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Ficcionalización del recuerdo en Formas de volver a casa de Alejandro Zambra.
Bárbara Aburto Bórquez
Magíster en literatura chilena e hispanoamericana
Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile
barbara.aburto85@gmail.com
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Resumen
El presente trabajo de investigación y análisis tiene el objeto de generar una propuesta de lectura del texto “Formas de volver a casa” de Alejandro Zambra como una novela inmersa en el contexto latinoamericano contemporáneo que aborda en su médula diversas temáticas contingentes, entre las cuales, y para los efectos de este análisis se consideraran el ejercicio de la ficción, la memoria y la subjetividad. Desde estas aristas se pretende probar que en el texto la memoria es una construcción ficcional de la literatura que pretende rehacer o recrear los sucesos del pasado y que el autor, a lo largo del texto evocara los difusos pasajes de antaño remarcando siempre que rememorar es inventar, pero no desde un artificio deliberado e irreal, sino entendiendo la subjetividad borrosa de la infancia como una vía más para historizar la reflexión del presente.
Palabras claves: Literatura de dictadura, artificio y artefacto literario, memoria y subjetividad del pasado.
Abstract
The objective of this essay is to generate a reading proposal of the book Formas de volver a casa from Alejandro Zambra which is a novel related to the modern latinamerican context. Some topics that we can find in the book are the fiction, the memory and the subjectivity. From this point of view it will intent to prove that the memory is a fictional construction used by Literature which purpose is to remake or recreate past events, and the author throughout the story will evoke some moments from the past saying that when we remember we invent, but this is not done from an artificial or unreal perspective, on the contrary, the author understands the subjectivity from the childhood like a way for creating the historian reflexion of the present.
Keywords: memory, subjectivity, literary artifice and literary artifact.
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Los hijos de la dictadura: la generación de Zambra
Un tópico de la narrativa chilena del último tiempo es el rescate y exploración que se realiza en torno a la experiencia que significó para muchos chilenos vivir en dictadura con el mutismo o el sigilo de la clase media, su servilismo ante las élites y su complicidad con los atavismos del poder en Chile. Así, los nacidos en los años setenta y ochenta, que eran niños durante la represión, a los que sus padres protegían silenciando antes que compartiendo, son hoy una destacada generación de narradores que intenta comprender el contexto- social político en el que crecieron para así poder rellenar los huecos que dejaron esos silencios o vacíos de la infancia y adolescencia en época de dictadura. En ese contexto podemos mencionar los proyectos narrativos de Nona Fernández, Alejandra Costamagna, Leonardo Sanhueza, Rafael Gumucio y por supuesto, Alejandro Zambra.
Esta camada generacional, nominada como la de los hijos de la dictadura, tienen una visión crítica de la transición a la democracia en su país, concuerdan en el gusto por el cuento o la novela breve, las influencias de la poesía y del vanguardismo, la abundancia en sus relatos de rasgos estilísticos como la prosa directa, casi cinematográfica y los diálogos escuetos, casi carverianos[1] en algunos casos.
En estos trabajos escriturales abundan los saltos en el tiempo, las tramas paralelas en el presente y un pasado de miedo, sangre y plomo. Esta literatura, llamada también de posmemoria ofrecerá, entonces una vuelta al pasado, un retorno nostálgico a la infancia signada por el vacío y la afasia como seña identitaria narrada a posteriori para construir o reconstruir el yo. Estas construcciones literarias se configuran como relatos de segunda mano donde los narradores se hacen cargo como pueden de lo que vieron a medias o intuyeron intentando rescatar otros afectos. Como dice Zambra “Ese mundo de mentira en que crecimos a la rápida” (Zambra, 65), no abordando el pasado sólo desde el homenaje, sino también cuestionando, interpelando y reconstruyendo desde la imaginación relatos definidos como ficcionales, aunque con indudables elementos referenciales.
