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Tema libre, de Alejandro Zambra: payaso lento
Por Culto
Publicado en La Tercera, 3 de Noviembre de 2018
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Pese a que los contenidos de este libro son variados -conferencias, ficciones y ensayos en torno a asuntos literarios-, prima aquí, de principio a fin, un tono personal, en ocasiones personalísimo, que le permite al autor abandonar con frecuencia tal condición y convertirse en la clase de individuo con que el lector se sentiría cómodo en casi cualquier situación. Esto siempre resulta grato de descubrir en escritores que uno admira, como ciertamente me sucede a mí con Alejandro Zambra, pero lo es aun más en este caso, puesto que Zambra demuestra en estas páginas una capacidad memorable para reírse de sí mismo. Y es bien sabido que la madurez -en cuanto a hombre, autor o escritor- tiene mucho que ver con ello.
A los veintitrés años, Zambra era profesor en un colegio de Curicó. Viajaba dos veces por semana al sur y se enfrentaba a estudiantes de enseñanza media “que eran completamente indiferentes a cualquier cosa que yo les dijera y demostraban esa indiferencia tirándome papeles a la cara”. Dos décadas más tarde, el escritor se regocija de anunciar que la primera palabra pronunciada por su pequeño hijo fue papá: “La dice todo el tiempo, es la única palabra que dice. Todavía le cuesta, eso sí, la bilabial oclusiva sorda p, por lo que momentáneamente la reemplaza por la bilabial nasal sonora m”.
Aludiendo a la reconocida lentitud con que habla, Zambra tiene un par de cosas bastante ágiles que decir. La primera es que manifiesta aprensiones al respecto, “porque hablar lento suscita la sospecha de estupidez”. La segunda, en cambio, guarda relación con sorprendentes revelaciones lingüísticas: “En los años setenta el chileno Alberto Noya, más conocido por su nombre artístico de Pernito, y sus hijos Tuerquita y Bebé, se convirtieron en los payasos más famosos de la televisión colombiana. Por eso los colombianos piensan que los chilenos hablamos como payasos. Pero yo hablo más lento. Yo soy un payaso lento”.
Por supuesto que no todo es chirigota en Tema libre: aquí abundan profundas disquisiciones en torno a la escritura, a la lectura (“Lo que ahora espero, como lector, es justo lo que buscaba a los nueve años: no aburrirme”), la traducción y los procesos creativos envueltos en tales actividades. La gracia es que estos temas están abordados desde una perspectiva tan simple en apariencia, tan inteligentemente elaborada, tan al alcance de cualquiera, que por algunos segundos, o incluso por un par de minutos, el autor puede hacernos creer que escribir bien es algo igual de simple que barrer o sacarle punta a un lápiz. En este sentido Tema libre es un libro peligroso, ya que puede incitar a cualquier gallipavo a coger la pluma y lanzarse a articular inepcias.
Las confesiones tampoco escasean en el libro: Zambra reconoce que sonaría mucho mejor decir que aprendió a escribir luego de leer a Huidobro o a Rimbaud, “pero creo que en mi caso todo empezó con esa canción de Roberto Carlos” (“El gato que está triste y azul”). Y si hablamos de canciones, Zambra demuestra el mismo buen oído que sus lectores le conocemos desde hace años, claro que aplicado ahora a esa infamia de cantinela llamada “El amor después del amor”, del inefable Fito Páez: “Cuánto se habrá demorado Fito Páez en escribir esa letra? ¿Cinco minutos? ¿Diez segundos? ¿O nunca la escribió y cuando había que llenar la música le dijeron ‘algo tenés que cantar, flaco’, y él dijo lo primero que se le vino a la cabeza?”.
En una pieza llamada “Penúltimas actividades”, Zambra ofrece una serie de terribles y ominosos consejos para armar un primer libro (entre otras actividades peligrosas, uno debe incendiar su propia biblioteca siguiendo un orden claramente establecido). Habrá libros que se salven de las llamas, nos asegura el autor. Y uno confía en que Tema libre será uno de ellos, pues pertenece a esa rara clase de escritos que uno anhela que jamás lleguen a su fin.