“Una verdadera lección de inmoralidad”, así calificó la Revista Católica la primera novela con que se dio a conocer Alberto Blest Gana, Una escena social (1853). Publicada por entregas en el periódico El Museo, el relato contaba la historia de un incipiente romance entre Carolina y Alfredo, que de reojo mostraba la sociedad chilena de mediados del siglo XIX. Era una crónica costumbrista que ponía en escena las tensiones entre conservadores y liberales en un país que empezaba a delinear su identidad.
“Fatalista, impúdica y provocadora”, llamó la publicación católica a la novela y ubicó a Blest Gana, que por entonces tenía solo 23 años, en una posición de la que nunca saldría del todo: un escritor que iba a usar la literatura como una plataforma para modernizar la aún nueva república de Chile.
Suena enorme, pero Blest Gana tiene los pergaminos de la historia para ostentar su relevancia nacional: usualmente llamado “padre de la novela chilena”, alternó la escritura con una carrera política que lo llevó a representar a Chile como embajador en Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Su gestiones en Europa fueron decisivas, entre otras tareas, para armar a nuestro país durante la Guerra del Pacífico.
Aunque convertido en lectura escolar, su novela Martín Rivas tiene el valor de fundar un canon literario local y, en palabras de Diamela Eltit, “muestra una diversidad de problemáticas, matices domésticos, las tensiones y formas de organización de la sociedad poscolonial del siglo XIX”.
Pero acaso la relevancia de libros como Martín Rivas haya ensombrecido con el tiempo a otra parte de su larga producción narrativa.
Por ejemplo, la novela Una escena social originalmente se publicó como folletín, como se mencionó, y solo en 1961 fue publicada en un libro por editorial Zig-Zag, junto a otros dos relatos, La fascinación y La aritmética del amor.
Recién hace unos días, el debut literario de Blest Gana acaba de ser editado como novela individual por primera vez en una iniciativa de la Fundación Alberto Blest Gana, entidad que desde inicios de este año está en una cruzada para traer de vuelta todas las facetas del escritor: en marzo lanzaron Mariluán, de 1862, y recientemente la clásica El loco Estero (1909).
“Nuestra idea es publicar progresivamente todas las novelas de Blest Gana, en ediciones económicas y accesibles. Y darles visibilidad a ciertos títulos no tan obvios, por eso partimos con Mariluán. Vamos a publicarlos todos, pero no los vamos a lanzar cronológicamente”, cuenta Pedro Maino, secretario ejecutivo de la Fundación Blest Gana. Mientras que el escritor Miguel Laborde, parte del directorio del organismo, sostiene que este rescate pretende instar a nuevo debate sobre los objetivos que movieron al novelista.
“Blest Gana fue parte de un movimiento intelectual interesado en reemplazar el aura divina por un relato o imaginario narrativo en torno al Estado y la nación en el siglo XIX. Lo hace de manera notable, siendo valorado en toda América Latina”, dice Laborde. “Pero, obviamente, ese rol del Estado de ir reemplazando a la Iglesia en la educación pública y en todo los aspectos de la vida civil ya no es así. Blest Gana fue un gran patriota, partió siendo militar y luego fue diplomático... Hoy, ser un gran patriota no sé si tiene mucho sentido. Hay una crisis del sentido de la vida colectiva. Y en ese sentido, a nosotros como fundación nos interesa muchísimo pensar qué haría Blest Gana hoy día. Ojalá incluso podamos provocar el interés de un joven autor en hacer una buena biografía, que no la hay”, añade.
En la identidad chilena
¿Volver a Blest Gana? ¿Qué más se podría descubrir en un tótem de nuestra literatura como él? Esas fueron algunas de la preguntas que le hicieron a Carla Rojas cuando empezó a hacer su investigación posdoctoral sobre el escritor y que ahora la llevó a prologar la edición de Una escena social. “Cuando uno se acerca, se da cuenta de que, de las 25 novelas que tiene, se conocen tres o cuatro. Son lecturas tremendamente jóvenes, a pesar de la vejez que tienen. En general, la primera etapa de Blest Gana se ha leído cero. Ni por la crítica ni por los lectores comunes y corrientes”, dice aludiendo al período entre 1853 y 1858, en que publicó seis novelas por entregas en diarios y revistas, más una obra de teatro.
Como cuenta Rojas en el prólogo de Una escena social, Blest Gana escribe el libro imbuido de la experiencia de haber vivido en Francia por primera vez. Allá no solo fue testigo de la Revolución de 1848, sino que vio el florecimiento de los folletines en la prensa parisina y asumió el mandato realista de Balzac.
Instalado en Chile, publicó su primer libro en El Museo, un periódico literario y científico que tuvo entre sus colaboradores a figuras insignes de las humanidades liberales como Andrés Bello, Eusebio Lillo o Mercedes Marín del Solar. “En Una escena social se puede ver al Blest Gana imbuido de las ideas liberales que traía de París.
Uno puede leer en su novela el conflicto entre conservadores y liberales. Está ahí, respecto de cómo se quería educar a las mujeres, cómo se quería educar a la población general. Es una novela que concentra el debate que está en los diarios y otros pasajes de la revista para crear su contenido”, explica Rojas.
“Juré ser novelista y abandonar el campo literario si las fuerzas no me alcanzaban para hacer algo que no fuesen triviales y pasajeras composiciones”, llegó a decir Blest Gana, y ciertamente trató de cumplir su ambición. En 1862 lanzó la célebre Martín Rivas y también Mariluán.
