Proyecto Patrimonio - 2018 | index | Alejandro Zambra | Autores |
Alejandro Zambra y su alegría sin sombras
Por Cristóbal Carrasco
Publicado en Suplemento Ku, 11 de Octubre de 2018
.. .. .. .. ..
¿Para quién se escriben los libros que leemos? Es difícil que creamos que se escriben para nosotros, primero porque los autores no nos conocen y después porque muchos tienen fama de no pensar más que en ellos mismos. Pero, por supuesto, siempre existen excepciones. Quizás el caso de Alejandro Zambra sea el más característico en nuestro tiempo. Desde su libro de relatos Mis documentos, y sobre todo en su experimento literario Facsímil, el escritor chileno se ha interesado en interpelar directamente al lector y generar una cercanía pocas veces vista. Algo similar sucede en su última obra, Tema libre, que recopila crónicas, relatos y conferencias donde la persona que lee el texto parece estar siempre presente en la mente del autor, como si se interesara, por sobre todo, en generar un efecto en quien lo lee, en hacerlo reír o en emocionarlo cuando cuenta sus contradicciones, quejas y temores sobre su oficio como escritor, traductor o padre. Alejandro Zambra se encuentra en Chile para presentar Tema libre y la traducción que hizo con su esposa, la escritora Jazmina Barrera, del ensayo sobre maternidad "Pequeñas labores". Conversamos con Alejandro sobre este libro, sus ideas sobre la escritura y su trabajo como traductor.
—¿Cómo comenzó la idea de Tema Libre y cómo fue el proceso de armarlo?
—Se fue dando, no fue un armado tan intencional. Tema libre tiene algo de recopilación, pero también incluye textos muy recientes. Pasé los últimos tres años escribiendo otros libros, estos textos surgieron como interrupciones provechosas, como matices urgentes.
—Luego de haberlo escrito, ¿cuál es tu opinión sobre la idea de "tema"?
—Mi impresión es que se abusa de la idea de tema. El tema aparece, si es que aparece, cuando el texto está terminado. Al menos yo no escribo persiguiendo un tema. Más bien persigo una imagen, un espacio, una atmósfera. Por lo mismo, disfruto más de la escritura cuando no sé muy bien lo que estoy haciendo
—¿Crees que existe una contradicción entre pensar y escribir?
—No diría que exactamente una contradicción. Pero escribir es una forma de pensar detenidamente, intensamente. Mi impresión es que la literatura está ligada al momento en que te liberas de los planes y de los temas. Igual eso estaba, de algún modo, en Facsímil. Escribir es desprogramarse, desaprender, olvidarte del plan de redacción.
—En el libro dices que crees que existe un solo tema en la literatura: pertenecer. ¿En qué sentido lo dices?
—Lo digo en un sentido estricto: absolutamente todos los libros que se han escrito en la historia de la humanidad se pueden leer en función del deseo de pertenecer. Todo libro narra la construcción o la destrucción de un "nosotros", y ese "nosotros" puede apuntar al amor o una clase social o a un barrio o a un país o a lo que sea. Me parece, en definitiva, una mejor coordenada de lectura que imponerle una etiqueta, sobre todo porque permite abrir sentidos en los textos, no clausurados.
—¿Qué ha significado para tu escritura vivir fuera de Chile?
—Vivir afuera nunca fue un fin en sí mismo. Pero entrar en contacto cotidiano con otras formas del español ha sido aleccionador. En España, por ejemplo, me resultaba agresiva la forma en que hablaban los madrileños, me parecían violentos. Esa comunicación fallida fue importante. Me sirvió para entender mejor cuál en el español de Chile, cuáles eran las palabras o los tonos verdaderamente chilenos. No pienso en los modismos, que son obvios, sino en el ritmo y en palabras muy comunes, que no sabes que usamos de otra manera.
—Hasta que las ocupas afuera.
—Claro, la misma palabra "ocupar". Si pides ocupar el baño afuera te miran raro, porque en realidad es como si estuvieras diciendo "puedo entrar al baño y poner una banderita chilena y no salir nunca más de ahí"... Colecciono ese tipo de precisiones o descubrimientos. En otro sentido, descubrir algo así como una música en el habla chilena fue importante para lanzarme a narrar, para sentir el deleite de narrar. Y ahora no sé muy bien qué va a pasar, viviendo en México, pero me gusta esa incertidumbre.
—¿Y crees que escribir es más bien placentero o hay más sufrimiento?
—Es una mezcla de las dos cosas, pero al final gana el placer. En algún momento lo pensé de otra manera, pero ahora me resulta muy claro. Escribir para mí siempre fue un hábito, lo diferente es que en algún momento empecé a publicar. Por eso necesito ese aire de gratuidad, un verdadero fluir que está ligado al placer.
