de los casos abogado, y si yo me desvíe del camino fue porque apareció la literatura.
- ¿Te sigue molestando que tus libros sean vistos como "novelas generacionales"?
- Siempre he tenido esa resistencia. En el fondo, es una resistencia a las imágenes generalizantes y las novelas afirmativas; eso llevado a un plano generacional produce imágenes paralizantes. "Ya, los jóvenes son así y asá". Me carga eso: está lleno de libros que, en vez de movilizar, paralizan la representación de los jóvenes, de los viejos, de los adultos, de los hombres, de las mujeres. Creo, por ejemplo, que todos los 90 están por ser narrados, y eso que Facsímil es totalmente de los 90. Escribir una novela para demostrar que los jóvenes de los 90 no estaban ni ahí me parece matar a esa generación. Lo que hay que hacer es darle realidad a ese tiempo. Movilidad. Porque no fue así. Esa fue la etiqueta que le colgaron a nuestra generación que, claro, escuchábamos a Radiohead, estábamos tristes, pero en muchas universidades había resistencia, se estaba hablando de causas que no lograban volverse masivas, estaba todo intervenido y manipulado, era una dictadura que terminó mucho después, recién cuando murió Pinochet. Creo que la de los noventa es una generación difícil de entender y me parece nocivo decir que no hizo nada. Me parece mejor hablar de una generación que hizo las cosas mal. Pero estábamos vivos e intentábamos entender el mundo. Descubrir la poesía, indagar en el lenguaje, fue olvidar el "plan de redacción", desprogramarnos. Recuperar la voz.
- Siguiendo la imagen de tus libros, sobre todo de "Facsímil", ¿tan fracasada y solitaria te parece que terminó tu generación?
- Ahora te diría que sí, pero eso es más como yo me siento: fracasado y solitario. Pero hay casos y casos. Hay un diálogo entre las generaciones que no ha sido pleno. No quiero creer que estamos muertos. Eso también es muy cómodo, sentir que ya pasó tu momento. Yo escribo para sentirme vivo, entonces yo no daría nunca ninguna imagen final de esa generación. Si escribo es porque creo que no estoy muerto.