A diferencia de gran parte de la crítica literaria nacional, que ha visto en “Formas de volver a casa” un gesto casi inequívoco de la historia y del proceso dictatorial chileno, en este ensayo toda fidelidad de la imagen queda suspendida, incluso la misma noción del recuerdo se pone en duda por lo tanto la propuesta de lectura que se ofrece del texto “Formas de volver a casa” de Alejandro Zambra hace alusión a lo que afirma el teórico literario Paul Ricoeur cuando dice : el pasado es una construcción discursiva de la que participa el trabajo de la imaginación y en la que el objeto de referencia es inexistente y para volverlo presente exige ser reconstruido, como una construcción simbólica del lenguaje.[2] Es decir, el texto se leerá desde el entendido que la memoria es una construcción ficcional de la literatura que pretende rehacer o recrear los sucesos del pasado. Desde este punto de vista, recordar es inventar, pero no desde un artificio deliberado e irreal, sino entendiendo la subjetividad borrosa de la infancia como una vía más para historizar la reflexión del presente. Como bien señala Ricoeur, el rememorar es un acto de construcción simbólica ya que la creatividad y la imaginación del artista opera significativamente cuando se evocan tiempos de antaño.
La obra “Formas de volver a casa” de Zambra no es puramente un proyecto narrativo ligado a la memoria en el sentido de archivo o testimonio, sino que problematiza esta acción por medio de recursos formales, mostrándose consciente de los procedimientos ficcionales que propone. La novela se concibe no como la recuperación de una historia a partir de un testigo presencial de aquellos años, sino como un ejercicio de creación y reflexión instalado en las fronteras de la realidad y la ficción, que contribuye a enriquecer las perspectivas sobre aquel pasado traumático, en alguna medida, interrogando el trauma.
Aunque el texto pueda ser catalogado como realista, o, que para su elaboración se haya escogido información de la realidad, (hechos de la historia real) utilizando como ejes centrales de su narración la memoria y los recuerdos y llegando a ser considerado autobiográfico, se debe tener en cuenta que se trata de un constructo narrativo, lo que implica una interpretación, selección y significación de la información en la que está basada. Por lo tanto continua siendo una construcción narrativa escrita y, el resultado, un objeto de ficción que aunque pretenda ser veraz en cuanto a narrar los hechos lo más posiblemente apegados a la realidad, siempre estará presente el inconveniente de la legitimidad de las fuentes, de los criterios hermenéuticos y de las perturbaciones de sentido propias a toda construcción verbal.[3]
El poeta y narrador chileno Alejandro Zambra Infantas pertenece a la generación de post golpe. Nacido en la ciudad de Santiago en 1975 es reconocido dentro de la literatura chilena contemporánea porque ha escrito sobre la misma en diversos medios de prensa chilenos. Ha colaborado también en las revistas “Turia” y en el suplemento “Babelia” de El País y actualmente trabaja como profesor de Literatura de la Universidad Diego Portales. Destacan entre sus publicaciones los libros de poesía “Bahía inútil” (1998) y “Mudanza” (2003), la colección de ensayos “No leer” (2010) y las novelas “Bonsái” (2006) y “La vida privada de los árboles” (2007) que han sido traducidas a diversos idiomas. Bonsái fue galardonada con el Premio de la Crítica como la mejor novela chilena de 2006 y convertida en película con el mismo título por Cristián Jiménez, estrenada en Cannes en la sección de 'Un certain regard'.
