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Alejandro Zambra: "Este siempre va a ser mi libro favorito"
"Literatura infantil", Anagrama, 232 páginas

Por Roberto Careaga C.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 21 de mayo de 2023



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Más que un volumen de cuentos o ensayos, Literatura infantil registra el impacto vital que ha tenido para el escritor haber sido padre. Su hijo Silvestre ronda los relatos, diarios, poemas y crónicas que Zambra reúne en un libro que le restituye a la paternidad una belleza que parecía erradicada de la literatura latinoamericana.


No es fácil que suceda, pero si pasara, Alejandro Zambra (Santiago, 1975) estaría feliz. O al menos, curioso. Que un hombre que esté a punto de ser padre o acaba de serlo llegue a una librería pidiendo algún manual de paternidad y que en vez de conseguir uno de autoayuda, le entreguen por error el nuevo del mismo Zambra, Literatura infantil. No trae instrucciones, pero sí narra la experiencia de un hombre que tiene su primer hijo y, quizá, también funciona como una guía para principiantes. Eso sí, no proporciona datos muy obvios: que una superstición sensata es que un padre debe dejar de respirar un momento para que su guagua lo haga; que no está mal tener hijos solo por curiosidad; que la dieta perfecta consiste en que el niño suba cien gramos y el padre los baje bailando con él; o que el inevitable lumbago de acunar tiene una doble cara, la felicidad.

"La literatura le ha cedido a la autoayuda casi todo el espacio reflexivo que la paternidad requiere. Pero en los libros de autoayuda no solemos encontrar más que consejos manidos y a veces humillantes", escribe Zambra en Literatura infantil y la frase sirve no solo para constatar lo insoportablemente obvio de esos manuales, sino también para avisar que en su nuevo libro el autor de Formas de volver a casa no está para obviedades: a contrapelo de una serie de nuevos textos de mujeres latinoamericanas —incluido uno de la esposa del escritor, la mexicana Jazmina Barrera, Linea nigra— que están desmitificando la ideas clásicas de la maternidad, Zambra reflexiona sobre la paternidad hasta restituirle un encanto que parecía erradicado de la literatura actual.

Recién lanzado en todo Hispanoamérica, Literatura infantil no es un libro para niños. Hecho de cuentos, poemas, diarios y crónicas de aliento ensayístico, se trata del eco de la experiencia de Zambra de haber sido padre. Silvestre, su hijo de cuatro años, recorre todas las páginas de un volumen escrito desde la ternura y la vulnerabilidad. "Cuando nació Silvestre fue muy natural escribir sobre eso. Siempre escribir fue eso para mí, desde la infancia: construir una segunda intensidad respecto de lo que iba pasando. Es muy placentero registrar. Cuando nació y antes de que naciera, fui registrando esas expectativas, ansiedades, conversaciones. Escribir desde una paternidad tardía y muy deseada. Luego me pregunté si era un libro, y ahí empecé a compartirlo", cuenta el autor.

Zambra habla desde España, donde está sometido a una agenda llena de actividades por el lanzamiento del libro. Responde preguntas con audios de WhatsApp mientras se mueve en tren entre Madrid y Barcelona: en el fondo de sus respuestas, se escucha casi invariablemente la voz de su hijo. También la de su esposa, Jazmina. "Nos vinimos en familia. Vamos a estar cinco semanas, también iremos a Zaragoza, Granada, Andalucía. Está divertida esta pequeña gira", cuenta, y no hay que ser muy brillante para entender que Literatura infantil está vivo y sigue escribiéndose. Pero Zambra debió ponerle un punto final y, sobre todo, seleccionar: cuando entendió que todas esas anotaciones desatadas por el nacimiento de su hijo iban a publicarse y tenía ya unas 500 páginas, incluidos demasiados poemas, recurrió al consejo del editor Andrés Braithwaite y encontró el hilo libro.