—En la contratapa dicen que en tu libro existe un momento en que el lector y el autor se vuelven un solo organismo.¿Ha sido así para tí?
—Sí, al menos para mí ha habido una alternancia entre soledad y compañía. La gente que lee o escribe se tiende a agrupar, entonces me gusta mucho esa alternancia entre leer y escribir y su puesta en circulación social. En ese sentido, el hábito de la firma inevitablemente traza una sola presencia, pero, a la vez, cualquiera que se meta dentro de sí mismo, al escribir, va a construir algo que va más allá de sí mismo. Escribir es algo que inevitablemente se proyecta, se enreda. Me gustan las comunidades que se forman en torno a la lectura y a la escritura.
—Fue parecido en el caso de la traducción conjunta de Pequeñas labores?
—Sí. Con Jazmina tradujimos un libro sobre maternidad y crianza justo cuando estábamos viviendo eso. Entonces muchas veces sentimos, de una forma muy concreta, que la autora nos traducía a nosotros.... Fue algo muy hermoso.
—Le dedicas este libro a tu hijo. ¿Cambió en algo la paternidad tu forma de ver la escritura?
—Mucho, todos los días. Aún no sé plenamente de qué manera, quizás nunca lo sepa. Siento una alegría sin sombras, inapelable, y el deseo de proyectarla es natural, es necesario. El desafío es trascender el escepticismo. Es fácil instalar el escepticismo puertas afuera y quedarte con la alegría puertas adentro. Pero no hay experiencias totalmente individuales o familiares. Lo personal es colectivo, cada vez más colectivo, y viene un tiempo hermoso de preguntas y desafíos grandes. De qué manera proteges a tu hijo, qué cosas quieres mostrarle y cuáles quieres que descubra por sí mismo.
—El libro es parte de una colección que se interesa en las vidas de otras personas. ¿Te gustaría escribir un libro como éste sobre otra persona?
—Claro que sí. Hay muchas vidas que me gustaría narrar. Desde hace un tiempo escribo un diario de diarios. Me interesa el diario como un espacio indeterminado, cada diario es distinto, tiene sus propias reglas, es imposible elaborar una teoría sobre los diarios de vida. Lo que hice, entonces, fue empezar un diario en que hablo exclusivamente sobre esos diarios. Me gusta que de verdad sea un diario, no un ensayo disfrazado de diario; dejar que entre la contingencia de la lectura. He descubierto cosas que son medio obvias, como que muchos autores empiezan el año prometiendo escribir más, dedicarse más al diario.
—En muchas ocasiones de Tema libre, y también en Facsimil, te interesas por la educación. ¿Cuál es tu visión de ella en Chile?
—Creo que falta mucho, pero mucho, en varios sentidos. El trabajo de un profesor es arduo. Es muy fácil convertirse en el profesor que odiabas cuando niño. Los mejores profesores son tremendamente autocríticos y siempre están insatisfechos con su manera de
enseñar. Algo ha cambiado la manera en que se enseña, pero no lo suficiente. En los colegios sigue habiendo profesores que se limitan a repetir una lección memorizada hace décadas o se lanzan en soliloquios eternos. Para mí un buen profesor no es quien posee todas las respuestas, sino más bien quien escucha y deja hablar y es capaz de hacer las preguntas correctas. Un profesor no se vuelve cercano porque use un lenguaje informal o piercings o zapatillas, sino porque habla de algo que le importa y lo conmueve; es capaz de comunicar también eso. Creo que la literatura juega ese mismo juego o debería bailar un ritmo parecido.
* * *
Penúltimas actividades
Tema Libre, de Alejandro Zambra. Ediciones UDP. 156 págs.
1. En un archivo de Word, en un máximo de cinco mil caracteres con espacios, describe, con la mayor precisión posible, la casa en la que vives. Fíjate especialmente en las paredes. Considera las grietas, las manchas, las huellas de clavos y perforaciones. Piensa, por ejemplo, en la cantidad de veces que esas paredes han sido pintadas. Imagina las brochas, los galones de pintura, los rodillos. Piensa en las personas que pintaron esas paredes. Evoca sus rostros, invéntalos. Considera luego las goteras, las imperfecciones del suelo, las alfombras (si las hubiere), los cajones que no cierran del todo, los utensilios de cocina, el estado de las manillas y de los interruptores, la forma y la calidad de los espejos (si los hubiere): pon especial atención a lo que los espejos reflejan cuando nadie los mira y recae sobre ellos la sospecha de su inutilidad.