En “Formas de volver a casa (2011), se cuenta la historia de un escritor que narra su infancia en los ochenta, en plena dictadura militar chilena. El protagonista realiza una suerte de trayectoria autobiográfica y retrospectiva por su infancia, con los ojos del presente, o lo que puede ser también un relato biográfico del presente a la luz de su niñez, de sus historias de juventud. El personaje principal observa su propia historia pero al detenerse ve traducida en ella a toda una generación, hijos del silencio impuesto en el país. Creciendo en el seno de una familia de clase media que, sin embargo, no tuvo ningún tipo de participación activa con el proceso chileno, el narrador enjuicia la experiencia suya y la de su familia a la luz de la imagen que tiene de la dictadura ya siendo un adulto. “Mientras el país se caía a pedazos nosotros aprendíamos a hablar, a caminar, a doblar las servilletas en forma de barcos, de aviones” (Zambra, 56) .Sin embargo, esta reflexión le implica también al narrador y protagonista escenificar el problema de la escritura de esas memorias, de cómo contar la historia que desea contar. Zambra ilumina sólo algunos rincones del doloroso pasado en Chile pero no se aventura a hacer juicios sobre inocencia, culpas ni perdón y bajo la forma de un diario, apuesta a descubrir la cara de ese pasado difuso. En el texto, dirá “Leer es cubrirse la cara, escribir es mostrarla” (66). La decisión de no protegerse es explícita, así como también la de no proteger la historia de sus vacíos y contradicciones, los hoyos negros de lo que aún permanece demasiado cerca.
La memoria o la invención de la misma lleva al personaje a reflexionar retrospectivamente y centrar su atención en la figura estricta y distante de su padre, en el sometimiento y abnegación de la madre, en ambos como sujetos indiferentes al conflicto político debido al retorno de la derecha al gobierno, a su viejo amor de la infancia que visto desde el presente fue todo un fracaso y al episodio traumático de los terremotos, del ochenta y cinco y del dos mil diez, con el miedo consiguiente, y la destrucción. La obra finaliza con la imagen nostálgica de un hombre en vela tras el terremoto, quien mira estupefacto por la ventana los autos que pasan como quien espera algo o a alguien.
La remembranza que constantemente está haciendo el personaje central hacia la construcción de su pasado nos lleva a especular con respecto a qué es lo que acumula la memoria a partir de la escritura y cómo se reconstruye el pasado retornando a él una y otra vez en el relato creado, ficcionalizado, imaginado desde las ruinas del recuerdo y la historia.
Algunas aproximaciones críticas a Zambra.
Francisco Ángeles, escribe el artículo “Volver a Zambra” en él que da cuenta de que en las novelas “Bonsái” (2006), “La vida privada de los árboles” (2007) o “Formas de volver a casa” (2011) hay un hilo conductor que articula las obras y este tienen que ver con el proceso de dictadura y post golpe vivida en Chile, al punto de quizás afirmar que existe un narrador homogéneo lo que podría hacer de su proyecto una suerte de trilogía. Son novelas que de algún modo revelan relatos íntimos del autor, su pasado de infancia silenciosa, sus traumas, sus fracasos y sus profundas incertidumbres, bordeando en ocasiones el sinuoso género de la autobiografía. El último escrito del autor viene a ser una construcción literaria que intenta saldar cuentas con la sombría temática de la post dictadura que parecía inevitable para todo escritor latinoamericano que nació o vivió bajo alguna de las dictaduras que reinaron en el continente hace menos décadas de lo que ahora parece. Zambra asumió el reto, señala Ángeles, y en honor a la verdad, “Formas de volver a casa” parece, de partida, la historia forzada del escritor que se arriesga en territorio ajeno y sin culpa.
El artículo enfatiza en el ejercicio de Zambra de escribir novelas íntimas y autobiográficas como relatos que le dan la espalda a un pasado oscuro por el que no se siente culpa, porque en el fondo, esta generación perteneciente a los 80’, al menos en Chile, afirman haber vivido en un mundo velado por la inocencia , creciendo al alero de una crisis social- política colmada de violencia e injusticias de la que ellos no formaban parte, como bien se señala en el texto cuando el narrador asume que la única culpa es no sentir culpa alguna, es ahí donde se llega al punto más álgido de la novela – señala Ángeles.
Al abordar estas cuestiones, el autor alcanza las mejores páginas no sólo de este libro, sino del conjunto de su obra. Y de ese modo, también se convierte en un aporte a una discusión acerca de qué papel cumple el escritor en esta época en que la verdad ya ha sido revelada y qué hacer frente a las evidencias. El autor de este artículo se cuestiona: ¿Se puede seguir escribiendo novelas después de las masacres, las guerras civiles y los crímenes estatales que han asolado América Latina en las últimas décadas?
