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Sobre Mudanza de Alejandro Zambra

Prólogo de Raúl Zurita
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“Yo he tenido 20 años y no permito que nadie
venga a decirme que es la edad más hermosa”

                                                                                                                             Paul Nizan: Aden Arabie

Leí por primera vez Mudanza con asombro y admiración; su trama, su inolvidable comienzo, su estructura, su musicalidad, su dolorosa contención, hacían de él uno de los poemas más sobresalientes de la ya notable poesía que los nuevos poetas habían comenzado a publicar hacia fines de los noventa, renovando el decepcionante panorama de la literatura chilena posterior a la dictadura. Sin embargo, ahora al volver a leerlo su impacto es aún mayor: no sólo se trata de un poema en el que ya están contenidos los ejes centrales de la obra de Alejandro Zambra, sino que nos muestra como muy pocos autores pueden hacerlo, que sean cuales sean sus nudos: la separación en este libro, la muerte en Bonsái, la ausencia en La vida privada de los árboles, la infancia en Formas de volver a casa o los jóvenes lúcidos y despojados de Mis documentos, escribir es siempre una mudanza, un cambio de piel que nos prepara a nosotros, los hipócritas lectores, para los ritos a menudo sangrantes de una despedida.

Es lo que me hizo recordar la frase de Paul Nizan, citada al comienzo. Repaso cada una de las líneas de este libro. Sus dos personajes no tienen nombres como si quisieran así ser preservados de una destrucción inminente, y me doy cuenta que es el mismo poema y que simultáneamente no lo es. A diferencia de la atemporalidad de la infancia(y posiblemente de los sueños), toda juventud es un ensayo de sobrevivencia y tanto la frase de Aden Arabie, una feroz denuncia de un joven al colonialismo francés,como la juventud de los personajes que cruzan la obra de Zambra, jóvenes que a los veinte años emergían de una dictadura, comparten un punto central que sólo se hace visible cuando ya la inminencia de la muerte se le revela al lector con la certeza de un hecho personal e irremediable.

Comprendemos entonces, once años después, que este poema no sólo marca el inicio de una de las narrativas más deslumbrantes de la nueva literatura hispanoamericana, para mí la más crucial y herida, sino que es la respuesta que un poeta joven le hace a la sentencia de Nizan: no es fácil tener veinte años, pero no lo es porque menos fácil aún es haberlos tenido. Me ha parecido que esa es una de las constataciones centrales de este enorme pequeño libro. Al menos lo es para mí. Y la muerte lo sabe.

Los lectores de esta nueva edición de Mudanza leerán así un poema con la conciencia de que su desenlace no está en él sino en su deriva y que por lo mismo posee un hondor distinto, una perspectiva de la que antes carecía. Como en Bonsái, en Mudanza hay un él y un ella. La voz que habla, él, es conminado a irse: “Me dijeron que avisara treinta días antes”. En Mudanza él o la voz que habla dice que ella duerme al lado de él y que no lo sabe porque duerme. En Bonsai él dice que al final ella muere y que el resto es literatura. La muerte es la gran crítica literaria. Ella poda y deja sólo los hechos cruciales. La escritura de Zambra está podada por la muerte, sólo queda lo esencial.

El resto son palabras. Dolorosa, perfecta, a menudo magistral, la obra de Alejandro Zambra se construye al otro lado de la literatura. Como si hubiese sido escrito un segundo antes de su fin, esta reedición de Mudanza conmueve porque el hombre que allí habla aún no sabe que la escritura es la forma que ha tomado para él lo irremediable.

Mayo, 2014.

 

* * *

 

3)

Me quitaron las palabras de la boca,

esas cuatro o cinco líneas que diría

si de pronto regresaran con el vuelto

y las sillas tapizadas nuevamente:

grabadoras que repiten unas voces

tan seguras de que alguien las escucha.

Las llamadas telefónicas fracasan,

es muy tarde en Bad Hersfeld y en Madrid

es muy tarde en Elvas y en Manresa

en Granada nos quitaron

los cigarros de la boca

y alcanzamos con el vuelo

al mirador. Alguien dijo que la virgen no

demora, alguien dijo que esperáramos

al dealer, que grabáramos los nombres

de una vez, que juntáramos la plata

mientras tanto.

Cae la noche sobre Quito

y en Santiago 

treinta locutores prolongan las aristas

de un problema con múltiples

aristas: grabadoras que repiten

unas voces tan seguras de que alguien las

escucha. Ella viaja largas horas a Granada,

ella espera que la virgen no demore,

amanece en Albayzín y los borrachos

sentenciamos que esta vez

fue diferente, que los clavos se oxidaron

y el silencio

fue una especie de resuello reprimido,

que la virgen no mejora con los años.

Amanece en Sacromonte y en Santiago

y en Bad Hersfeld adelantan los relojes.

Este día es el más largo,

esta noche es la más larga

–nos advierten que los diarios de mañana

no cubrieron la noticia, que hace frío,

que conviene que cerremos las ventanas

y los ojos

     porque en días como estos

no se puede –no se pudo– hacer favores

ni hacer caso de las cosas que te dicen

las tarjetas de destino:

     a la cárcel

pero rápido, al cine al hospital a la plaza

de armas pero rápido, ella es débil

tú eres blanco pero a veces solamente,

cada tanto recomienza

lo que ahora desconoces, no nos quites

el saludo, no tenemos más

cigarros, ya no importa que despiertes

cuando rondas por la noche ni que pierdas

la jugada o la tajada muchas veces

el azar es previsible y la forma de 

la boca se conmueve cuando chupa:

las llamadas telefónicas fracasan

es muy tarde en Bad Hersfeld y en Madrid

es muy tarde en Elvas y en Manresa

en Granada nos quitaron los cigarros

de la boca y alcanzamos a llegar al mirador,

escogíamos lugar cuando te vimos

y quisiéramos saber si no te importa

que pasáramos de largo por la noche, muchas veces

el azar es previsible, las llamadas telefónicas

fracasan, me quitaron las palabras

de la boca, esas cuatro o cinco líneas que diría

si de pronto regresaran con el vuelto

y las sillas tapizadas nuevamente.





 



 

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