Ha visto la luz Playas de Fuego (Editorial Dolmen, 1998), poemario que forma parte de la obra inédita de Bárbara Délano. El olor del mar azota mi rostro/queriendo decirme algo/ que no me atrevo a comprender, versos que resultan premonitorios a dos años de su prematuro desaparecimiento en las profundidades del océano Pacífico tras un desastre aéreo.
Una voz lírica a quien le torcieron el destino se devuelve al pasado y, en un recuento de la memoria, se reencuentra con otros yo que en algún momento la habitaron. Hay una fijación de la mirada de la mujer actual en la niña que fue. La dualidad adulto/ niña perdida en un tiempo pretérito se da a través de una constante retrospección. Ahora que la estampida abandonó las cartas
sobre la mesa de la cantina y no queda nadie que se siente con nosotros a jugar la última partida pego mi cara al vidrio llovido. Sólo veo en el patio jugando a una niña muerta.
Nuestra poeta formó parte de una juventud que perteneció a una generación caracterizada por su creencia en la participación y el compromiso. Leíamos a Eliot a Fiódor a Maupassant/ dejábamos los libros sobre la mesa/ llena de colillas/ donde planeábamos grandes acciones... La circunstancia histórica que le tocó vivir ha conducido a las nuevas generaciones a no comprometerse en absoluto.
Un motivo recurrente y medular es la visualización de la ciudad como espacio maldito y asistimos al canto desgarrado de una voz lírica femenina para quien la historia es una carga demasiado pesada. Esta ciudad acorralada, ajena, caótica, dañada, falsa, fantasmal, herida, hostil, indefensa, infernal, pesadillesca, saturada, sitiada, sumisa, terrorífica, traicionada y vulnerada impidió su uso y goce a toda una
generación.
Desde el centro de la esfera de la desolación, los sujetos aprisionados y al borde de la asfixia luchan por conseguir aire para sobrevivir. Esta esfera es el mundo manipulado por individuos traidores que torcieron la historia, fisuraron las ilusiones, agrietaron el camino de los destinos y pulverizaron las vidas. Por eso nos dice: he regresado para sentarme/ como una vieja se sienta a la orilla de las lamentaciones. La hablante lírica regresa al lugar de la tragedia porque el ser humano tiene la necesidad imperiosa de estar ligado a recuerdos y el mar devuelve a la poeta los recuerdos. La palidez del agua es un muro invisible/ entre los mundos donde habremos de perdernos.
A tientas entre la mentira y la traición, la muerte irá seleccionando sus trofeos: un premio previo que facilita ese mar que todo lo guarda.
Desde el pasado como marca profunda, nunca iremos a la ciudad de mi infancia y en una búsqueda constante de ideales divaga incluso sobre el camino no tomado cómo
sería vivir con otros gestos. La consecuencia de la traición de la historia es la vida nómade, el desarraigo, la soledad y la política genera un trauma asociado a muerte y destrucción.
Un buen recurso está dado al ceder la voz principal al mar, a la historia, a los hechos, no soy yo la que habla, porque la escritura debía ser esencialmente metafórica para sopesar la impotencia que se vivía ante esa actitud de inversión de la normalidad, de los excesos, del desencanto, del oscuro presentimiento/de que el mar es un espejo/ para ser mirados por los ojos de Dios.
Playas de Fuego constituye un poemario actual, fundamental y necesario y no deja de ser otra de las premoniciones de nuestra vate, que no fuera ella quien lo publicara. Varias versiones encontradas en su computadora fechadas entre junio de 1994 y abril de 1996 estarían confirmando que aún falta mucho que decir de este infame terruño de las representaciones.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com «Playas de fuego», de Bárbara Délano
Editorial Dolmen, 1998
Por María Luz Moraga Espinosa
Publicado en Punto Final N°527, 9 de agosto de 2002
habitaron. Hay una fijación de la mirada de la mujer actual en la niña que fue. La dualidad adulto/ niña perdida en un tiempo pretérito se da a través de una constante retrospección. Ahora que la estampida abandonó las cartas
sobre la mesa de la cantina y no queda nadie que se siente con nosotros a jugar la última partida pego mi cara al vidrio llovido. Sólo veo en el patio jugando a una niña muerta. 