Luego de estas reflexiones Ángeles invita a leer a Zambra, apuesta a cualquiera de las tres novelas, entendiendo que se trata de un proyecto unitario en torno al ejercicio de escarbar en los laberintos del pasado reciente.
Andrés Urzúa de la Sotta, en su artículo “La invención de la memoria: apuntes sobre Formas de volver a casa” intenta demostrar que si bien dicha novela, en términos generales, se ha leído como un reflejo más bien nítido de la historia chilena, sobre todo de la década de los ´80 y del proceso dictatorial, la verdad – afirma – es que lo que el autor hace es recrear o reinventar la memoria a través de una construcción literaria ficcional.
Urzúa demuestra a través de varios autores, entre ellos, varios teóricos literarios, cómo Zambra demuestra en su obra que la memoria es frágil e imprecisa, y que el narrador declara explícitamente el carácter dubitativo de su memoria. La imprecisión del recuerdo, señala Urzúa, por ejemplo, se va expresando a partir de la irrupción del adverbio temporal “ahora”, que inmediatamente marca la artificialidad del proyecto literario. Es decir, frente al tiempo del pasado, se introduce un tiempo del narrador (o más bien del autor), un “ahora” que es el tiempo de la construcción narrativa, del proceso de escritura de la novela. El autor parece estar absolutamente consciente del trabajo ficcional que le compete al ejercicio literario, pero a la vez no es capaz de distanciarlo del todo del discurso de la memoria. Urzúa cita a Zambra diciendo: “Avanzo de a poco en la novela. Me paso el tiempo pensando en Claudia como si existiera, como si hubiera existido. Al comienzo dudaba incluso de su nombre. Pero es el nombre del noventa por ciento de las mujeres de mi generación” (Zambra, 53) y luego complementara diciendo:“Me paso el tiempo pensando en la memoria como si existiera, como si hubiera existido. Al comienzo dudaba incluso de su nombre. Pero es el nombre que siempre ha tenido, si mal no recuerdo. No me cansa el sonido, tampoco. Memoria. Mala memoria” (56). De ahí que dicha memoria, entendida como el área más vital en el ejercicio de la escritura cobre una inusitada importancia. La novela adquiere las características de una caja de resonancia donde conviven voces y recuerdos pretéritos.
La figuración de trabajo de Urzúa es relativamente clara: Alejandro Zambra, en “Formas de volver a casa”, articula un discurso metaficcional que está al servicio de la invención de la memoria, es decir, de una memoria frágil e imprecisa, la que desnuda por momentos su propia artificialidad. Esta observación, añade el autor, se podría aplicar a gran parte de la poesía o más bien de la metapoesía lihneana, sobre todo la que se publicó durante la década de los 60’, referente al ejercicio de metaficción que propone.
Por último, en el artículo se hace mención a que el discurso de Zambra enuncia constantes quiebres en el relato, en los cuales se evidencia el proceso del artificio literario, sacando a relucir los vínculos entre historicidad y memoria subjetiva.
Alejandra Costamagna en el artículo “Formas de volver a casa, la rebelión de los hijos” señala que se trata de una novela que se resiste a ser novela y cuestiona, durante el proceso mismo de su escritura, los límites de la ficción.
Costamagna pone el acento en que es interesante observar cómo se evoca una memoria personal que se entronca con la histórica donde la polifonía de una generación que vivió su infancia en dictadura, requiere con urgencia recuperar los hilos de un tejido deshilvanado, disperso y desdibujado, para preguntarse quiénes son, quiénes fueron o más bien, quiénes pudieron haber sido y en qué se han convertido los adultos de hoy que eran niños en los 70’ y 80’ intentando encontrar explicaciones, no para juzgar, sino más bien para entender o reunir las figuras dispersas de un álbum familiar y asomar la cabeza a esas imágenes borroneadas en una esquina de la memoria.
