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La metapoesía en la escritura de Javier Aguirre Ortiz
(A propósito de “EL MAR A VECES”. Ediciones Caletita, México, 2019, 52 páginas.)

Por Bernardo González Koppmann

“La palabra no es tuya ni es mía es la palabra
partámosla multipliquémosla
dejémosle a que encuentre su camino”
JAO


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El insuperable placer de leer poesía nos lava de todos los polvos del mundo, decía Gabriela Mistral. Nos renueva por dentro igual como una ola inesperada que penetrara alguna gruta despojándola de todo vestigio, incluso humano, y la dejara desnuda en toda su deslumbrante pureza original, casi roca orgánica, magma, génesis de todas las edades. Así la ola, el tiempo, la eterna rotación de los elementos sobre la superficie de nuestros territorios nos conmina una y otra vez a elaborar respuestas fundamentales a los nuevos desafíos que nos van acosando cada vez que nos paramos ensimismados frente a la inmensidad del mar. Tal es la poesía de Javier Aguirre Ortiz, un vasco fraterno y espontaneo, locuaz y distraído, poeta en suma, nacido en Bilbao en 1973 y que lleva radicado ya más de una década en Temuco.

“EL MAR A VECES”, el libro que hoy nos presenta Javier, fue publicado en abril de este año (2019) en México, por Ediciones Caletita, Colección Las vaquitas flacas N° 31, y consta de 36 poemas. Es su primer libro impreso, dice, donde intenta hacer una pequeña antología de lo que viene publicando en distintos formatos desde 1989 a la fecha.

Javier Aguirre, Vasco para los amigos, es licenciado en filología hispánica e inglesa, un avezado en mapudungun y profesor de lenguas vivas; o sea, seré breve, el hombre se maneja en lo referente al conocimiento del origen y el destino de las palabras y, obviamente, al trasfondo cultura de la comunidad que las crea.

Bueno, dicho esto, ahora me aventuraré a opinar sobre el libro en cuestión.

Lo primero que me llama la atención es la pulcritud en la construcción de sus poemas; son pequeños artefactos pulidos amorosamente con la paciencia del orfebre que domina su oficio. Se ve al hojear el cuaderno la acabada manera o estilo de la composición, la estructura de los versos, los encabalgamientos, las pausas, los versos quebrados, los espacios donde reposa la mirada del lector como si la blancura de la carilla -que resalta holgada de verso en verso- fuera un descanso en el camino donde nos sacamos la mochila y nos detenemos a degustar la belleza de la palabra bien dicha, bien escrita, en textos breves, algunos brevísimos, pero intensos. Veamos: “A VECES EL SILENCIO / nos atropella todas las palabras / que salen de pronto despavoridas / como locas del patio de reposo” (p. 42).

Respecto a la voz poética de Vasco, es como un susurro escrito en lenguaje sencillo, directo y despojado de retórica, de ese tufillo manierista o rebuscamiento pretensioso de los primerizos que intentan abarcar el alfa y el omega en imprecaciones desprovistas de humanidad, de tribu y de trascendencia. Javier no; nuestro poeta va directo al grano con imágenes simples y profundas que nos recuerdan que el lenguaje está hecho para comunicarnos, para conocernos y para amarnos. Escuchen: “SE ME QUEDÓ CANTANDO / tu beso / cuando te fuiste / se me quedó cantando / y te canto” (p. 26). ¿Es necesario algo más para adivinar lo que siente su alma? Creo que no. Y agreguémosle a esto un ritmo, un movimiento, la música de las palabras que nos conecta con los rapsodas epigramáticos de la Grecia y la Roma arcaica, siempre cerca de la cadencia y el vuelo acompasado, donde la forma y el fondo cabriolean en el aire cogidos por la cintura. Aquí debo subrayar que para cantar así hay que ser un apasionado por los signos escritos, por las letras, por las palabras; de otro modo la escritura no se eleva, no toma altura, no vuela. En literatura y, especialmente, en poesía hay que escribir con ciertas ideas o motivos relativamente claros, pero también con plena libertad, con arrebato, incluso con locura, y eso en estos textos se nota a la legua: “NO TE SEAS AUSENTE / súmate a las verdades de la llama / sólo existe el presente / que el corazón que ama / se desliga de todo y sólo siente” (p. 30). Para qué vamos a añadir aquí que Javier es un diestro y aventajado sonetista, a la manera de Quevedo diría yo, siempre atento a la anécdota casual, al desliz maravilloso de la entrañable humanidad -tanto en su grandeza como en su debilidad- para que así se nos haga universal, quiero decir válido en todas las épocas y lugares, el gesto que salva y que redime. Cuando tengan tiempo, vayan calladitos a la página 41 y lean el soneto “SIEMPRE HAY ALGÚN POEMA QUE NO ENCAJA”, y compruébenlo.

