LOS POETAS TODAVÍA ESCRIBEN CARTAS
“Cartas para un tiempo glacial”
Giovanni Astengo, Lagar Editores, Santiago, 2024, 116 páginas Por Bernardo González Koppmann
“Y esa débil luz enterrada, umbilical, entrañable,
me recordó el primer amanecer que vi en el mundo
como un solo hombre levantado entre las sombras.”
Efraín Barquero
He recibido un puñado de cartas enviadas desde Santiago, no atadas por una cinta, como la
correspondencia de una novia adolescente en mis tiempos de joven profesor en Curepto,
que alguna vez guardé en una caja de zapatos, sino recopiladas en un bello libro llamado
“Cartas para un tiempo glacial”. Son esquelas casi, escritas con brevedad, con inocencia en
algunos casos y agudeza de sentido en otras. Se asemejan a los recados que le mandé en
hojas de cuaderno al Viejo Pascuero, o a esas misivas que madre remitía a la pensión del
forastero que alguna vez fui en los años ochenta, también a los manuscritos que un
prisionero de Mortandad anotaba en cajetillas de cigarro en tiempos de dictadura, también a
las sencillas y profundas epístolas de Juan, Pedro, Pablo y Santiago escritas hace miles de
años y que siguen más vigentes que nunca, porque parece que es verdad aquel versículo que
reza que “el amor es eterno”, en fin, me recuerdan las cartas de Giovanni Astengo a esas
pelusitas de diente de león que aún soplamos con algo de ilusión antes de pedir un deseo,
vilanos invisibles que se van por el aire, tan diferentes —Dios me libre— a esas letras sin alma
que María Corina Machado cursó al primer ministro Benjamín Netanyahu, en 2018, para
que Israel invadiera Venezuela.
No. Estas son cartas literarias que un poeta redactó en su notebook dedicadas a ciertos
escritores, actores, músicos, familiares y amigos —vivos o muertos— que significaron mucho
para él; fueron urdidas quizá en sus largas noches de insomnio, pasando nuevamente por el
corazón experiencias infusas que nunca se terminan de olvidar. Algunas de estas misivas
nacen como mensajes de textos, otras originalmente surgen de simples emails sin ninguna
pretensión, o de chateos espontáneos que se van cargando de anécdotas, paisajes, gestos,
secretos y silencios que no aguantaron más el encierro monacal en su interior y encontraron
un cauce oportuno para expresarse tecleando en un computador. Me figuro a Giovanni
hurgando en su memoria destellos de luz de días pasados, apenas con la intención de
comunicar hallazgos poéticos a sus cercanos, a los entrañables seres humanos que lo
merodean y acompañan física o espiritualmente mañana, tarde y noche. Inevitable no
relacionar estas páginas con las “Cartas a un joven poeta”, de Rilke, o con aquellos
auténticos tratados de estética que intercambiaban Theo y Vincent en tiempos de penurias,
entre Arlés y París, y viceversa.
Giovanni Astengo Marín (Santiago, 1972) con estas 58 cartas, sin pretenderlo, disecciona
esta era posmoderna —dos de ellas corresponden a sendos prefacios de Ángela Gentile y
Camila Fadda— y, sin duda, hace un llamado a la reflexión para que volvamos la mirada a
los bosques encantados, las nieves eternas, las sabias maneras de vivir en paz, cultivando
relaciones humanas sinceras, honestas y limpias, lejos de todo afán presuntuoso o
farandulero. Al leer este libro queda claro que somos bastantes los que llevamos un Cyrano
de Bergerac oculto en las venas, aunque nuestro autor nada tiene de libertino como el
apasionado poeta francés. Astengo, al revés, se expresa en un tono melancólico, templado,
contemplativo, tocado por el duelo que significa la desaparición de su madre y algunos
poetas cercanos, dolido por la subsistencia urbana cada vez más despersonalizada y un
estilo de vida alejado de la naturaleza y la fraternidad. Se enraíza su escritura entre el
larismo (Cárdenas, Barquero, Teillier, Casanova, Peirano) y, en menor medida, en el
surrealismo creacionista (Huidobro, Morales, Verdugo), haciendo una mixtura interesante,
original, sólida y convincente. Son muchos los bardos citados en estas carillas por el autor,
de todos los lugares y de todas las épocas, que dan cuenta de la simple y profunda manera
de vincularse como en un principio entre todos los seres y todas las cosas a pesar de la
indiferencia, el escepticismo y los prejuicios del mundo actual. “En estos días no sale el sol,
sino tu rostro”, nos la canta apoyado sólo en su guitarra el trovador de una isla lejana.
Otro recurso literario al que echa mano Giovanni es, sin duda, el intertexto o préstamos de
variadas disciplinas artísticas, como la música, el cine y la pintura, básicamente para hacer
más plástica o figurativa su propuesta poética. Abundan los ejemplos, donde se hace
mención reiterada a obras contemporáneas que lo han impactado hondamente (Hermann
Hesse, Borges, Chagall, Ana Vidovic, Ray Bradbury, Kurosawa, por dar sólo algunos
nombres). Es un libro, en ese sentido, levemente culterano, como el lector podrá
comprobar, pero absolutamente abordable con un poco de empeño y paciencia, sin lo cual
no hay belleza que valga, como esas vertientes enmarañadas en las quebradas del Maule
costino que, tras andar y andar, al fin encontramos transparentes, cantarinas, fecundas
detrás de los matorrales.
Para ir cerrando esta reseña sólo diré que he leído “Cartas para un tiempo glacial” con
verdadero deleite, el cual seguramente no habría experimentado de la misma manera si el
contexto en el que hoy nos desenvolvemos fuera distinto, o sea, si viviéramos en armonía
con la naturaleza y en paz con el prójimo. Zurita afirma por ahí que, en una sociedad hecha
a escala humana, solidaria, trascendente, la poesía sería innecesaria. A buen entendedor,
pocas palabras. Esperemos que, más temprano que tarde, aunque parezca difícil, los seres
humanos recordemos que fuimos hecho a imagen y semejanza de la hermosura. Así sea.
Por el momento, no nos resta más que agradecer a Giovanni Astengo sus desvelos al
momento de escribir este libro lleno de humanidad, imprescindible en la hora presente para
seguir respirando algo de belleza entre tanto loco que anda suelto. Enhorabuena.
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“Cartas para un tiempo glacial”
de
Giovanni Astengo.
Lagar Editores, Santiago, 2024, 116 páginas
Por Bernardo González Koppmann