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Zambra y los poetas

Por Ignacio Echevarría
Publicado en El Cultural, 13 de julio de 2020




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"Yo soy un poeta fracasado. Puede que todos los novelistas quieran escribir poesía primero y, al ver que no pueden, intenten escribir relatos cortos, que es el género más exigente después de la poesía. Y si también fracasan en eso, sólo entonces, empiezan a escribir novelas.”

Lo dice William Faulkner, en su asombrosa entrevista de The Paris Review.

Me acordé de Alejandro Zambra cuando releí estas palabras días atrás. De Zambra y de su última y preciosa novela: Poeta chileno (Anagrama).

Podría haberme acordado de Roberto Bolaño, también. De hecho, me acordé también de Bolaño, pero lo hice a través de Zambra y del muy recomendable ensayo que le dedica en su libro No leer (“La poesía de Roberto Bolaño”, se titula).

Bolaño y Zambra empezaron los dos escribiendo poesía y, llegado un momento, se pasaron al relato y a la novela. Zambra da vueltas a eso en su ensayo sobre Bolaño.

No sé Zambra, pero Bolaño nunca llevó del todo bien lo de haberse pasado a las filas de los novelistas. Quizá por eso decía aquello que Zambra recuerda al comienzo de su texto, eso de que la mejor poesía del siglo XX había sido escrita en forma de novela.

“En el Ulises de James Joyce está contenida La tierra baldía de Eliot, y es mejor que La tierra baldía de Eliot”, recuerda Zambra que dijo Bolaño en una entrevista.

Cualquiera sabe lo que pensaría Faulkner sobre eso. Tampoco estoy muy seguro de lo que piensa Zambra. Ni siquiera estoy muy convencido de que Bolaño lo pensara de verdad, aunque puede que sí, por lo menos a ratos.

El caso es que Zambra, como Bolaño, aunque mucho después, y de muy otra manera, empezó escribiendo y publicando poesía (Bahía inútil, en 1998, Mudanza, en 2003). De ahí pasó a escribir relatos novelados, o más bien novelas bonsái, y también relatos propiamente dichos, y novelas con casi envergadura de novela, como  Formas de volver a casa  (2011). También artefactos bastante inclasificables, algunos melancólicamente lúdicos, como  Facsímil  (2014), otros a medio camino entre el relato, la crónica y el ensayo, como  Tema libre  (2018). Y ahora, de pronto, se descuelga con una novela de más de 400 páginas cuyos protagonistas son casi todos poetas.

También eran poetas los protagonistas de Los detectives salvajes, de Bolaño. Como dice alguien en  Poeta chileno, parecería que  “los novelistas chilenos escribimos novelas sobre los poetas chilenos”.  ¿Será porque en ese país, que arrastra el tópico de ser “tierra de poetas”, se cumple más que en ningún otro eso que decía Faulkner, de modo que sus novelistas, en su mayor parte poetas fracasados, o más bien desertores, cargarían con la culpa de serlo y por eso escriben sobre poetas?

Cualquiera sabe. Aunque de pronto me vienen a la cabeza unos cuantos nombres de novelistas chilenos en que no se cumpliría este dictado.

En cualquier caso, Zambra ha escrito una novela de poetas, sobre poetas, y resulta inevitable conectarla con la que escribiera Bolaño, también de poetas y sobre poetas. De hecho, el nombre mismo de Bolaño pulula por las páginas de Poeta chileno, por las que desfilan, con su nombre propio o figurado, los de otros muchos escritores, poetas y satélites de la apretujada y siempre beligerante constelación literaria chilena, que es una constelación de poetas, no pocos de ellos metidos a narradores.

De toda su generación, Zambra es el escritor que mejor ha leído a Bolaño y el que mejor lo ha asimilado, como prueba el hecho de que se atreva a escribir una novela como ésta y salga no sólo bien parado, sino indemne de cualquier sospecha de epigonismo.



 

 

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Por Ignacio Echevarría
Publicado en El Cultural, 13 de julio de 2020