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Alejandro Zambra, lo bello y lo simple
Por Carolina Pulido
http://www.paula.cl/ 8 de Noviembre de 2018
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Conocí a Zambra hace unos 6 o 7 años, no por gajes del oficio, sino por cosas de la vida. Por entonces yo era una separada con muchas ganas de socializar y caí en un grupo de hombres y mujeres que pasaban por el mismo momento. Suena como un grupo de apoyo psicológico tipo alcohólicos anónimos, pero no, se trataba en realidad de varias personas que vagábamos medio huachas por el mundo y que, gracias a una amiga común, comenzamos a comunicarnos vía whatsapp o, para ser más precisa, a burlarnos de nosotros mismos, de nuestra soledad y aburrimiento, vía whatsapp.
El grupo fue un éxito como compañía para el día a día o como antídoto para cambiar el ‘mood’ los domingos de nostalgia, pero un fracaso en términos de conectar nuevas parejas (aunque es improbable que alguno de nosotros buscara por entonces una relación seria). Zambra se unió al final, cuando ya habíamos enfrentado un par de deserciones, siempre asumiendo un rol más de observador, aportando apenas con ocasionales toques de humor, siempre geniales. Recuerdo que fuimos juntos a ver a Blur al Nacional y recuerdo un carrete bailable en su casa, llena de libros apilados por todos lados y un gato que se creía perro.
El alma de la fiesta
Yo había leído dos de sus libros: Bonsái y La vida privada de los árboles, y ambos me habían parecido de una belleza delicada, íntima, melancólica y sencilla, y por lo mismo me sorprendí al conocer la personalidad histriónica del autor, un tipo que se reía de su incapacidad para bajar de peso, que fumaba como chimenea y que básicamente se robaba la película con su gracia y sus chistes. Nada de mínimo ni de delicado ni de sencillo, pero adorable.
El grupo terminó por desintegrarse y varios de los miembros perdimos contacto. Tiempo después lo llamé para invitarlo a un programa literario que yo conducía por esos días en un canal de televisión por cable. Se trataba de una entrevista para hablar de su nuevo libro, Facsímil, un experimento creativo poético que le había resultado realmente hermoso y a la vez doloroso, o al menos así lo percibía yo.
Me dijo que sí a regañadientes, y ahí supe que Zambra odiaba las entrevistas, que a veces lo asaltaban unas migrañas insoportables y que por entonces estaba lejos de sentirse en condiciones de hablar por una hora sobre sus libros frente a una cámara. Pero lo hizo. Después opinó que se veía muy gordo y me pidió disculpas por hablar tanto y tan lento. Por latear, básicamente, mientras yo no paraba de agradecer la posibilidad de conversar así, largo y tendido, con el escritor más admirado de su generación. Al menos el que más lejos había llegado y, sin duda (no tiene caso intentar esconderlo), uno de mis autores favoritos.
Escribir sin saber dónde te llevará
Desde el año pasado Zambra vive en Ciudad de México, cerca del bosque de Chapultepec, pero está pasando unos meses en Chile junto a la que hoy es su mujer, la ensayista y editora mexicana Jazmina Barrera, y el hijo de ambos, Silvestre, de once meses. Vino a hacer clases y a lanzar su nuevo libro Tema libre, publicado por Ediciones UDP, que reúne tres conferencias, cuatro relatos de ficción y cuatro ensayos muy personales. Un engendro estilístico que al autor le carga etiquetar: “Este libro muestra la forma en que yo escribo, un poco como diario de vida, cuaderno de notas, sin intención de decir nada trascendente. Me interesa el momento del boceteo, escribir sin saber dónde te va a llevar. Muchas veces estás escribiendo tu novela y te das cuenta de que el plan que tenías va a fracasar y llegas a un lugar completamente distinto, a algo que tenías dentro, que no conocías”, me cuenta un viernes por la tarde en el café del GAM, semanas después de un intercambio epistolar del que surgió una parte de esta entrevista, y minutos después de la sesión fotográfica que acompaña este artículo.
Pero Alejandro, ríete un poco, siempre sales tan serio en las fotos, le digo pensando en la cara de hastiado o de enfant terrible o de intelectual misántropo con que suelen ilustrar las solapas de sus novelas. “Es que me siento ridículo posando. No era la idea. No me dediqué a escribir para que me tomaran fotos”, dice. Y luego, sonriendo: “Lo importante es que me vea flaco. Que me apliquen photoshop, mucho. No importa que nadie me reconozca después”.
— ¿Te complica dar entrevistas?
— Prefiero entrevistar, aunque lo he hecho poco. Es que después de publicar me olvido un poco de los libros y es cuando más tengo que hablar de ellos. También le puedes hacer mucho daño a un libro que acabas de publicar. Es como hablar de un hijo: corres el riesgo de clasificarlo más de la cuenta.
