—Oh Plocia, ¿puedes oír lo desesperado? Desesperación
es lo no cantado y lo no realizado, un mero buscar sin
esperanza, sin meta, y el canto no es más que su fugacidad.
Hermann Broch
Me resulta imposible no sentir un grado de extrañamiento al intentar dedicar algunas palabras a una obra como Trilogía de los presentimientos, puesto que ha pasado tiempo desde el interés que nos convocó a un par de amigos y a mí, en torno a la poesía de Carolina, y aún así, creo latente el asombro de aquellos días en donde dimos con un ejemplar del poemario Ciegos. Este tiempo ha permitido la apertura a nuevos comentarios, nuevas entradas, nuevas apreciaciones de quienes han visto en estos versos una vibración especial en su ritmo, una profundidad en sus imágenes, aumentando las palabras de cambio relacionada al trabajo poético de Carolina Lorca. Por lo mismo, para escribir esta nota sobre el conjunto de poemas “Vías de peregrinación”, perteneciente a Presentimiento del poeta, echaré mano al recuerdo y traeré a la mesa de trabajo una recomendación oportuna que Carolina nos hizo el día que nos conocimos: El castillo de F. Kafka, y, en esta, la figura de K., el agrimensor desconocido. Al final del primer capítulo de esta novela, el primer atisbo para comentar el lenguaje que se despliega en parte de la Trilogía.
Una imagen: K. cruza la ciudad. Intenta acercarse al castillo, pero la distancia se mantiene rigurosa, K. genera un vértigo laberíntico al no avanzar, ni alejarse, del castillo. “[…] siempre y siempre esas pequeñas casitas y esos vidrios cubiertos de hielo, y esa nieve y esa ausencia de seres humanos”. Pareciera que K. se encuentra inmerso en un lugar distante, casi al margen de cualquier terreno identificable, trastocado de blanco, dibuja círculos en un abismo pre-existencia. Sin identificación mayor, asistimos a la suspensión del agrimensor, pues, el carácter enigmático que Walter Muschg confiere a la literatura de Kafka ¿no alcanza cúspide en esta imagen: la desnudez humana ante su meta?
Una respuesta a las interrogaciones que se abren a lo largo de la novela kafkiana no viene al caso —tampoco yo podría ofrecer una respuesta totalmente convincente—, mas prefiero arrastrar este cuestionamiento a la poesía de Lorca, donde pareciera estar presente este mismo sujeto, como si fuese un signo de interrogación visto desde lo alto, suspendido entre las casas y ventanas, exhausto, sin poder alcanzar el castillo. La peregrinación kafkiana da contra un muro, contra la infinitud, un espacio invisible se abre entre el sujeto y su punto final; en el caso de Carolina Lorca, la poesía.
El poema Esta vía recoge en su esplendor la imagen del hombre que jadea entre lo blanco:
Nunca llegaré a la poesía
porque nadie nunca llega,
porque es vía oscura
que sólo un grito alumbra.
En esta vía como ninguna
apenas se ven algunas palabras
un pelícano perdido en el centro,
el poeta.
Dos puntos del poema llaman mi atención: el primero es la iluminación fugaz, mediante el grito, de la vía oscura; el segundo, el centro en el que gravita, sin orientación espacial, nuestro pelícano.
La condición efímera del contacto con la poesía mediante el fulgor de su vía, será la que permita y constate la existencia del fenómeno poético y, casi como un precio a pagar por reconocer el misterio, también nos confirma la imposibilidad de su retención; en esta experiencia de deslumbramiento se crea la ilusión de ingreso a esta zona, pero bastará con escuchar las palabras, las “algunas” del poeta, para darnos cuenta de que su palabra es torpe por naturaleza, certera en su imprecisión. Un grito, gesto genuino de temor y desesperación, abrirá por unos segundos la puerta, apertura que culmina junto al cese del primero. De antemano la indagación que el poeta realiza es impedida, porque nadie nunca llega, porque el grito se pierde y el manojo de letras no permitirá la retención del acontecer poético, ni mucho menos el ingreso a su vía. Éter que oscila y se oculta. De allí el extravío que no permite situar al ave en el centro. La desorientación del pelícano respecto al centro es la misma distancia que no consiente la visibilidad total de la poesía, ese terreno inefable que mediante la armonía de palabras el poeta tantea. A este pelícano solo le está dado el ala que traza en el cielo, mas no puede detenerse en el punto exacto, el poeta no devela la poesía en su canto, acontece entre ella y se disipa temerosa. La errancia y la imprecisión serán la materialidad de la peregrinación, pues el centro está allí, justo frente a nosotros, y su mera existencia es piedra preciosa que moviliza la búsqueda. El poeta falla: “Sin hendir el aire, el cuerpo/ golpea contra sí mismo,/ resuena”. El eco de su propio fallo, le acompaña, desnudo ante la oscuridad de la vía.