Costamagna asegura que “Formas de volverá casa” se trata de una construcción narrativa que, mientras avanza en la historia y la cristaliza, va también borrándola y volviéndola a escribir. Asegura, la autora, que Zambra va desertando de la grandilocuencia, de la pirueta críptica, de los laberintos estructurales, de la intriga y del final redondo para hacer brotar, en cambio, muñones de una historia posible.
La memoria en los textos de Zambra – añade – aparece como un sitio baldío, lleno de maleza y chatarra, con más plazas desiertas que jardines bien cuidados. Un lugar donde podemos perdernos o tratar al menos de perdernos, ya que el extravío funcionaría como motor narrativo.
Lecturas y vías de abordaje a una novela de Zambra.
En Chile, el proceso de fin de la dictadura e inauguración de la llamada transición a la democracia admitió una serie de estrategias comunicacionales en el discurso oficial. Hacia los 90´ el orden preponderante surgía de una dictadura potentemente represiva, donde, prácticas como la persecución, la tortura y la desaparición eran alentadas desde las más altas esferas del poder, como medida para finalizar con un movimiento de masas que exigía cambios radicales al sistema y amenazaba la posición de la clase dirigente.
El nuevo gobierno de concertación se formuló gobernar desde el consenso, lo que implicó, no solo el transar con el proceso de la dictadura y mantener muchas de sus estructuras, sino que toda una operación oficial de desmemoria, una política oficial del olvido, que se planteó esclarecer el estado de cosas, como si el statu quo no hubiese sido fruto de la tortura y la muerte y una censura a la memoria histórica y al pasado para evadir la conflictividad del recordar.
En este contexto de desmemoria, no es de extrañar que la producción literaria se inclinara hacia el rescate de lo que el discurso oficial negaba: la reconstitución de las muchas vidas involucradas en la represión y la resistencia de los años de la dictadura. El rescate de la memoria de la represión y la coyuntura autoritaria, en consecuencia, fue asumido por la literatura como una labor de resistencia hacia un orden de cosas que negaba esa memoria, como un contradiscurso.[4]
Desde esta óptica, se puede decir que el autor de “Formas de volverá casa” escribe desde la herencia del ser, podríamos decir, que intenta reconstruir un pasado, no sólo para cimentar un futuro, sino para poder sobrellevar situaciones que arrastra consigo el tiempo. Esto le permite el desarrollo y la elaboración de una historia, proporcionando un sentido a su existencia como también de búsqueda de la trascendencia, considerando sobre todo, la perspectiva generacional de una época a la que él pertenece y las situaciones vividas en el pasado, que finalmente son la marca con la que nuevas generaciones enfrenta el futuro.
En el texto teórico de Nelly Richard, “La insubordinación de los signos” la autora hace mención al proceso de dictadura y comenta que:
De todo el repertorio simbólico de la historia chilena de estos años, la figura de la memoria ha sido la más fuertemente dramatizada por la tensión irresuelta entre recuerdo y olvido entre latencia y muerte, revelación y ocultamiento, prueba y denegación, sustracción y restitución ya que el tema de la violación a los derechos humanos ha puesto en filigrana de toda la narración chilena del cuerpo nacional, la imagen de sus restos sin hallar, sin sepultar. (Richard 13)
Aquí cabría señalar que en el texto “Formas de volverá casa” el narrador vuelve al pasado y dirá con respecto a sus recuerdos ligados al contexto político- histórico que en ese momento y en su condición de niño, no dimensionaba quién era el personaje que interrumpía la programación en televisión pero que ahora, de adulto, podía ver con claridad y establecer un juicio valórico del mismo y al mismo tiempo, y como señala Richard, establecer la tensión de esos recuerdos. La infancia entonces se asocia a la ingenuidad y la incertidumbre en este pasaje en que la memoria del sujeto que narra, pese a ser subjetiva, posee retazos de objetividad, en cuanto al contexto:
En cuanto a Pinochet, para mí era un personaje de la televisión que conducía un programa sin horario fijo, y lo odiaba por eso, por las aburridas cadenas nacionales que interrumpían la programación en las mejores partes. Tiempo después lo odié por hijo de puta, por asesino, pero entonces lo odiaba solamente por esos intempestivos shows que mi papá miraba sin decir palabra, sin regalar más gestos que un a piteada más intensa al cigarro que llevaba siempre cosido a la boca. (Zambra 9)
Cuando Richard habla de sepultura, se refiere a imágenes o pasajes sin recubrir de una especie de duelo o discordia histórica que no termina de asimilar el sentido de la pérdida y que mantiene, en ese sentido, una versión inacabada, transicional y que ha dado pie a los trabajos escriturales de estos últimos años referentes a la memoria.
