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Zambra narrador, Zambra poeta
"Poeta chileno" de Alejandro Zambra.
Anagrama. Barcelona, 2020. 421 páginas
Por Diego Felipe González Gómez
Publicado en El Tiempo, Colombia, 21 de junio de 2020
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¿Cómo se bautiza un poeta? O ¿quién puede llamarse a sí mismo poeta? Son preguntas que podrían ser el resumen de la trama de Poeta chileno, la nueva novela del escritor Alejandro Zambra, pero no son suficientes. ¿Qué es la familia y quiénes hacen parte de ella? Podrían ser otras preguntas que ayuden a explicar de qué se trata esta novela, pero tampoco darían una descripción completa. La verdad es que es una obra casi indescriptible porque también es una historia de amor, una historia sobre la felicidad, una historia sobre Chile y su obsesión por los poetas. Y, sin embargo, no es nada de eso. ¿Entonces de qué habla?
Arranquemos por escritores de poemas. Uno de los personajes principales es Gonzalo Rojas, un aspirante a poeta que hace todo lo posible para ser reconocido como uno, aunque al final diga que ya no escribe más. Su historia podría ser la de un fracaso, pero no es así. De joven cargaba con sus versos en la mochila, no había nada que le importara más que leer y escribir, nada salvo una novia de adolescencia: Carla. Ella era su lectora imaginada, casi su editora, así no le gustara mucho la poesía. Por cosas del destino se separan y terminan su primera relación, pero es en esos espacios vacíos entre los “grandes acontecimientos” donde está la belleza de la novela, en los detalles superficiales, en la vida cotidiana, en el sinsabor de los días que se repiten. Nueve años después vuelven a encontrarse, pero esta vez para conformar una nueva familia.
Ahí es donde aparece el segundo poeta: Vicente, el hijo de Carla. Desde que Gonzalo vuelve con ella también decide volverse el padre de Vicente o como lo dice el narrador de la novela: el poetastro; un intento simultáneo de padre y de poeta. Mientras los tres construyen esta familia tienen que inventar nuevas palabras, nuevas formas de vivir (incluidos paseos por los cementerios) y de entenderse, tanto que Gonzalo tiene que tratar de comprender por qué a su hijastro le gusta la comida para gatos, por qué su esposa odia al padre de Vicente y por qué él no logra ser poeta.
A lo último le encuentra solución, el resto tendrá que esperar. “Desde que publicas un libro, así sea malo, ya eres poeta”, dice uno de los protagonistas, y esa frase era el bautizo y la condena. Cuando Gonzalo publicó su primer libro sintió que había logrado ese sueño juvenil, ser nombrado entre esa casta de poetas, de poetas chilenos. Solo que no esperó que esto lo llevara a ganarse una beca para irse a estudiar un doctorado a Estados Unidos y que tuviera que abandonar a su familia. Al irse solo le deja a Vicente una biblioteca con libros que en un principio no comprende y no le importan, sin saber que serían la puerta de entrada para su nueva vocación.
Con esa partida, el foco de la narración cae sobre Vicente, que se convierte en el protagonista desde la mitad de la novela. Un joven delgaducho que crece sin entender muy bien su pasado, pero que con el tiempo le da sentido a su existencia a través de los libros, sobre todo los de poesía. Con la historia de Vicente, el lector empieza a entender por qué esa fascinación de Chile con los poetas y por qué siguen siendo tan importantes y hay tanto aspirante a poeta. Aquí es donde sale el Zambra más conocido, ese que habla de libros y literatura con una gracia única, como lo ha hecho en Tema libre, Formas de volver a casa, Bonsái o No leer. Repasa el canon chileno, inventa nuevos poetas, le queda tiempo para burlarse de Nicanor Parra y de Raúl Zurita, habla de esa vocación por escribir, de lo expuesto que se siente alguien al hacerlo y de cómo a partir de esa soledad del que escribe y crea es que se forma otra familia, la familia literaria.
Aquí se acaban los poetas, por un rato, y llegan los periodistas, o mejor llega Pru, una periodista gringa que trata de entender el delirio con los poetas en Chile. Con ella tendríamos al tercer personaje al que el narrador ilumina. Pru es una treintañera despechada que llega a Chile para huir de una Nueva York que le trae malos recuerdos. En ese vaivén del azar y la huida conoce a Vicente y junto a él va a escudriñar la ‘escena’ literaria chilena, el mundo de los poetas chilenos que le describen así: “O sea, Chile es clasista, machista, rígido. Pero el mundo de los poetas es un poco menos clasista. Solo un poco. Por último creen en el talento, tal vez creen demasiado en el talento. En la comunidad. No sé, son más libres, menos cuicos”. Y es a través de Pru que el lector llega al encuentro con Nicanor Parra, el antipoeta convertido también en lo que es ser poeta. Ahí sale otra característica de esta novela, el humor. Como dice el propio Parra: “La verdadera seriedad es cómica”.
Poeta chileno es una novela en la que los personajes y el narrador hablan. A todos los personajes uno los quiere, los odia a ratos y los perdona. Tienen vida, tanto que hasta Oscuridad, la gata de la familia y que es la portada del libro, la llegamos a querer como nuestra propia mascota. Si bien es la novela más ‘novelada’ que ha escrito Zambra –y por tanto la más distinta de todas las que ha escrito–, no se aleja de su estilo y de preguntas que lo han perseguido siempre, como las que se plantea sobre la legitimidad de lo masculino o sobre quién puede autodenominarse como un padre, un poeta, un amigo.
Y aunque lo fácil sea compararla con Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, sería una comparación muy desafortunada con Zambra, que más allá de una inspiración y referencia a Bolaño, creó unos poetas completamente alejados de los de aquel. Aquí todo se pone en disputa y, como las buenas novelas, está llena de dudas, más que de cualquier sentencia.