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Melinka, la memoria suspendida de Iván Treskow
Helena Ediciones, Talca, 2020, 106 páginas.

Prólogo

Bernardo González Koppmann



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I

De Iván Treskow siempre tuvimos noticias lejanas, que rayaban casi en la leyenda. Por ejemplo, se decía que era un estudiante de la Jota a punto de titularse de profesor de Biología; que estuvo prisionero en Colonia Dignidad y otros campos de concentración; que vivía en el exilio, en París, desde 1977; que allá era sindicalista de los obreros de la construcción, y, también, actor y poeta. Todo muy bien; la típica historia de un luchador social limpio y honesto, orgullo comunista. Hasta que un día aparece por Talca —su tierra natal, por lo demás, desde 1950— con un manojo de libros y urgentes propuestas para organizar encuentros artísticos, especialmente monólogos y lecturas de poesía. De ahí a la amistad, sólo hubo un paso. Ahora, sorpresivamente, nos sale con que se queda en Chile para retomar acá los sueños y la lucha interrumpida en 1973, y, como si nada, hará cosa de días, me pide humildoso si me animaba a encacharle el prólogo a un librito que estaba escribiendo sobre su cautiverio en las barracas de Melinka, en Puchuncaví. Imposible correrme por la tangente.

II

En alrededor de cien páginas, intensas y emotivas, Iván nos va narrando su estadía durante un año y medio —desde el 22 de mayo de 1975 hasta el 17 de noviembre de 1976, para ser más preciso— en un campamento de presos políticos; eran los días más siniestros de la dictadura de Pinochet. Mientras revisaba estas prosas tan sinceras y conmovedoras, donde se rescata en toda circunstancia la nobleza y dignidad de sus compañeros detenidos, me fue inevitable no relacionar la lectura de Melinka, la memoria suspendida con un libro escrito en 1212, en Japón, por el poeta ermitaño Kamo No Chómei, llamado Pensamientos desde mi cabaña. Las circunstancias históricas, obviamente, son muy distintas, pero lo esencial en ambos escritos es el mismo. Se trata de ver la vida desde una situación límite —independiente de las causas de dichos confinamientos—, donde el hablante, el protagonista, se va dando cuenta de la capacidad infinita que guarda en su interior el ser humano para sobrevivir a las situaciones más extremas, cuando éste se esfuerza y aferra a la fuerza de voluntad y a la imaginación. El monje nipón anota, apoyado en sus rodillas: El interés de lo que se contempla en este lugar, se agranda para aquél que desarrolla sus pensamientos y trata de adquirir un saber más profundo. Eso fue, exactamente, lo que experimentó Iván 764 años después en un campamento para prisioneros tras ser salvajemente torturado.


III

En las páginas de Melinka, la memoria suspendida vamos descubriendo, hoja a hoja, una humanidad sufriente que se sobrepone contra todos los infortunios. Ése, sin duda, es el mérito mayor de este libro, y de todo libro. Iván nos presenta cariñosamente a sus camaradas y las tareas cotidianas que realizaban en el encierro, empezando por las competencias deportivas, donde el fútbol, el básquetbol, el tenis y la maratón eran las prácticas más habituales; luego, nos describe las actividades culturales —teatro, concursos de poesía, guitarreos, alfabetización, tertulias—, pasando, enseguida, por las distintas artesanías de lana, cuero, huesos, cuescos de palta, cobre, yeso y otras, fabricadas con instrumentos e ingeniosos embelecos que armaban ocultos en sus cuartuchos, como piticlines o alambiques, para sorber, después de largos y nerviosos ajetreos clandestinos, un contundente traguito de agua ardiente. Incluso, algunos en el encierro rezaban y se confesaban.


IV

El libro, además, está atravesado en toda su extensión de oportunas reflexiones que nuestro autor va incorporando aquí y allá. Es importante este ir y volver del pasado al presente, y vivecersa, como un paseo por la historia, porque así se van realizando síntesis dialécticas valiosas y, de paso, se contextualizan los hechos narrados en estas páginas. Iván, con ése su estilo, entonces, nos refresca las causas del triunfo de la Unidad Popular, el gobierno del Compañero Presidente, el golpe, la cárcel, sus secuelas, la diáspora y el retorno. Todo en vivo y en directo, en carne viva, a flor de piel. Este es otro aspecto que lo asemeja a Kamo No Chómei; esa sinceridad que tanto se agradece en un escritor al momento de referirse a lo esencialmente humano, independiente de la época, la dinastía o la dictadura que enfrentemos, porque nos llega —la palabra sincera, digo— directamente a las entrañas, al alma, sobre todo en estos tiempos cuando las nuevas generaciones se han cansado de la mentira, de la letra chica, de la corrupción. Y ahí va nuestro poeta, con su bandera en alto cantando las canciones de siempre, perdiéndose entre la muchedumbre como un compañero más en la eternidad del Pueblo.

V

Antes que abran y lean Melinka, la memoria suspendida, creo que es necesario meditar la siguiente interrogante que nos dejó planteada en Pensamientos desde mi cabaña el venerable monje japonés, hace ocho siglos: ¿Por qué malgastamos en la desgracia el precioso tiempo que nos queda, relatando los cotidianos placeres de un ermitaño, aún sabiendo que la belleza es inasible? Creo que en el libro de Iván hallarán la respuesta.


Talca, 30 de junio de 2020.



 

 

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"Melinka, la memoria suspendida" de Iván Treskow.
Helena Ediciones, Talca, 2020, 106 páginas.
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