En este sentido, “Formas de volver a casa” forma parte de este grupo de producciones literarias que se vinculan directa o indirectamente con el tema de la dictadura en la cual el narrador, a través del ejercicio de la memoria, trae al presente sucesos del pasado lleno de tiranteces y violencia. Así el narrador dirá: “Vivíamos en una dictadura, se hablaba de crímenes y atentados, de estado de sitio y toque de queda” (Zambra 10).
De este pasado incierto y fracturado surge el relato íntimo o autobiográfico en el que, según nuestra postura, el autor recrea el ayer contándonos una historia que en gran medida es producto de su imaginación aunque con claros atisbos del contexto histórico real. Por ejemplo cuando en “Formas de volver a casa” el narrador dice:
Quiero iluminar sólo algunos rincones pero no estoy seguro de hacerlo bien. Me siento demasiado cerca de lo que cuento. He abusado de algunos recuerdos, he saqueado la memoria, y también en cierto modo, he inventado demasiado. (Zambra 64)
En este pasaje del libro notamos la falta de nitidez de las reminiscencias que bien parece intencionado y como la noción del recuerdo se pone en duda. Cuando el narrador dice “he inventado mucho”, lo que hace es reconocer claramente que está consciente del trabajo ficcional que le compete al ejercicio literario.
Según Richard ese pasado histórico no es un tiempo irreversiblemente estancado ni congelado bajo el modo del ya fue que condena la memoria a cumplir la orden de reestablecer servilmente su memoriosa continuidad (Richard, 14). Más bien ese tiempo, el de post golpe, no fue sellado (13), ha quedado ciertamente inconcluso o como diría la autora fracturado o trizado e invita a una generación de escritores, los que eran niños en esa época, a re-explorar y re-crear en distintas direcciones esa memoria de un modo activo, a reinventar la memoria a la sombra de una historia de violentaciones y asperezas.
Leonor Arfuch cita a De Mijolla en su texto “El espacio biográfico” y en él hace el alcance de que es precisamente la nostalgia y la pesadilla del tiempo pasado, la belleza y el terror, lo que retrotrae al pasado y a la infancia como lugar imaginario de un poder siempre irrealizado.[5] Zambra dirá: Me gustaría estar en contra de la nostalgia, donde quiera que miro hay alguien renovando votos con el pasado. Recordamos canciones que en verdad nunca nos gustaron, saludamos a compañeros de curso que nunca nos simpatizaron, saludamos a brazos abiertos a gente que repudiamos (Zambra, 62). Se refiere, en este sentido, a la pérdida en el amplio sentido de la palabra, que tratará de compensar la crítica y la escritura, dotando de una forma específica a lo que es en verdad efímera, incomunicable y que alienta tanto en los autobiógrafos como a otros artistas contemporáneos a los que el género ha despertado profunda curiosidad. Desde punto de vista reza la creencia existencialista que la nostalgia más terrible es añorar los hechos que no se vivieron, y en el caso, específico de esta novela ni siquiera añorar, sino no entender la raíz de la identidad actual.