Gracias, Roberto Carlos
La colección de la que es parte Tema libre contempla el retrato de sus autores en las tapas de los libros, una nueva moda literaria que a Zambra no parece acomodarle, por lo que el volumen que ya está en librerías figura con una imagen suya de niño, en tiempos de preescolar, en la que posa muy serio, casi al borde del puchero, como diciendo déjenme en paz, por favor. Y uno mira la foto y siente que lo conoce de aquellos días, quizás por la intimidad que transmite su pluma, o por esa tendencia suya a hurgar en los recuerdos y encontrar allí material creativo, o quizás porque Zambra habla en sus libros de muchas cosas, pero en el fondo siempre habla de sí mismo, se desnuda, a ratos parece que divaga con su conciencia o que repite esas preguntas que le surgen a uno a primera hora de la mañana camino al trabajo, como por qué Camilo Sesto gritará “melancolía” en Vivir así es morir de amor, con un tono tan poco melancólico.
“Siempre escribo como hablándole a alguien que no existe. Quisiera no perder el contacto. Me pasa también cuando hago clases; cuando veo que un estudiante está en otra parte hago muchos esfuerzos por traerlo de vuelta, quisiera siempre tener esa intensidad del diálogo, también en la amistad, qué se yo. En la escritura siempre siento que hay algún grado de apelación, que estoy mirando a alguien a los ojos y esperando una respuesta”.
Y sí. Tema libre muestra el pensamiento de alguien que está acostumbrado a hablar solo, seguro que en voz alta. A ratos le saca a uno carcajadas y a ratos también revisa y comparte pedazos de textos de otros autores (ahí están Teillier y Ezra Pound y Emily Dickinson) y divaga pasando de un poema a un recuerdo y de un recuerdo a una canción de Fito Páez (que fue la banda sonora de su romance pueril y veraniego con una argentina) o a otra de Roberto Carlos, a quien responsabiliza de su amor por la literatura: “Queda mejor decir que uno empezó a escribir después de leer a Huidobro o a Rimbaud, pero creo que en mi caso todo empezó con esa canción de Roberto Carlos”.
— Cuentas en Tema libre que la única actividad literaria que disfrutas son las lecturas públicas. ¿Cuál es el tema con la figuración?
— No es que me compliquen las actividades públicas en sí mismas, es que no las disfruto. Las lecturas sí, ahora, porque aprendí. Antes me salía muy mal leer mi poesía, también porque los textos eran muy malos. Como a los 21 lancé un libro llamado Bahía inútil, muy malo, pero a los 27 escribí otro de poesía, que sí me gusta, Mudanza; de hecho cuando lo escribí cambié muchísimo, me gustó cómo influyó ese poema en mí.
—¿Te pasa eso?
—Sí, tengo una relación muy emocional y cercana con los libros, muchas veces me han hecho entender lo que estoy viviendo, no durante, sino después. El caso de Mudanza es ese.
Abrazar la simplicidad
La prosa de Zambra es limpia, luminosa, no permite la doble lectura. Su lenguaje es simple, está lleno de imágenes y carece por completo de preciosismo. “Hubo un momento -recuerda- , cuando estaba en la universidad, en que me sentía muy incluido en este mundo universitario. La gente hablaba un metalenguaje que solo entendían unos iniciados y yo me sentía parte de aquel grupo, pero eso fracasó estrepitosamente como a mis 23 años. Yo tenía una visión mucho más optimista de mi participación en ese mundo porque después resultó que, claro, no tenía trabajo, por ejemplo. Sentí el fracaso. Y esa decepción fue muy buena porque me aferré a la escritura y al deseo de comunicar, que es muy básico, entonces todo ese metalenguaje me pareció que iba en la dirección contraria de la que yo quería tomar. No quería renunciar a la complejidad, pero tenía intenciones de abrazar la mayor simplicidad posible”.
—¿Por qué escribes?
—No quiero nunca estar obligado a publicar un libro. Escribo por placer, por necesidad y por hábito, en el sentido más estricto, como lavarse los dientes. Tengo costumbre, es algo que hice desde muy chico. Esta abuelita genial que tenía yo nos inculcaba siempre que escribiéramos. No era ella una gran lectora, pero sí nos escribía poemas. El hábito se me pegó. Nunca quise ser escritor hasta muy grande, estaba más preocupado por ser malo para otras cosas: para la pelota, aunque me habría encantado ser futbolista; para la música, aunque la amaba y era mi sueño. No tengo mucha conciencia de haber querido ser escritor, pero siempre escribí. Digamos que jugaba a eso. Cuando estuve en la universidad seguí jugando a eso, pero no sé si me lo creía. Y luego lo necesité.
