Cómo es posible que no te busquen si estás
ahí, a sólo cien metros bajo el mar
con tu pierna quebrada, con tus libros
de Rulfo, con tu póster del Ché, aún
sangrando? Cómo es posible que te nieguen
y nadie haga un monolito o prendan velas
a una animita donde llorar por los caídos
por tus sueños rotos, por tamaña alevosía
ahora que han pasado los año como nieblas
mientras se llenan los canales de salmoneras
y la carretera austral de inocentes turistas?
Ay, hija; tú que ahora habitas en ese espacio
en esa paz culpable, te digo que si miras
hacia la bahía de Puerto Cisnes, sus contornos
si contemplas más allá de las bandurrias
de las artesanías pintorescas, de tus gatos
de las cervezas rubias y los kújenes
más allá de las obras de caridad de los curitas
del recuerdo de incendios de bosques nativos
y de fotos en sepia de colonos o chilotes
que desfilaban sobre el barro - pero nunca
aprendieron que la tierra es de todos -
te digo, mi pequeña, que si oteas el horizonte
rozando tus ojos hay un hombre tendido
durmiendo hace cuarenta años en el mar
a cien metros bajo el agua, que fue fusilado
en ese muelle con faroles, con escaños
con lanchitas, ahí, donde recuerdas a papá
El día de los justos tú vendrás
entre coroneles y sargentos
entre curas y jueces, entre agricultores
entre comidas típicas y souvenirs
entre postales de atardeceres, entre
merluzas y toninas; tú, profesor
con tu llanto de madrugada
besando un crucifijo, amarrado
al poste 35, sin capuchón negro
ni disco rojo sobre el pecho
gritando Díganle a mi familia
que soy inocente, soy inocente…
quejándote en el suelo antes
del tiro de gracia del mayor Ríos
tú vendrás, Jorge Vilugrón
resurrecto y eterno, a decir
solamente, aquí me acribillaron
Magdalena, te escribo esta carta
o poema a fines del 2011; hace una
semana nos despedimos en este mismo
cuarto, en Talca. Ahora estás muy lejos
con tus seis añitos en Puerto Cisnes
Sólo te dejo estas palabras para que
sepas dónde habitas, que debes ser
buena con mamá, y aprender a leer
y a escribir para contar algún día
en Finlandia o donde vayas
que Jorge Vilugrón no ha muerto
porque tú, hija mía, lo viste caminado
sobre las verdes aguas del canal Puyuhuapi