En cuanto a relatos íntimos , la autobiografía, según Arfuch, consistirá en el relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia (Arfuch 45), en ese sentido en “Formas de volver a casa” de Alejandro Zambra, se podría decir que el enunciador realiza una confrontación rememorativa entre lo que era y lo que ha llegado a ser, es decir, la construcción imaginaria de sí mismo como otro, de su identidad (47) a partir del contexto, en este caso particular, por el trauma o por recuerdos propios o de otros que van haciendo de la historia individual un suceso valorable. Y como añade Jelin, es imposible pensar en la memoria y la identidad de manera separada pues ellas están ligadas en cuanto los acontecimientos rememorados: son la manera en que el sujeto construye un sentido del pasado (Jelin 27) para poder enfrentar el futuro.
La memoria, entonces o lo referente a los recuerdos del pasado no son una inquietud ajena al contexto político y cultural, al contrario, la memoria funciona como un mecanismo cultural para fortalecer el sentido de pertenencia a grupos y comunidades, es un espacio de lucha política contra el olvido (Arfuch 10). La memoria, en palabras de Ricoeur es el presente del pasado,[6] lo que define la identidad personal y la continuidad del sí mismo en el tiempo consistente en el conjunto de huellas o vestigios dejadas por los acontecimientos que han afectado al curso de la historia y que tienen la capacidad de poner en escena actual esas remembranzas comunes.
Ahora bien , al recordar uno incorpora un factor añadido a la cosa real, a la experiencia resucitada a través de la imaginación, como si la memoria jugara el papel de inventar otra realidad, aparente o imaginada, que se empalma con cualquier instante del pasado.[7] Y con ello sería posible pensar en “Formas de volver a casa” desde la perspectiva de una literatura que revisa exploratoriamente un universo de sensibilidades, desdeñando casi la idea canónica del escritor como secretario de una época. Al contrario, se propone un ejercicio más modesto pero no por ello menos rotundo. El narrador intenta contar la historia de acuerdo a lo que recuerda, socaba en su pasado, pero en la medida que avanza en la novela duda de sus recuerdos y dirá: “Me paso el tiempo pensando en Claudia como si existiera, como si hubiera existido. Al comienzo dudaba incluso de su nombre. Pero es el nombre del noventa por ciento de las mujeres de mi generación”. (Zambra 53)
Y con ello confirma que la memoria, a decir de Ricoeur es una construcción discursiva de la que participa el trabajo de la imaginación y en la que el objeto de referencia es inexistente y para volverlo al presente exige ser re-construido, como una construcción simbólica del lenguaje (Klein 2). Zambra cuenta los hechos más significativos de su vida re-describiendo el mundo pero sin que dicha narración llegue a configurar una historia de vida completa sino como una especie de collage o sucesión de fragmentos o recuerdos signados por la ficción, en ese sentido, no tiene por horizonte decir certezas sino sobrepasar el límite de lo real, como sostiene Klein ya que la narración de vida pone en escena lo inaccesible, y es, al igual que la ficción, generador de significados (4).
En el texto “Los usos de la memoria” de Tzvetan. Todorov, se hace mención acerca de que el pasado no se inscribe mecánicamente en el presente sino, solamente y siempre, su representación. Afirma el teórico que lo queramos o no, no se tiene nunca acceso a todo en el recuerdo, sino a algunos vestigios de lo que ha sido y finalmente añade que los hechos mismos no se encuentran tal cuales, en la naturaleza, es decir, son siempre el resultado de una construcción, consciente o no (Todorov 5) de la memoria como expresión verbal de una experiencia subjetiva, individual o colectiva. Es decir, en palabras de Todorov el individuo-sujeto ha vivido él mismo un hecho y restituye sus recuerdos pero recreándolos, ficcionalizando o inventado. Es así como, en palabras de Klein, el sujeto narrador de sí mismo no posee más que las huellas de su ser pasado que han quedado en su memoria, por tanto, el relato no reproduce el pasado ni encuentra su sentido, sino que produce el pasado y produce el sentido (Klein 3) ya que el pasado, como bien afirma Beatriz Sarlo en su obra “Tiempo pasado”, es ineliminable (Sarlo 10) pero puede estar sujeto a recreaciones.
Construir donde hubo olvido será por siempre la tarea de una narrativa capaz de revisitar su tiempo pretérito.
