Proyecto Patrimonio - 2020 | index | Alejandro Zambra | Antonio Díaz Oliva | Autores |
Alejandro Zambra:
“Son días feroces, de las marchas pasamos a la distancia social”
Por Antonio Díaz Oliva
Publicado en La Tercera, 11 de abril de 2020
.. .. .. .. ..
“Hay poetas chilenos que escriben sobre el fracaso y se vuelven exitosos”, dice el narrador de la última novela de Alejandro Zambra (1975). “Y hay poetas chilenos que escriben sobre el fracaso y fracasan”.
Puede que aquella frase refleje la esencia del último libro del autor chileno residente en México. Una novela que explora y juega con la idea de que Chile es un país de poetas. Aunque tal vez Poeta chileno, tal como dice su autor, es en realidad no una, sino “dos novelas cortas que se intersectan”. Dos novelas en las que varios personajes entran y salen de la poesía chilena. Como Gonzalo, un poetastro que quiere ser poeta, pero que también es padrastro de Vicente, un niño adicto a la comida para gatos que años más tarde se niega a estudiar en la universidad y prefiere convertirse, claro, en poeta. Esto a pesar de su orgullosamente solitaria madre, Carla, o de León, un padre mediocre dedicado a coleccionar autitos de juguete. A este elenco hay que sumarle a Pru, una periodista gringa convertida en testigo accidental de ese intenso mundillo de poetas e impostores que se pelean por la beca Pablo Neruda, que toman schops en La Terraza, que frecuentan la librería Metales Pesados y que aspiran a tener un poema en una de esas antologías de poco tiraje que, sin embargo, “son las guías de teléfonos de los poetas jóvenes, aunque quizás los poetas jóvenes no entenderían la comparación, porque crecieron en un mundo en que las guías de teléfonos estaban dejando de existir”.
Poeta chileno tiene 400 páginas, lo cual suma más que las tres primeras novelas de Alejandro Zambra juntas: Bonsái (2006), La vida privada de los árboles (2007) y Formas de volver a casa (2011). Fue justamente con esta última -un ajuste de cuentas con los años 80 y la dictadura- que el chileno pasó de exitoso autor latinoamericano a uno alabado globalmente. Porque desde entonces, Alejandro Zambra publicaría un relato en la prestigiosa revista The New Yorker, el crítico James Wood lo elogiaría en aquella misma publicación, y Andrew Wylie, quien maneja la obra de Bolaño, Borges, Philip Roth y Susan Sontag, se convertiría en su agente.
Hace tres años que el escritor chileno vive en Ciudad de México, donde oficia de padre y, con su pareja, la autora Jazmina Barrera, alternan horas de escrituras en un cuartito al que llaman, en broma, “Chile”.
“Creo que al principio pensaba en Poeta chileno como una novela no tan corta, como mis dos primeras, pero igual corta. Al imaginarla surgía un fraseo parecido al de algunos cuentos de Mis documentos o al de los textos finales de Facsímil. Recién tomé conciencia de lo larga que era cuando empecé a corregirla”, dice el autor, también, de dos libros de poesía: Bahía Inútil (1998) y Mudanza (2003).
Debido al coronavirus, toda promoción de Poeta chileno ha sido suspendida, incluido un viaje a Chile para presentar la novela en la Universidad Diego Portales.
“Son feroces estos días en que de las concentraciones y marchas pasamos a la distancia social obligatoria, y de la crítica furiosa y lúcida a las instituciones surgió la obligación, aceptada a regañadientes, por supuesto, de confiar en ellas”, comenta Zambra sobre la situación actual. “Es muy raro de pronto escuchar a Piñera o a Mañalich, por ejemplo, y suponer que está diciendo la verdad. No sé. Son días muy tristes y raros, es casi imposible no pensar en la muerte todo el rato. Yo pienso mucho en esos viejos, en esos enfermos para los cuales la sola palabra futuro suena a broma pesada”.
—Las grandes novelas, por lo menos en América Latina, traen a la mente el Boom, aunque Poeta chileno no busca ser una novela total, ¿no?
