“Si el mundo fuera claro, el arte no existiría.”
Albert Camus
Miguel de Loyola (San Javier, región del Maule, 1957), autor de una interesante y ya extensa obra narrativa, donde trabaja indistintamente el cuento y la novela, nos ha enviado gentilmente —en plena cuarentena— su último libro, “Bajo el Arco de Triunfo”. Toda una rareza entre los escritores de hoy, lo cual se agradece.
Radicado desde joven en Santiago, donde estudió Pedagogía en Castellano, además de cultivar su propio estilo ha dado talleres de escritura creativa y ejercido la crítica literaria, entre otras actividades. Su propuesta escritural, levemente descriptiva, construye ambientes y personajes cotidianos que denotan una leve raigambre popular -tanto del mundo urbano como campesino- donde se empeña en rescatar al ser humano contemporáneo de un cierto vitalismo decadente, llámese premura, ansiedad, compulsión, inestabilidad emocional, depresión o paranoia, todo ello subyacente a los modos de vida de la sociedad de consumo en curso.
Es agradable leer a Miguel de Loyola. Hasta saludable, diría yo. Su prosa no innova ni pretende dictar cátedra en materia alguna; le basta observar el comportamiento del ciudadano de a pie, del hombre o la mujer común y corriente que carga con todo su universo a cuestas. Así nos va develando situaciones aparentemente triviales, que se producen en el transitar del día a día, y que pasan perfectamente desapercibidas para el transeúnte anónimo afanado en cuestiones eminentemente prácticas. Pero para Miguel no. Esa espontánea cantera o fuente tan natural y llena de sorpresas que es el barrio, el pueblo natal, el lugar de trabajo, el hogar, en fin, el territorio donde se desenvuelve, le ofrece abundantes y nobles materiales para las historias que nos relata.
“Bajo el Arco de Triunfo”, su último libro, viene a confirmar un limpio talento narrativo que agrada leer en época de tanta confusión. La historia es muy simple. Trata de un profesor de castellano y escritor llamado Leopoldo, establecido en Santiago, que entre los años 2000 a 2010, aproximadamente, se va involucrando intelectual y afectivamente con Dominique, una amiga lectora y traductora de sus cuentos que vive en París, a quien conoce a través de los emails que intercambian con el propósito de compartir cierta información que la francesita busca sobre la vida y obra de Manuel Gutiérrez, un novelista chileno exiliado en ese país, y que fuera por entonces un “respetuoso” amante de su madre. Este simple hecho en apariencia trivial, aunque entretenido, impele al profesor poco a poco y en la medida que se desarrollan los acontecimientos a fraguar tímidamente un viaje a Europa, con el fin de conocer a su lectora ideal. Así, una noche, chateando y chateando, se ponen de acuerdo para encontrarse a las 19:00 horas del 29 de mayo del año en curso, bajo el mítico Arco de Triunfo construido por Napoleón Bonaparte. Ni más ni menos.
El libro, narrado en primera persona, está ordenado en 34 capítulos breves. Es una novela pulcra, que inevitablemente nos hace recordar a González Vera, a los cuentistas rusos, a Maupassant, a Rulfo, aunque, en este caso, el profesor Leopoldo es un atado de nervios, “confuso y dubitativo” que va reflexionando sobre diferentes aspectos de la vida santiaguina en largas tertulias con su amigo Gustavo, mientras incuba en su alma el viaje de sus sueños.
En muchos párrafos el autor abandona el tema central, referente a la pesquisa de la biografía secreta de Manuel Gutiérrez, y la novela entra en una lentitud que no alcanza a incomodar, por lo atingente y novedoso de los monólogos interiores y las conversaciones que se llevan a cabo. A poco andar me percato que tal desliz es el atributo esencial del libro, dado que el protagonista se revela débil, indeciso, malhumorado, crítico, en toda su esplendente humanidad, contándonos cualquier cosa como si estuviéramos en un café con todo el tiempo por delante. Ese creo es el atributo mayor de la literatura, porque nos da la posibilidad de reconocernos tal como somos en aquello que leemos. Un deleite, un placer estético intransferible. A modo de ejemplo, nos relata el origen del Patio Bellavista, la Biblioteca Nacional, las casas de Neruda, Valparaíso, la novedosa gastronomía santiaguina, la monogamia, el descrédito de las instituciones, el metro y las calles de Buenos Aires, el ferrocarril, la cultura digital y otras menudencias posmodernas. Lo que sorprende gratamente de estas observaciones —cargadas a un imberbe existencialismo latinoamericano— es que empatizan con el avisado lector por lo afable, cotidiano, francote y pertinente de dichos relatos. El protagonista —muy bien logrado sicológicamente por el autor— peca, eso sí, de un excesivo arrobamiento por la sociedad gala, su pasado histórico, su lengua, cayendo a veces en una idolatría cercana a la cursilería de los devotos neocolonialistas, pero logra salvar la situación por sus reiteradas y sinceras regresiones a las quebradas y montes de su infancia rural. Por estos y otros deslices tan humanos, Leopoldo termina siendo un personaje encantador.
Mención aparte debemos hacer al constante acercamiento que realiza el protagonista (muy parecido al autor, por lo demás) respecto a la reflexión metaliteraria del ambiente cultural metropolitano. Leopoldo o Miguel Loyola, su alter ego, como el profesor y escritor honesto que es, autocrítico, algo desencantado de sus congéneres y excesivamente sensible, analiza descarnadamente y casi con pudor e inocencia el mundillo literario de Santiago; hablamos de estilos, camarillas, concursos, becas, políticas de Estado, educación, amistades literarias, lanzamientos de libros, centros y fundaciones culturales, la crítica y los medios de comunicación, la envidia, el compadrazgo, todo aquello que, cuando sospechamos que se acerca camuflado por la hipocresía, es preferible obviar, dar la vuelta y abrir una botella con los amigos del barrio antes de caer en disputas estériles.
Buena novela; necesaria, oportuna.
Al final, el cándido Leopoldo todavía espera bajo el Arco de Triunfo que aparezca su musa. Pero, ¿qué es la felicidad si no darse todo el tiempo del mudo con el corazón en la boca hasta que asome la belleza?
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“Bajo el Arco de Triunfo”, de Miguel de Loyola.
Editorial Signo, Santiago, 2020, 152 páginas.
Por Bernardo González Koppmann