¿Basta preguntarnos si es que el poeta tiene la palabra? —¿La tuvo alguna vez?— Carolina Lorca hace hincapié en el arrebatamiento de la palabra al poeta, pues este queda amputado de decir en su experiencia terrenal. ¿Cómo se ha de poetizar sin esta palabra que nos acerca al centro? Pareciera que las dubitaciones y temores de la filosofía y la literatura del siglo anterior han permitido la lucidez del abismo en que se abre la ilusión poética, solución a la vanguardia constante. Pero el reconocimiento del abismo no es la confirmación de la inexistencia de lo poético, más bien ese abismo es la zona que solo el presentimiento toca, dirección que empuja hacia lo que, ante la imposibilidad de decirse, se poetiza. En el terceto que da inicio a la tercera parte del poema de Hölderlin Carolina escribe: “Años de espera y cuando llega/ nada está dispuesto./ El agua se filtra, entra, se pierde”. Bajo este precepto, la negatividad que emana de estas líneas sutiles, no es amputación o un distanciamiento entre el poeta y su mundo, sino más bien la contemplación, el goce del cual hablaba Guido Ceronetti, sobre Jeremías (2. 13), goce de saber el agua perdida, la belleza que acontece en esas bíblicas cisternas agrietadas. Aunque estuviese todo dispuesto, estos versos me hacen pensar que el grito que alumbra es uno de los pocos gestos que permite el contacto con lo poético, la disposición previa solo lleva a ilusiones, pues la fugacidad es irreparable, la poesía está sucediendo entre el “filtra” y el “pierde”. Ilegibles en su definición y forma son los dioses, se cita poemas más adelante. ¿La palabra alcanza? El grito contiene la cuota de poesía, única manera de observar por segundos el centro.
Si esta belleza del instante poético que se difumina como los ecos de un grito en un túnel, las gotas de agua cayendo, solo nos queda el goce de la fugacidad del canto; no obstante, acontece la escritura, el presentimiento del algo, la vía oscura.
En este punto me atrevería a decir que inicia el peregrinaje del poeta. Me remonto a los inicios del siglo anterior: Ungaretti dirá en el poema “Peregrinaggio”: “[…] ti basta un`illusione/ per farti coraggio”. En esa ilusión, la imagen que florece en su inexistencia, será vital para el uomo di pena de la época, quien se adentra a la vertiginosidad de las barricadas bélicas; necesaria será entonces la sombra y la luz que engaña a los sentidos, el éter que se deja entrever, con halo de esperanza y promesa incumplible, para cruzar los campos baldíos que tantas personas y artistas negó a la posteridad. Pero más que contextualizar una poética ligada a las balas que silban por sobre el barro de los cascos, me interesa esa fina cuerda de lira que pulsa el poeta italiano. Lo poético se encuentra en las horas en que el poeta nos dice: “ho strascicato/ la mia carcassa/ usata dal fango/ come una suola/ o come un seme/ di spinalba”, la osamenta que se arrastra, un cuerpo gastado, la suela en el andar guarda su propia germinación en “un seme”, la posibilidad de vida, el camino poético es peregrinaje hacia otra patria que es poesía y es patria en su mismo andar. Como un sacerdote llevando en ceremonia al altar su sacrificio, se acerca el poeta a la palabra que une nuestra realidad al centro. Pero Wohin?, wohin? —duda de los románticos que le debo a Benjamín Carrasco. Hacia lo alto, hacia dentro, lo que vibra en la semilla. ¿No son acaso las cartas que Ungaretti envía a Gherardo Marone donde se dice que puede soportar los años de guerra, pero en las cuestiones de arte es impaciente? De aquí que se plantee la peregrinación en un plano metafísico al que solo accede el lenguaje en la experiencia terrenal. La experiencia humana será sensible al reflector de Ungaretti: “un riflettore/ di là/ mette un mare/ nella nebbia.”, pero cuidado ¿no es también esta la ilusión misma que palpita en el Desierto de los Tártaros donde Giovanni Dogo espera incansablemente al enemigo? Carolina Lorca, en su peregrinación hacia la poesía, desde el fin del mismo siglo —tomando en cuenta que la gestación de estos poemas fue el año 1978—, reconocerá que ese jirón de luz no fue más que un engaño, el choque contra sí mismo, el castillo guardando distancia: “LA SEQUEDAD TRASTORNA LA VISIÓN DE LOS ILUMINADOS”. Sentencia en la misma página: “ENTONCES EL LLANTO ES RELOJ DE ARENA”(1). Ni coraje, ni esperanza, la ilusión será trampa para el iluminado que ya contiene la palabra que cree arrebatada. De ilusiones no vivirá el hombre luego de la segunda guerra mundial, y menos tras —ni durante— la dictadura chilena. La poesía de Carolina Lorca se batirá en esa experiencia poética que nace desde la negatividad, no como predisposición anímica ante lo terrenal, más bien como inversión del fruto, la inaccesibilidad poética que es fragmento concluso de la poesía misma. El llanto que apunta el fin, que contiene la visión real. No hay reflectores que pongan un mar en la niebla, ni ha de haberla jamás. Quizás este sea el mayor aprendizaje que emana de este conjunto, casi como un arte poética sumamente escéptica para el siglo XXI.
Si la imposibilidad de entrar en la vía oscura es barrera para la peregrinación, ¿por qué el trabajo incesante del poeta? El presentimiento debiese palpitar en las sienes como turbia revelación, rebrota constantemente en la vía oscura: “Tal vez no hay absolutamente ninguna palabra para la última realidad” —dice Broch a través de los labios de Virgilio. Sin embargo, los tres rectángulos en la penúltima página del Presentimiento del mundo anteceden la necesidad de peregrinaje: “por qué hay algo y / no más bien / nada?”. Pues peregrinar, porque hay algo y no más bien nada.
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Notas
(1) Reproduzco los versos en mayúsculas, y de manera lineal, consciente de la irreproductibilidad visual característica del poema (Trilogía de los presentimientos).
(2) Fotografía de cabecera tomada por Carolina Lorca.
* Texto publicado originalmente en 49 escalones, 6 de junio de 2021 (www.49escalones.com).
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Notas sobre la peregrinación en la poesía de Carolina Lorca
Por Bastián Desidel