—En Tema libre hablas por primera vez desde ti mismo, en primera persona. ¿Cómo te llevas con el pudor?
—Nunca he tenido mucha sensación de pudor. Bonsái es una novela sobre eso, sobre ese momento en que uno creía que no se podía hablar de uno mismo. Por otra parte, siempre hay una tensión entre el yo y el nosotros y para ver a los demás tienes que verte a ti mismo en primer lugar. No defiendo ni estoy en contra de lo autobiográfico. Hay grandes libros del yo y pésimos libros del yo. Sí creo que ha habido un bloqueo en mucha gente de mi edad, que todos hemos ido venciendo: la sensación de que tu experiencia es intrascendente, que es una trampa del sistema. También están estas supuestas tendencias: hay que escribir de esto o de esto otro. Yo jamás he leído una novela porque habla de un tema. No voy a la novela por eso.
Además de Tema libre, Alejandro Zambra está entre las novedades literarias con otros dos libros: No leer, compilación de textos sobre el placer de leer y escribir lo que se piensa, que acaba de ser reeditado y aumentado por Anagrama; y Pequeñas labores (Hueders), un ensayo sobre la maternidad de Rivka Galchen, que Zambra y su mujer tradujeron juntos después de leer en inglés “porque no se parecía a todos esos libros sobre embarazo y crianza moralizantes y toscamente pedagógicos”.
—¿Cambió tu mirada de las cosas desde que eres padre?
—Mucho. Por ahora lo entiendo como una reaparición de lo sagrado, de la felicidad, de lo definitivo. Pero me cuesta formularlo. Siempre cuesta formular la felicidad, parece innecesario. La experiencia de la paternidad no me era ajena, porque fui padrastro durante varios años de una niña que conocí cuando ella tenía seis y ahora tiene 22. La sigo viendo a veces y la quiero mucho. Pero nunca había tenido un hijo propio. No sé todavía cómo se reflejarán estos tiempos nuevos en la escritura. Todos los días encuentro matices. Por lo pronto, tengo menos horas al día para escribir, pero escribo más.
Nostalgia
—¿Cómo va tu vida en México? ¿Cómo se ve Chile desde allá?
—Llevo ya un año y medio viviendo en México y está todo muy bien. Es primera vez que vivo afuera sin ticket de vuelta, no tengo idea si volveré. Hablo en plural ahora, ese es, por supuesto el cambio fundamental. Iba a decir “no sé si volveremos”, absurdamente, porque nunca vivimos, como familia, aquí. Igual tengo quizás demasiado presente Chile todo el tiempo, todos los días. Lo veo, lo comparo, lo extraño. Extraño a mis amigos, me gustaría llevármelos a todos para allá, pero son muchos. Comparar países es inútil o falsamente útil, pero lo hago todo el día. Trato de entender esta nueva distancia, hacerla provechosa para mirar mejor mi país, pero a veces siento que me equivoco, que lo estoy perdiendo. No que estoy perdido, porque creo que pocas veces he estado menos perdido que ahora, pero sí me viene una nostalgia que nunca antes había sentido.
—Mucho has escrito sobre tu experiencia en el Instituto Nacional. ¿Es un trauma?
—No, no lo creo. Es un colegio que te cambia mucho la vida. No sé si los colegios deberían cambiarte tanto la vida. Me encantaría también hacer una película sobre ese colegio. O sea, quizás verla es lo que me gustaría. Hacerla no, que alguien la haga. Las doscientas pichangas simultáneas en el recreo largo, ese caos visto desde el segundo piso. Me encantaría ver esa imagen en una película.
—Supongo que Silvestre no irá a un colegio como ese. ¿Cómo debería ser ese lugar para que te deje feliz, a ti y a su madre?
— Ay, danos consejos mejor.
—Mejor una pregunta fácil, como cuál es tu signo de puntuación favorito, o cuál debería desaparecer…
—Desaparecer, ninguno. Hubo un tiempo en que estaba muy en contra de los puntos suspensivos, pero ya se me pasó. Y fui fanático de los paréntesis, pero ya no. Y por supuesto no hay nada más elegante que un punto y coma bien puesto, pero no es habitual toparse con uno. En general me gustan todos, ahora son como emojis descoloridos, hay que cuidarlos…
—¿Qué has estado escribiendo en el último tiempo: ficción, poesía, ensayo, de todo un poco?
—De todo, también algunas cosas difíciles de clasificar. Llevo como tres años escribiendo varios libros a la vez. No sé por qué. Pensé que naturalmente alguno prevalecería o que se mezclarían, pero no. He seguido escribiéndolos y ahora estoy empezando a terminarlos. Empezando a empezar a terminarlos. Espero pronto empezar a terminar de terminarlos.
img: Jaime Palma