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Braulio Arenas y Sansón

Por Manuel Rojas
Clarín,
Santiago, 29 de Agosto de 1972


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Braulio Arenas, poeta surrealista, sobreviviente del Grupo Mandrágora de poesía, ha publicado, en la Colección Cordillera, de Quimantú, una novela "La promesa en blanco", obra que de modo moderno y humorístico, humorístico por su lenguaje y por el perfil de algunos personajes -el surrealismo tiene bastante base humorística-, narra la vida y hechos de un personaje bíblico, Sansón, el enemigo de los filisteos. Braulio Arenas, al parecer, tiene inclinación hacia los personajes de la Biblia; unos años atrás escribió una obra de teatro titulada "Samuel".

Pero, ¿qué relación hay o puede haber entre Braulio Arenas y Sansón? Por un lado, ninguna, por otro, la hay. Sansón es un personaje batallador, peleador, físicamente batallador, y Braulio Arenas es también un personaje batallador, aunque no físicamente sino mentalmente, sensitivamente: pelea con la materia imponderable de sus pensamientos, del lenguaje, con su sonido y su sentido. Sansón es un enemigo de los filisteos, ha sido creado, en la leyenda, para combatir contra ellos, y pelea, pelea brillantemente, con grandes y originales recursos bélicos, con su fuerza y su astucia; Braulio Arenas, por ser poeta, es un enemigo de los filisteos, un antipragmático, un perseguidor y un captor de hechos y cosas sin valor alguno para la SOFOFA, la SNA y otras agrupaciones de filisteos nacionales. Finalmente, Sansón no tiene éxito, muere a manos de los filisteos sin lograr cumplir todo lo que debió cumplir y realizar, por lo menos como debió hacerlo, y en eso se parece a Braulio Arenas y a todos los escritores, aun aquellos que logran recibir el Premio Nobel, que al final saben que lo que hicieron no se parece en nada o muy poco a lo que debieron hacer, a lo que soñaron hacer. Su éxito fue un éxito a medias, un éxito para lo que hicieron, no para lo que debieron haber hecho. En lo que Braulio Arenas no se parece a  Sansón es en su  fuerza y sus largos cabellos.

En el libro de Braulio Arenas, Sansón es anunciado por "un caballero" -así llama Ana, la campesina que será madre del forzudo de la Biblia, al ángel anunciador-. En un diálogo que tienen en el campo, lugar en donde la campesina ha visto varias veces al "caballero" taciturno y de malas pulgas, el ángel le comunica que no ha matado a Manoa, el marido de Ana, hombre perezoso y creyente en falsos dioses y falsos ángeles, sólo porque espera que  la fecunde y le dé un hijo. Al oír esto, la campesina rompe a reír a carcajadas: "¿De qué te ríes, maldita?", dijo el ángel, que era medio seco. "Pero, señor -le explicó la mujer, ahora con violento ataque de hipo-. ¿Cómo no he de reírme si tú me anuncias la venida de un hijo y mi marido tiene ya ciento diez años cumplidos y yo he pasado de los noventa? (No quiso  decir que se aproximaba por milímetros a los ciento)". Pero no hay escapatoria para los designios del Señor y en la siguiente entrevista el "caballero" explica a Ana y a Manoa, seres ambiciosos que esperan que todo esto les traerá grandes riquezas, las condiciones necesarias para que el niño nazca bien y para que, llegado a hombre, cumpla aquello para lo cual se le trae al mundo: la mujer no beberá vino ni sidra esa noche ni nunca más en su vida, como tampoco comerá nunca más cerdo. "Y cuando nazca el niño, le dejarás sus cabellos tal cual, sin pasarle tijera ni navaja, porque así será consagrado". Dichas estas palabras el  "caballero" lleva aparte a Manoa y le da ciertas explicaciones operacionales. De modo que aquella noche Manoa, siguiendo las explicaciones del ángel, hace su última gracia, y el niño nace en el tiempo justo. La historia sigue más o menos al pie de la letra.

Contada así, la historia parece no tener gracia, pero la tiene, y mucha, narrada por Braulio  Arenas, que agrega a la figura de Sansón, guerrillero bíblico, otras graciosas figuras, la de Manoa, por ejemplo, su padre, bellaco esotérico que espera de los dioses, de todos, del suyo y de los ajenos, nada más que dinero, oro (cuando Sansón gana unas monedas de oro, siendo aún muy joven, en una reunión deportiva celebrada en una ciudad filistea, el viejo llora hasta que el hijo le regala una: apenas recibida, se la echa a la boca y termina tragándosela), y a medida que el hijo crece en tamaño y en fuerza, el viejo engorda y pierde peso, terminando por ser una pelota ingrávida, que necesita ser amarrado a su cama mientras duerme, de otro modo sale volando, a un árbol durante el día y a la mula o al asno  cuando viaja.

La verdad, hacía tiempo que no me reía tanto.

Después de leer "La promesa en blanco", de Braulio Arenas, el lector queda pensando en ese personaje, Sansón, en el que no ha pensado antes: es el tipo del hombre que nace para morir por algo noble, por la libertad de su pueblo o de los pueblos, en su caso; en otros, para llevar a cabo una obra de índole espiritual o intelectual, enseñar, escribir, defender -no los criminalistas, para defender a la víctima-. Y Braulio Arenas, que se ríe de muchas cosas, no se ríe de Sansón, lo respeta, lo exalta y quizá lo ama. Todo con gracia y ternura.



 



 

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Por Manuel Rojas.
Clarín, Santiago, 29 de Agosto de 1972