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Someter a prueba el presente
Alejandro Zambra,  Facsímil,  México, Sexto piso, 2015, 89 pp.

Por Ave Barrera
http://confabulario.eluniversal.com.mx/




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Escribir literatura experimental implica una buena cantidad de riesgos. Por ejemplo, que el juego no se entienda, que carezca de sentido, que el lector no esté dispuesto a jugarlo, o peor, que el artilugio lo distraiga de la idea que se quiere comunicar. Facsímil, la cuarta novela de Alejandro Zambra, está escrita a modo de examen de opciones múltiples. La nota introductoria aclara: “La estructura de este libro se basa en la Prueba de Aptitud verbal, en su modalidad vigente hasta 1994”. El título viene de la asociación que se hace en Chile de la palabra “facsímil” a esta prueba, y desde el primer “ejercicio” se pone en tela de juicio. La instrucción dice: “marque la opción que corresponda a la palabra cuyo sentido no tenga relación ni con el enunciado ni con las demás palabras.”

1. Facsímil

A. copia

B. imitación

C. simulacro

D. ensayo

E. trampa

El juego de subjetividad consiste en fingir que elegimos una de varias opciones, cuando es justamente la diversidad de “respuestas” posibles lo que le va dando forma al relato, o mejor dicho, a nuestra particular lectura del relato. En esto de la narrativa experimental, como ya se sabe, importa más lo que cada lector interpreta que lo impreso en la página, aunque es lo impreso lo que da la pauta para interpretar.

Para algunos, el simple hecho de que la propuesta narrativa sea distinta a lo que se espera de una novela representa, de entrada, un obstáculo (aquí uno podría arrugar la nariz y decir cosas como “yo a esas mafufadas ni les entiendo” o “es demasiado elevado para mí”, con ironía, claro). Por eso, más que reparar en el hecho de que la propuesta sea distinta, innovadora o ingeniosa, me interesa poner los reflectores en lo que comunica y estimar, desde ahí, por qué vale la pena jugar el juego.

Toda propuesta literaria, por clásica o experimental que sea, es válida en tanto que la estrategia responda a las necesidades de lo que se pretende transmitir. El fin justifica los medios. En este sentido Facsímil es una apuesta bien lograda que va mucho más allá de la ocurrencia y del juego esteticista. La novela de Zambra parte de lo concreto y lo presente para acercarnos al tema de la dictadura Chilena. No narra de forma directa los hechos o las secuelas del régimen militar, sino que deja entrever los efectos a largo plazo, la onda expansiva que retumba en el individuo y lo aturde. Facsímil hace un recuento mínimo del estado de las cosas, le toma el pulso a la memoria del horror en el presente para hablar del desencanto de los que heredaron la deuda moral de un pasado infame. La estructura narrativa es, a final de cuentas, una metáfora que abarca al texto en su conjunto, y establece una denuncia de los mecanismos más sutiles de control de pensamiento: las opciones múltiples, que ni son opcionales ni son múltiples sino diversas, caleidoscópicas.

En las novelas anteriores de Zambra –Bonsái (2002),  La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011)– la narración se caracteriza por estar muy próxima a la ficción autobiográfica. En Facsímil, por el contrario, la voz que dice “yo” es mucho más compleja, no solo por tratarse de una novela polifónica, sino por el modo gradual en que las diferentes voces van iluminando el rostro de los personajes y, a su vez, los diferentes personajes van dando forma al relato, aunque fragmentario y ambiguo. Las líneas temáticas que atraviesan la novela permiten leer el texto como un todo, aunque ese todo, hay que decirlo, no es sino el conjunto entrelazado en la mente del lector, los espacios vacíos que el lector dibuja y completa al ir uniendo puntos. Con todo, la complejidad de lo narrado hace muy buen equilibrio con la claridad de una prosa transparente y sobria.

La primera parte, cuyos “ejercicios” están formados por palabras solas, se encuentra mucho más próxima a la poesía. Los vocablos se relacionan entre sí solo a partir de lo que dicta la instrucción, y despliegan su capacidad de hacer sentido, de sumarse y modificar la idea general a cada paso. De este modo la novela le plantea al lector las reglas del juego y empieza a girar el caleidoscopio. La ironía se arraiga en el modo imperativo de las instrucciones, para sostener el oscuro humor que prevalecerá en la totalidad de la obra, impregnada de un sarcasmo cáustico que se hace cada vez más concreto y más hiriente contra sí mismo conforme identificamos al narrador, a los personajes.

En un inicio el sujeto de la enunciación se encuentra borrado por completo, el primer ejercicio es totalmente impersonal y sólo tenemos una instancia vaga, aparentemente superior, que es quien ordena a “usted”, lector, seguir las reglas. Luego aparece una segunda persona (“Sueñas que pierdes un hijo”) que tiende el gancho de identificación con el lector mediante de la proyección en el “tú” de una instancia narrativa que se corresponde con un hombre adulto, joven, muy amargado. De ahí comienzan a desplegarse las voces de seres desencantados y sin remedio, conforme las opciones dejan de ser opciones para convertirse en relatos fragmentarios que pertenecen a un triste todo.

Las posibilidades de interpretación son muchas. La novela llega hasta donde el lector permite. El resultado es una burla amarga, resentida, sin esperanza que guarda relación con las deudas familiares, con las dificultades de la relación entre padres e hijos, entre el presente y el pasado. La herencia es un peso, la paternidad es un lastre. La frialdad acerada de las aristas que conforman esta novela niegan cualquier posibilidad del amor, cualquier asomo de optimismo. Ese es el estado de las cosas que recapitula la novela de Zambra, un afán por alargar “una y otra vez la película absurda de la vida”. Y como ya se sabe, el último bastión de la derrota es nada menos que la ironía.



 



 

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Alejandro Zambra, Facsímil, México, Sexto piso, 2015, 89 pp.
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