Si en la primera traza los cambios que enfrenta la oligarquía ante una ascendente clase media, en la segunda entra en un tema de altísima contingencia por esos días: para relatar la relación de la sociedad chilena con el pueblo mapuche, cuenta la historia real del hijo de un respetado lonko que pasó a formar parte de la República de Chile y vivió en una tensa contradicción vital. Al año siguiente, Blest Gana publico El ideal de una calavera, ambientada en los días del fusilamiento de Diego Portales. Al contrario de ser trivial, intentó contar su país.
Como dice Miguel Laborde, Blest Gana fue parte de un grupo de intelectuales, políticos, escritores e historiadores “que estaban construyendo una épica nacional y al mismo tiempo estaban describiendo las costumbres de esta nueva sociedad. Estaban construyendo una identidad, una manera de ser. Eso aparece en varias otras novelas. Aunque pasaba viviendo fuera, Blest Gana tenía un ojo muy observador respecto a las costumbres chilenas. Nos refleja”. Y Rojas complementa: “Blest Gana es un observador del quehacer humano, el de la élite. Lo que hace es recoger muy bien las costumbres de su clase”.
El deseo costumbrista es deliberado y calculado. Tras un silencio literario de más de 30 años, dedicado a la política y diplomacia, Blest Gana retomó su misión en novelas como Durante la reconquista (1897), ambientada en la Independencia, y en la ahora reeditada El loco Estero (1909), una historia que tiene como telón de fondo el triunfo de Chile en la guerra con la Confederación Perú-Boliviana, en 1839. No es, en todo caso, solo una pieza histórica: “La obra, con su trasfondo histórico situado en los albores de la República, sirve de marco a una serie de evocaciones infantiles en que, a partir de unos tipos humanos muy logrados, se entrelazan historias de amor y de injusticia, de deshonra y perdón”, escribe Miguel Donoso en el prólogo. “Es un pedazo de las vidas de Chile, cuando se celebraba a las tropas vencedoras de Yungay y todos se divertían elevando volantines”, añade.
El eco en la literatura chilena
Clásico entre clásicos, quizás atrapado en las lecturas escolares, Blest Gana sigue teniendo lectores contemporáneos. Por ejemplo, el novelista Simón Soto (1981), autor de libros como Matadero Franklin y Agua fuerte, valora especialmente su novela El loco Estero y su epistolario. “Lo que me gusta de la figura de Blest Gana es que corresponde a un tipo de escritor latinoamericano como Lastarria o Sarmiento, que es el intelectual que se involucraba activamente en la política. Es el político que escribe, se pone en acción con la literatura. Hay que releerlo”, dice. “Su epistolario es fascinante, cuenta especialmente el trabajo que realizó comprando barcos para Chile en la Guerra del Pacífico. Parece una novela de espionaje, una novela de acción. El narrador está al servicio del político y el político, de la acción, en una tesitura muy compleja: en medio de una guerra”, añade.
Según el académico de la Universidad de Chile Ignacio Álvarez (que acaba de lanzar su primera novela, El último neógrafo), en la obra de Blest Gana “siempre hay vida y frescura cuando se la entiende en su contexto. Un solo ejemplo: en Martín Rivas siempre me interesa pensar por qué Agustín Encina, que parece un personaje ridículo, se casa con Matilde, la segunda novia más importante de la novela, detrás de Leonor.
Agustín es extravagante, pero genial: trae la modernidad desde Francia, y los problemas de adaptación de esa modernidad parecen ridículos, pero no lo son”.
Explorar esas contradicciones, hurgar en el pasado, tiene un sentido, cree Miguel Laborde: “Provoca. Si uno mira un álbum de fotos familiares, uno va a ver a una familia que ya no existe, y eso a uno lo confronta con el presente. Pasa lo mismo con la obra de Blest Gana: te permite mirar el presente con ojos más penetrantes”, dice. Y añade: “Leerlo es ver esa república decimonónica que se europeíza; que abandona el mundo bárbaro, como diría Sarmiento, del siglo XVIII, español e indígena, y se obsesiona con París y Londres.
Eso sí, ya no estamos mirando París y Londres, pero entonces, ¿qué estamos mirando? ¿Hemos vuelto a nuestras raíces? ¿Estamos conectados con los pueblos originarios?, ¿estamos conectados con España?”.
Para Carla Rojas, las novelas de Blest Gana aún tienen mucho que dar, especialmente algunas que no están entre sus títulos más clásicos: “En Los trasplantados es el primer latinoamericano en hablar de nuestra región y configura sujetos migrantes que son hispanoamericanos que no son chilenos.
Configura una identidad hispanoamericana”, sostiene y plantea una tesis que ya parece indesmentible: “Si uno quiere conocer la historia del siglo XIX y ver cómo esa historia se articula con nuestro presente, tiene que leer a Blest Gana.
No hay otra manera”.
Pero más allá de consideraciones críticas sobre la obra de Blest Gana y su difusión, por ejemplo en estas nuevas reediciones, para Ignacio Álvarez aún persiste un asunto literario no tan sencillo de solucionar.
“Lo que sí es una especie de problema, que no tiene que ver con su obra ni con la crítica, tiene que ver con la propia literatura chilena, que casi no ha hecho cosas con Blest Gana. No se lo ha apropiado, no lo ha parodiado, no lo ha elaborado, no ha jugado con él, como en general todas las tradiciones juegan con sus clásicos.
Pienso en la novísima reescritura de Huckleberry Finn que acaba de publicar Percival Everett, en Estados Unidos, para no hablar de las piruetas de Borges con Sarmiento o con Martín Fierro”, apunta el crítico iluminando un asunto pendiente.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El regreso del padre de la novela chilena:
reeditan a Blest Gana
Por Roberto Careaga C.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 15 de septiembre de 2024