Conclusiones
Zambra no nos engaña tratando de seducirnos con un texto que se perfile como una narración histórica, por el contrario, en todo momento proclama sutilmente que estamos ante un artefacto literario e insta a que reflexionemos sobre la realidad desde una perspectiva que necesita de un muy bien estructurado artificio para apuntalar las especulaciones que surgen a partir de los conflictos de un país fracturado que aún se rasga las heridas del 73. El autor intenta resucitar el pasado de una generación que vivió en medio de la crueldad, de incontables víctimas y de cómplices que se convirtieron en peones de un tablero manejado por el gobierno.
El pasado, entonces, se configura como una invención de la memoria si se piensa en ésta como una forma de imaginación. A lo largo de este trabajo investigativo se sostuvo que el pretérito es una invención de la memoria, en efecto, puede afirmarse que al recordar recreamos lo que vivimos a veces hasta el punto de almacenar recuerdos completamente falsos e inciertos.
En la obra de Zambra notamos cómo el narrador está influido por sus emociones y deseos, y evoca su pasado pero al mismo tiempo recrea esa memoria influyendo en la naturaleza misma, como ya lo afirmaba Todorov algunas páginas atrás, de la información real.
El recuerdo actualiza el pasado, en el entendido que la literatura es representación, es decir, presenta de nuevo. De ahí que las situaciones y personajes que aparecen en “Formas de volver a casa” son retazos cotidianos de un pasado histórico signado por la tragedia social, donde la muerte fue naturalizada hasta el punto de convivir puerilmente con ella, como le ocurre al narrador de la novela. Más allá de la memoria, sabemos que las marcas del horror conviven en el mar espeso y proceloso del pasado, como vestigios borrosos de una identidad presente o como la necesidad perentoria de ficcionalizar el pasado, sin por ello negar su veracidad.
Finalmente, podemos decir que Zambra aborda temáticas, relativamente contemporáneas, y expone puntos de vista y verdades que son expresadas y aceptadas por un número considerable de aficionados a su lectura. Es el recurso literario el que le sirve de transporte para esta transformación de la realidad. Además de ser el elemento más poderoso de metamorfosis que utiliza para ocultar un entorno, situación o circunstancia que quizá no le gustó vivir. Ya lo afirmaba Vargas Llosa al sostener que “las novelas mienten” — no pueden hacer otra cosa — pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, “mintiendo, expresan una curiosa verdad, que sólo puede expresarse encubierta, disfrazada de lo que no es, pues no se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla” (Vargas Llosa 17).
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Notas
[1] Raymond Carver, fue el cuentista estadounidense más importante de la segunda mitad del siglo XX. Los críticos asocian los escritos de este autor al minimalismo y le consideran el padre de la citada corriente del realismo sucio porque sólo trataba temas cotidianos, con un estilo seco y sin concesiones metafóricas. Entre sus obras conocidas se encuentran “
Catedral” (1984) o “
De qué hablamos cuando hablamos de amor” (1981), y también interesantes volúmenes de poesía.
Habría sido Gordon Lish, quien supuestamente habría sido el encargado de la amputación de sus cuentos, cambiado finales a varios de los escritos de Carver, modificando títulos, borrando y depurando a tal punto que se adjudica a su nombre el nacimiento del estilo Carveriano, con todo su utilitarismo, lo escueto de sus frases y lo preciso de sus imágenes.
[2] Paul Ricoeur está citado en el texto “Ficción de la memoria” de Irene Klein (2). Básicamente explica cómo el pasado siempre se transforma en una construcción simbólica, es decir, el discurso creado a partir de las evocaciones de tiempos anteriores es una ficcionalización, es una invención cargada de elementos significativos para el autor. La imaginación, sostendrá Ricoeur es clave cuando recordamos.
[5] De Mijolla citado en Leonor Arfuch , “El espacio biográfico” (p. 104)
[6]Ricoeur citado en Jelin, (p. 19)
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Bibliografía
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Artículos de la web
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