Lo inenarrable

La paternidad ha sido un tema persistente en la obra de Zambra, rastreable desde por lo menos su segunda novela, La vida privada de los árboles. La "padrastría", como llama él a la experiencia de ocupar el rol de padrastro, es central en Poeta chileno, una novela que paró momentáneamente de escribir cuando nació Silvestre. "En parte porque quería que la escritura y la paternidad no rivalizaran. Darle tiempo al apego, sobre todo por esta sensación de los hombres de sentirse fuera, que yo había escuchado y presenciado en amigos. La sensación de inutilidad de los hombres", cuenta. "Cuando volví a Poeta chileno por supuesto había cambiado. Un episodio de ese libro en que Gonzalo le corta la uñas a Vicente (su hijo adoptivo) cambió mucho. Se vinculó con la experiencia de cortarle las uñas a un recién nacido. Y con esta reflexión que todos hacemos de cuánto nos cuidaban", añade.

La reflexión sobre los cuidados —cuidar y ser cuidado— en Literatura infantil se dispara en múltiples posibilidades. Buena parte del libro está íntimamente ligada a la experiencia de Zambra como padre, haciendo dormir a su hijo recién nacido, leyéndole tres cuentos todas las noches, dibujando juntos o jugando en la casa a esconderse del virus durante los confinamientos de la pandemia. Pero el volumen también incluye cuentos como "Garabatos", que narra la excitación de hacerse un verdadero amigo por primera vez en la infancia; o "Cogotero de ojos azules", donde el escritor cuenta cómo defendió a su padre a los 15 años una vez que los asaltaron. También aparece la vida que hoy lleva en Ciudad de México y decenas de lecturas —de Nabokov a Perec, de Teillier a Prévert, de Margo Glantz a Mistral— que Zambra ilumina para intentar entender cómo escribir sobre la paternidad.

"En algunas piezas, a veces lo único que tenía era el tono. Más que buscarlo, era el origen del texto. Surgieron como veo que mis amigos hacen sus canciones. Se te pega una melodía y empiezas a desarrollarla en los tiempos inciertos del trabajo. Por eso es importante la canción de cuna: de pronto al arrullar aparecían recuerdos y melodías, no necesariamente hermosas, un jingle, una publicidad... Pero también aparecían melodías nuevas, cancioncitas. Y a partir de eso, empezaba a pensar cosas y narraciones", dice Zambra. Y agrega: "El lugar de este libro es la literatura, porque la literatura permite las incertidumbres, las contradicciones. Fuera de la literatura, incluso a los pensamientos se les exige que suenen súper profesionales. Pero en la literatura todos estos temas pueden permanecer en un estado de formulación", añade.

—"Durante siglos la literatura ha evitado el sentimentalismo como una peste", escribe en las primeras páginas del libro. ¿Cuánto lo ha evitado desde que empezó a escribir? ¿Se pilló siendo sentimental en este libro?
—Mucho más que establecer un límite, a mí me interesa ignorarlos. No reprimir. Uno siente mucha autocensura previa en la escritura. Y es fácil entender por qué: hay muy poco tiempo, la gente sobreplanifica la escritura, se vuelve la comprobación de algo. Yo creo más bien en una escritura que se va armando, que va descubriéndose a través del balbuceo, del ensayo y error. Y eso me parece mucho más interesante que tener un límite que actúe como norma. Mejor no evitar ir por esa calle, llegar a esa esquina y pase lo que pase. Igual, sí distingo entre escribir y publicar. Uno va decidiendo qué tiene sentido compartir y qué no. Qué podría corresponder a un hallazgo que otro también podría haber encontrado. Yo me enamoré del relato, de la contingencia, del aquí y ahora; de la evidencia de que cada vez que encuentras la historia, esa historia cambia.