¿Se cacha lo que estoy tratando de decir?

Bien; sigamos. Referente a la temática que trabaja en “EL MAR A VECES”, es indudable que Vasco asedia -además de la naturaleza salvaje de Nehuentue y el eterno femenino- primordialmente la metaliteratura, la metapoesía. Referente al paisaje, éste se presenta transversalmente en el poemario, incluso uno de sus componentes le da el título al libro, el mar, que aquí se constituye en personaje importante de su poética, tanto como compañero y como consejero del hablante lírico. Además, coexisten armoniosamente pájaros y árboles en esta propuesta, reflejándose plumas, trinos, hojas y sombras de ramajes como espejismos, ficciones o fantasmas en el agua que lame las playas de la Araucanía, y por extrapolación todas las playas del mundo. En lo que dice relación a los poemas de amor, reconozco que algo me confundo, pierdo los estribos, cuando en estos textos la mujer -como depositaria de lo más genital de lo terrestre- se trasforma en palabra, y viceversa. Confusión maravillosa, en todo caso, de donde emerge como un hijo la poesía, la belleza, esa alegría para siempre de la que nos hablara John Keats. Ejemplos de ambos motivos abundan en estas páginas. Pero, me quisiera detener en el que para mí, en mi modesta opinión, es el tópico más importante, el leitmotiv principal de esta obra, la metapoesía.

La metaposesía, con ayuda del diccionario, es el discurso poético cuyo asunto, o uno de cuyos asuntos, es el hecho mismo de escribir poesía y la relación entre autor, texto y público. En buen castellano, entonces, es escribir poemas donde se hable de la poesía. Y esto no es de extrañar en Javier, dada su experticia de filólogo, donde se requiere rastrear en las palabras el origen de todas las cosas. Escritos como LA POSIBILIDAD DE LA POESÍA, HACIA OTRA POÉTICA, LÍMPIAME DE PALABRAS, TU BOCA QUE AQUÍ BESO y otros sirven aquí de buenos ejemplos para precisar este punto. Sin embargo, hay un poema donde integra magistralmente los tres motivos mencionados -la naturaleza, lo femenino y la metapoesía- y esa joyita se llama ENTRE LÍNEAS. Leo: “qué dicen esas líneas / que no puedo leer // los versos que no da // lo que no dice // qué dices entre líneas // qué escribes en la arena // no sé si escribes o si borras gestos / si tus trazos son arrepentimientos // mueves el agua con tus manos y / llevan las olas mi esperanza // tus labios mueven sus alas de fuego / como una mariposa que se va” (P. 35). Notable, ¿verdad? ¿Qué más se le podría pedir a un poema, al trabajo de un poeta serio y responsable, salvo esa extraña sensación de estar en casa, en la casa de la poesía, o -lisa y llanamente- en la eternidad?

Gracias, Javier, Vasco querido, por esta sorpresiva visita a la ciudad del trueno. Muchas gracias.
 

Presentación de EL MAR A VECES.
DIBAM Región del Maule, Talca.
Talca, 6 de diciembre de 2019.



 

 

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(A propósito de “EL MAR A VECES”. Ediciones Caletita, México, 2019, 52 páginas)
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