2. Ordena los libros que haya en tu casa según su tamaño, pero no de mayor a menor, sino formando especies de olas o pirámides. No pienses, por favor, en la posibilidad de leerlos, no es ése el sentido de esta actividad. Tampoco te fijes en los títulos ni en los autores: enfrenta los libros como si fueran meros ladrillos imperfectos. Luego préndeles fuego y contempla las llamas desde una distancia prudente. Deja que el incendio crezca, pero procura que no se vuelva incontrolable. Respira un poco de humo, cierra los ojos cada tanto, ojalá no más de diez segundos. Piensa esto: todo incendio, por leve o fugaz que sea, es un espectáculo. Piensa en las nubes cuando arden los árboles. Enseguida trata de extinguir el fuego. Hazlo con serenidad y esmero, en lo posible con elegancia. Finalmente mira al cielo, donde debería estar Dios o alguno de sus epígonos, y da las gracias. Si pudiste controlar el incendio, si no estás, a estas alturas, muerto o a bordo de alguna ambulancia, si conseguiste -con o sin fe- dar las gracias a Dios o a alguno de sus epígonos, verás que hay libros
carbonizados e irreconocibles, y otros a medio quemar, o casi completamente destruidos pero reconocibles, incluso legibles, y también un grupo de ejemplares casi intactos, quizás un poco mojados o tiznados, pero recuperables. Junta los libros arruinados, deposítalos en maletas que no uses con frecuencia o bien en bolsas de basura reforzadas, tamaño Grande o Gigante; camina hasta el río más cercano, arroja los bultos a la corriente, mira al cielo y da las gracias, pero esta vez sin mayor ceremonia, sin énfasis, con verdadera familiaridad hacia Dios o hacia sus epígonos o hacia la entidad que cumpla o debería cumplir una cierta función trascendente.
En el caso de que no hubiera un río razonablemente cercano, deja las bolsas en el lugar donde, si vivieras en otra ciudad, en una ciudad diseñada -bien o mal- por ti, debería haber un río. Quédate mirando la corriente, concéntrate en la corriente hasta que sientas que avanzas.
De vuelta en casa lee los libros que sobrevivieron al incendio, y a) saca tus conclusiones, no elabores demasiado tus teorías: simplemente postula algunos sentidos, por abstrusos que sean, para el hecho justo o injusto, pero siempre caprichoso, de que hayan sido ésos y no otros los libros salvados del incendio; y b) piensa, pero sin una gota de dramatismo ni de autocompasión, si esos libros podrían, de alguna manera, salvarte a ti.
3. Anota tus impresiones sobre la actividad número 2 en un archivo de Word, tipografía Perpetua tamaño 12, interlineado doble, y en un mínimo de veinte mil caracteres con espacios.
4. Repite la actividad número 2 hasta que no quede en tu casa ningún libro legible o reconocible. Da las gracias siempre, no hará falta que mires al cielo, solamente alza las cejas. Y concéntrate cada vez en el río, en la corriente (hasta que sientas que avanzas). Luego, ya sin libros, empieza otro archivo. Escribe ahora sin restricciones de espacio, con la tipografía que más se parezca a tu propia letra, al recuerdo de tu propia letra manuscrita. Ahora sí habla sobre tu vida: la infancia, el amor, el miedo. Y sobre lo contrario del miedo, lo contrario del amor, lo contrario de la infancia. Y el hambre, la tos, todo eso. Haz memoria, no idealices, pero tampoco evites la idealización. Si hablas sobre personas que alguna vez fueron cercanas pero ahora te parecen remotas, no teorices sobre la distancia; intenta comprender esa antigua cercanía. No evites los sentimentalismos ni los gerundios. Después selecciona todo el texto, cópialo en otro archivo y borra los personajes que sinceramente crees que habría sido mejor que nunca hubieran nacido, porque te hicieron daño a ti o a las personas que amas.
5. Junta todos los archivos en uno, en el orden que prefieras. La configuración de la página debe ser A5, el interlineado sencillo y la letra opcional, pero se sugiere Perpetua, tamaño 12. Enumera las páginas en posición inferior derecha, busca un título, fírmalo con tu nombre o con un seudónimo o con el que crees que debería haber sido tu nombre, con el nombre que hubieras preferido tener. Sólo entonces, por primera vez, imprímelo todo y aníllalo. Has escrito un libro y esta vez no tienes que agradecérselo a nadie. Has escrito un libro, pero no lo publiques. Si quieres escribe otros y publícalos, pero ese libro no lo publiques nunca.
Foto superior de Mariola Guerrero