El otro tema que aparece en "Literatura infantil" y que también está presente en casi todos sus libros es una investigación de la masculinidad. ¿En algún momento se propuso cuestionar las ideas tradicionales sobre lo masculino en la paternidad?
—Hay una sensación de cambio para muchos que resulta abrumadora. De cuestionamientos radical de todo y también de complejidad. Siempre el mundo fue muy complejo, pero hoy está muy a la mano la sensación de complejidad. Hay pocas estrategias que nos permitan arrancar de esa sensación. Y por eso la gente vota como vota: alguien les va a arreglar todo de un día para otro. Se requiere mucha alegría para participar de un mundo así. Yo siento que la paternidad me ha traído mucha alegría. Y en un contexto de redefinición de todo, ha sido natural pensar la masculinidad. Para mí no ha sido un propósito sociológico estricto, sino que aparecen esas imágenes en la contingencia del relato, son pensamientos que acompañan a la vida, no es que deba plantearlos. La paternidad, en general, estaba asociada al fútbol, algo con la pesca, la fuerza, la valentía, en eso pensaba cuando arrullaba a mi hijo de meses. Es un monólogo muy complejo porque es un padre hablándole a alguien que no puede responderle, y reivindica una forma de realismo: los padres les hablamos a nuestros hijos de meses. Puede ser un poema muy hermoso, trágico, terrible, tierno, que también nos autoriza a hablar con nuestros hijos pequeños.

El libro transmite una idea y una experiencia muy positiva y estimulante de ser padre, ¿dejó afuera los malos ratos? ¿No los ha tenido?
—Lo quejumbroso me resulta difícil. No es que tienda al estoicismo, pero si aparece alguna queja es cuando en mis textos hay un yo más colectivo. Mi paternidad es muy planeada y no exenta de dificultades, pero todas muy previstas. Por ejemplo, yo me cambié de país y no por motivos profesionales. Yo era más portátil que mi esposa, Jazmina, en momentos que discutimos tener un hijo. Por mi trabajo, me convendría estar más en Nueva York, Barcelona o en Santiago, que en México. Estar en México tenía que ver con tener un hijo. Yo sabía que iba a estar cansado y aunque podía imaginarme bastante cómo era tener un hijo, lo que no podía saber era lo inenarrable que trato de narrar en este libro: la maravilla. Y esas cosas de las que resulta difícil hablar, que existe alguien por quien morirías. Te interpondrías entre la bala y tu hijo. Cambia tu idea de la vida y la muerte. Todas las discusiones te interesan desde otro lugar. Tu pensamiento se abre. Cómo construyes una autoridad con un niño si mete la mano en un cajón donde hay cuchillos. Cómo te vinculas con la idea de dar una orden, cómo diferencias las clases de órdenes que das, todo eso es muy estimulante. Luego hay una zona difícil de narrar: el miedo está vinculado a que tu hijo se enferme. Ese es el desasosiego verdadero. Bueno, estás cansado, qué tanto. No pudiste trabajar a tiempo, das una entrevista en el tren, todo se arregla.

"Acaso nunca mi escritura estuvo más justificada", anota en un relato del libro después de definirse como un "corresponsal" de su hijo ante el olvido. ¿Tuvieron antes un destinatario tan claro sus libros? ¿Ha cambiado su relación con los libros anteriores?
—No es que sea él el destinatario, pero incluso las historias de este libro menos vinculadas a Silvestre surgieron con él en brazos. Pensando en lo que le iba a contar y en un futuro. El cuento "Garabatos" es muy clásico, pero me gusta que esté acá revelando su origen. Quiero y no quiero que lo lea. Y claro, siempre va a ser mi libro favorito. De los que escribí, nunca estuve tan cerca, concretamente. Siempre el último libro modifica los anteriores, pero no pienso mucho en ellos. Los quiero, pero los dejo atrás.

 

 

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Alejandro Zambra: "Este siempre va a ser mi libro favorito".
"Literatura infantil", Anagrama, 232 páginas.
Por Roberto Careaga C.
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