Proyecto Patrimonio - 2017 | index  | Alejandro Zambra   | Raúl Zurita   |  Autores |
         
        
        
        
          
         
        Mudanza, de Alejandro Zambra
            Ediciones Contrabando, 2014
         Prólogo de Raúl Zurita 
        
        
          
        
         .. .. .. .. .. 
        
“Yo he tenido 20 años y no permito que nadie 
            venga a decirme que es la edad más hermosa”
        Paul Nizan: Aden Arabie
        
        Leí por primera vez Mudanza con  asombro y admiración; su trama, su inolvidable comienzo, su estructura, su  musicalidad, su dolorosa contención, hacían de él uno de los poemas más  sobresalientes de la ya notable poesía que los nuevos poetas habían comenzado a  publicar hacia fines de los noventa, renovando el decepcionante panorama de la  literatura chilena posterior a la dictadura. Sin embargo, ahora al volver a  leerlo su impacto es aún mayor: no sólo se trata de un poema en el que ya están  contenidos los ejes centrales de la obra de Alejandro Zambra, sino que nos  muestra como muy pocos autores pueden hacerlo, que sean cuales sean sus nudos:  la separación en este libro, la muerte en  Bonsái, la ausencia  en  La vida privada de los árboles, la infancia en  Formas de  volver a casa  o los jóvenes lúcidos y despojados de  Mis  documentos, escribir es siempre una mudanza, un cambio de piel que nos  prepara a nosotros, los hipócritas lectores, para los ritos a menudo sangrantes  de una despedida. 
         Es lo que me hizo recordar la frase de  Paul Nizan, citada al comienzo. Repaso cada una de las líneas de este libro.  Sus dos personajes no tienen nombres como si quisieran así ser preservados de  una destrucción inminente, y me doy cuenta que es el mismo poema y que  simultáneamente no lo es. A diferencia de la atemporalidad de la infancia (y  posiblemente de los sueños), toda juventud es un ensayo de sobrevivencia y  tanto la frase de Aden Arabie, una feroz denuncia de un joven al  colonialismo francés, como la juventud de los personajes que cruzan la obra de  Zambra, jóvenes que a los veinte años emergían de una dictadura, comparten un  punto central que sólo se hace visible cuando ya la inminencia de la muerte se  le revela al lector con la certeza de un hecho personal e irremediable. 
         Comprendemos entonces, once años  después, que este poema no sólo marca el inicio de una de las narrativas más  deslumbrantes de la nueva literatura hispanoamericana, para mí la más crucial y  herida, sino que es la respuesta que un poeta joven le hace a la sentencia de  Nizan: no es fácil tener veinte años, pero no lo es porque menos fácil aún es  haberlos tenido. Me ha parecido que esa es una de las constataciones centrales  de este enorme pequeño libro. Al menos lo es para mí. Y la muerte lo sabe.
         Los lectores de esta nueva edición de Mudanza leerán  así un poema con la conciencia de que su desenlace no está en él sino en su  deriva y que por lo mismo posee un hondor distinto, una perspectiva de la que  antes carecía. Como en  Bonsái, en  Mudanza  hay un  él y un ella. La voz que habla, él, es conminado a irse: “Me dijeron que  avisara treinta días antes”. En  Mudanza  él o la voz que habla  dice que ella duerme al lado de él y que no lo sabe porque duerme. En Bonsai él  dice que al final ella muere y que el resto es literatura. La muerte es la gran  crítica literaria. Ella poda y deja sólo los hechos cruciales. La escritura de  Zambra está podada por la muerte, sólo queda lo esencial. 
         El resto son palabras. Dolorosa,  perfecta, a menudo magistral, la obra de Alejandro Zambra se construye al otro  lado de la literatura. Como si hubiese sido escrito un segundo antes de su fin,  esta reedición de Mudanza conmueve porque el hombre que allí habla  aún no sabe que la escritura es la forma que ha tomado para él lo irremediable. 
        Mayo de 2014