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Volver a Zambra
Formas de volver a casa. Alejandro Zambra (Santiago, 1975) Anagrama (2011) 165 páginas
Por Francisco Ángeles
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Primero, en rápida secuencia, dos brevísimas novelas centradas en las relaciones de pareja, el trabajo precario, la vocación literaria, las historias mínimas de vidas sin grandes episodios (Bonsái, 2006; y La vida privada de los árboles, 2007). Segundo, una novela de mayor extensión que toca el asunto político, en este caso lo que significó pasar la niñez bajo el régimen de Pinochet (Formas de volver a casa). En el medio de estas dos etapas, la transformación en una repentina celebridad literaria: menos de doscientas páginas en total (con letra bastante grande, por lo demás) le habían bastado al hasta entonces crítico y poeta Alejandro Zambra para colocarse a la cabeza de la nueva narrativa latinoamericana. Y dicha posición, casi de manera inevitable, genera la presión tácita, o quizá no tan tácita, de abordar circunstancias políticas en la escritura, presión mucho mayor si tomamos en cuenta que el escritor nació y creció a la sombra de una dictadura trágicamente célebre.
Pero vamos por partes: el espectacular debut narrativo que significó Bonsái fue también el logro de un estilo propio y (casi) la invención de un nuevo concepto: la «novela bonsái», una a pequeña escala o lo que, visto borgeanamente, podría parecer el resumen de una novela inexistente. Julio y Emilia son una joven pareja normal. Se enamoran, se separan. Y al final, se adelanta ya desde el primer párrafo, ella muere. Eso es todo. Zambra cuenta esa historia pequeña, y no intenta adornarla o maquillarla para hacerla pasar por «gran» literatura. Por el contrario, hace de esa pequeñez una estética, y con un par de pinceladas construye la atmósfera triste donde se mueven sus personajes, y con pocas palabras y altas dosis de una rara nostalgia es capaz de delinear sus vidas grises, sin grandes peripecias. Un año después, en La vida privada de los árboles, Zambra reitera la apuesta y consigue resultados incluso superiores. Una noche, Julián, el protagonista, espera que su mujer vuelva a casa. Mientras tanto, le cuenta historias a la hija de ella esperando que se duerma. Esta novela supera a la anterior, quizá porque la tragedia final, que parece inevitable en la vida de sus personajes, no aparece revelada desde el inicio, sino que permanece en las sombras, como un grito ahogado, como una amenaza a punto de cumplirse, incluso después de la última línea.
Y así llegamos a la etapa anteriormente mencionada, el momento de saldar cuentas con la sombra temática que parece inevitable para todo escritor latinoamericano que nació o vivió bajo alguna de las dictaduras que reinaron el subcontinente hace menos décadas de lo que ahora parece. Zambra asumió el reto y, en honor a la verdad, durante las primeras páginas de su tercera novela el resultado no luce demasiado alentador. Formas de volver a casa parece, de partida, la historia forzada del escritor que arriesga en territorio ajeno. Lejos de la poética precisión en el lenguaje, de la suave intimidad y de la empatía con los personajes de sus dos primeras novelas, este nuevo libro parece divagar indeciso entre recuerdos que no llegan a encadenarse con la quieta nostalgia que solía provocar cuando escribía en un tono más lírico y menos épico. Pero de pronto, cuando el autor asume del todo que lo suyo circula por los personajes secundarios, como él mismo lo fue con respecto a la historia pinochestista; cuando lleva la historia a su terreno, el de la íntima y melancólica reflexión, esa aparente dificultad se termina convirtiendo en su fortaleza mayor. ¿Qué implica escribir una novela política, parece preguntarse Zambra, cuando el problema no es ya representar un pasado criminal oculto o no del todo asumido, sino que la cuestión es que no se sabe qué hacer con ese pasado ominoso del que somos perfectamente conscientes? Cuando el narrador asume que la «única culpa es no sentir culpa alguna» llegamos a los puntos más altos de la novela, atravesados todos por una pregunta que en el fondo es un asunto ético del ejercicio literario: ¿cómo escribir novelas intimistas, relatos que le den la espalda a un pasado oscuro por el que no se siente culpa? Al abordar estas cuestiones, el autor alcanza las mejores páginas no solo de este libro, sino del conjunto de su obra. Y de esa manera también se convierte en un aporte a una discusión que, tal vez, tendría que ser la más importante: ¿qué papel cumple el escritor en esta época en que la verdad ya ha sido revelada? ¿Qué hacer frente a las evidencias? ¿Se puede seguir escribiendo novelas después de las masacres, las guerras civiles y los crímenes estatales que han asolado América Latina en las últimas décadas? Además de estas preguntas, que considero necesarias, habría que rematar esta reseña resaltando lo más importante: hay que leer a Zambra. Cualquiera de las tres novelas. Y digo que se puede elegir cualquiera de las tres porque esa llevará inevitablemente a las otras dos.