—Poeta chileno quiere ser la novela que es, nada más. Tampoco Bonsái o La vida privada de los árboles nacieron para alimentar debates literarios, para nada. Siento que para escribir tengo que alejarme del ruido literario, que paraliza, que jode. Yo adoro algunos libros del Boom, también me gustan autores que quedaron fuera de ese lote. Y sobre todo no crecí en el Boom ni mis referentes eran narrativos. Me gustaban las palabras y de ahí salté, gracias a varios azares, a la poesía. Aunque ya estoy bien viejo, aún me siento un advenedizo en esos debates sobre el Boom o sobre la ficción y la no ficción. O sea, son medio exógenos, extranjeros, en especial españoles y gringos. Recuerdo haberlo pasado muy bien leyendo a Vargas Llosa, ahora me encantaría decir que nunca me gustó, pero sus libros me impresionaron, y también su ensayo sobre Madame Bovary, que leí muy chico, por casualidad, cuando acababa de leer Madame Bovary.
—Dices que Poeta chileno es como “dos novelas cortas que se intersectan”, ¿pensaste la estructura?
—Claro que la pensé, aunque yo tiendo a creer que escribir es más bien destruir los planes, las ideas previas. Eso es lo que más disfruto: cuando veo que salen de mi cabeza frases inesperadas. Igual, esta novela tiene muchos orígenes, pero creo que entreví o vislumbré algo parecido a su forma final cuando apareció justamente la última escena. Casi toda la novela es el pasado acumulándose sobre la ligereza del presente. Son dos novelas cortas, tal vez, que se intersectan, y sobre todo son dos personajes que, por así decirlo, se intersectan en ese terreno resbaloso de la poesía chilena, en esa comunidad rabiosa y solidaria, en esa familia, al fin y al cabo, más duradera, más sólida de lo que en un comienzo parecía.
—Una de las ideas erráticas que se tiene -o se puede tener- sobre la poesía chilena es que los poetas son como seres graves o estatuas. ¿Era tu idea que en esta novela los poetas chilenos parecieran menos solemnes?
—Es que esa idea es muy antigua, también. Esa idea tan solemne de la poesía ha sido dinamitada mil veces. Y también ha sido dinamitada la dinamitación. No sé si me interesaba exactamente desmitificar, pero me resultaba aburrido mitificar. ¿Para qué? No me entusiasma la literatura demasiado afirmativa, incluso si estoy de acuerdo con lo que afirma. Y los poetas que aparecen en mi novela están en el mundo, participan de la sociedad, algunos a veces se dan color o dan jugo pero están en el mundo: son profesores, dan talleres o trabajan en otras cosas, a veces hacen oficios que odian, pero su verdadero trabajo es subterráneo e incondicional, vocación pura. Me interesa, en sí misma, la vocación literaria. No darla por supuesta, narrarla, intentar comprenderla. También influyó en la novela, de algún modo, esa frase tan citada de Gombrowicz: “No se puede hablar poéticamente de la poesía”. Este libro habla de poesía y, sin embargo, creo que es por lejos mi libro menos literario. Me gusta esa contradicción, me interesa.
—-En esta novela los poetas se parecen más a Buster Keaton que a Pablo Neruda. Hay más énfasis en situaciones cómicas antes que trágicas.
—No creo que tenga sentido separar artificialmente lo cómico de lo trágico. Mirados de cerca, todos somos medio misteriosos y medio ridículos. Más que retratar la escena de la poesía chilena, así, como propósito, onda proyecto Fondart, quería habitar los espacios que los protagonistas habitan o intentan habitar. Es una comunidad que más o menos conozco, por supuesto, y que más allá de cualquier mito o chiste es valiosa, intensa, estridente y silenciosa, heroica, autocrítica, llena de ambigüedades, tristezas, entusiasmos y rencores.
—De no haberte desviado narrativamente, es decir, de haber continuado únicamente con la poesía, ¿qué tipo de poeta te imaginas, o te gusta imaginarte, siendo?
—Supongo que escribir novelas fue mi manera de acercarme a la poesía. Desde un lugar distanciado, pero nunca he abandonado el deseo de deshacer esa distancia. Escribo a diario cosas que podrían ser consideradas poemas, no te creas, nada que tenga sentido publicar, pero escribo. Y si Facsímil hubiera sido presentado como un libro de poesía, supongo que habría sido leído desde ahí, para bien o para mal. Me parece que es el libro mío más aceptado por los lectores exclusivos de poesía y el más resistido por los lectores exclusivos de narrativa. Es imposible que una tradición como la chilena te sofoque o te obstruya. Nuestra primera idea de la literatura ya traía instalada lo antiliterario. Una tradición que incluye La nueva novela, de Juan Luis Martínez, genera una libertad formal compatible con toda clase de experimentos. Igual, tengo que decir que me divertí mucho escribiendo los poemas de mis personajes. Era un ejercicio liberador. Escribir malos poemas. Me salen bien los poemas malos.