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Generaciones
A propósito de Poeta Chileno de Alejandro Zambra.
Anagrama. Barcelona, 2020. 421 páginas
Por Pablo Caldera Ortiz
Publicado en https://medium.com/ 13 de julio de 2020
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Dentro del grupo de gente que visita anualmente Chile están los que van por la belleza de Valparaíso o de Atacama, los que van por el mar o la fiesta o la comida, los que se encuentran por allí de camino y finalmente otro grupo, conformado por unos pocos: los que van por la poesía. Se dice que Chile es un país de poetas porque tienen a Huidobro, a Mistral, a Neruda, a Lihn, a Parra, a Zurita y a Rojas y también a Lemebel, pero en realidad son los poetas 
chilenos los que se encargan de decir que Chile es un país de poetas. Ya se sabe que la nacionalidad es el comodín más utilizado a la hora maximizar la pertenencia a un grupo y que pertenecer a un grupo es a veces la única manera de ser visible como artista, aunque eso difumine la diversidad y contraiga las singularidades de sus miembros.
Alejandro Zambra también fue un poeta chileno, un poeta chileno de finales de los noventa, es decir, un poeta chileno de la democracia, un poeta chileno nacido en dictadura, un poeta chileno de los nuevos y, como todo poeta chileno, un poeta chileno anti-nerudiano. Quizás dejó de ser poeta chileno cuando pasó a pertenecer a otro grupo que él mismo acuñó sin quererlo, el de la “literatura de los hijos”. El título de un capítulo de Formas de volver a casa evolucionó hasta servir de marco generacional, y aquello de los padres y los hijos se usó rápidamente para enlazar a una serie de escritores chilenos que tenían en común, principalmente, ser chilenos y jóvenes. Claro, bajo el paraguas de la literatura de los hijos también cupo el propio Zambra. Le duró poco aquella categorización — habrá que rebuscar en la literatura de sus compatriotas algún título novedoso con el que agruparlos de nuevo — y Poeta chileno ya no es un libro de la literatura de los hijos sino un libro sobre lo chileno y las relaciones entre vitalidad e inspiración, sobre la asunción del fracaso y las máscaras de la vulnerabilidad. En ningún caso es un libro sobre lo poético, porque Zambra entiende lo poético como característica explicativa de lo chileno.
Mientras que los escritores de la literatura de los hijos sentían, debido a la relación de sus padres con la dictadura, el peso de una culpa o de una condena al no poder escapar de esa filiación, en Poeta chileno toda relación natural se pone en cuestión: la familia es familiastra —en un espléndido pasaje, Gonzalo se queja de que el sufijo -astro tenga connotaciones negativas en español, y modele así al padrastro como una figura sospechosa, algo que no ocurre en francés o en alemán— y la identidad nacional es prácticamente una pose. Cualquiera puede convertirse en poeta chileno si se lo propone, incluso si no escribe poesía o si no sabe ni lo que es eso. La parte más extensa del libro está dedicada a narrar las desventuras de Pru, una neoyorquina que llega a Chile para investigar la figura de los poetas chilenos. Al final, Pru no sabe si se enamora de Chile o se enamora en Chile o quiere y cree enamorarse tanto que no se enamora, pero, paradójicamente, a pesar de su visión a priori externa, pasa a formar parte de la constelación de personajes que estudia: «le gusta entenderse a sí misma como una poeta chilena, una poeta chilena que no es poeta ni es chilena» (p. 332). Quizás el afán de pertenencia a una generación concreta borra la heterogeneidad de los poetas chilenos, aunque todas las generaciones sean un desastre y un constructo descarado: o las generaciones no existen o todo, cualquier gesto repetido dos veces, cualquier temática compartida por dos autores de la misma edad o “tierra”, es susceptible de convertirse en generacional. En todo caso, lo que une a los poetas chilenos realmente es otra filiación no natural, la amistad. Gonzalo y Vicente acaban, hasta donde sabemos, siendo amigos. También Pato y Vicente, Pru y Vicente o incluso puede que Carla y León. Alguien debería ir pensando en la literatura de los amigos.
