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En el cuarto del fondo descansan los caminos
por donde transita GK


Intemperies -Antología fugaz- de Bernardo González Koppmann.
Helena Ediciones, 2017 (2da. Edición)

Mario Meléndez


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“Pájaros huevones / que me vienen a entusiasmar / no ven que estoy ocupado! / Ya; váyanse, váyanse… / que en una de ésas / me pongo las alas / y dejo todo botado”. (Gorriones). Estos versos, leídos en La hoja verde, mítica revista creada por Raúl Mellado Castro y donde se dieron cita buena parte de los autores de ese tiempo (los años 80), son los que me acercaron a la obra de González Koppmann. La desacralización del lenguaje, la resonancia de los versos, el desenfado cotidiano, hicieron mella en mi arrogante y difícil juventud (Giaconi). No pasaría mucho tiempo para conocer al poeta en casa de Emma Jauch. Lo acompañaba un personaje de aliento kafkiano, con una ironía que espantaba las moscas y todo lo que había alrededor. Enrique Villablanca paseaba su pequeña humanidad por los corredores como un fantasma tanteando las paredes blancas del amanecer. Corría el año 92 y los bardos talquinos ultimaban detalles de Maulina, antología poética de nuestra reconocida anfitriona linarense. Fue en esa misma ocasión que GK me regaló un ejemplar de Nuevamente los pájaros acuden a rescatar mi soledad (1990). Allí la memoria deletrea personajes y episodios como cercada por un dulce escalofrío: “Las canciones que estuvieron de moda / hace cincuenta años / las siguen entonando los muebles de la casa...” ¿Es posible que gran parte de la edición de este poemario (uno de los mejores que ha producido nuestra región en las últimas décadas) haya sido arrojada a la basura por manos inmateriales y recuperada de manera providencial? El poeta no habla de ciertas cosas.

2

GK, Papa Noel de las letras maulinas, nos obsequiaba sus pequeños libros con una sonrisa de abeja quinceañera. Cierto día llegó a mis manos un ejemplar de Memorias del agua (1999). Era una edición bastante digna, para los medios con que se contaba en aquella época. –He hallado una imprenta cerca de la Estación, me dijo entusiasmado. –Es muy barata y podemos hacer allí tantas cosas. Y cuánta razón tenía el poeta. Los libros comenzaron a sucederse sin tregua. Bajo el sello Hijos del Maule, vieron la luz mis propios textos y los de autores entrañables como Gabriel Rodríguez, Ricardo Opazo, Rodrigo Jara, Yannette Sepúlveda, Jorge González Bastías, entre otros. Volviendo a Memorias del agua (libro clave para entender la impronta de GK, clave también a la hora de acercarse al ethos maucho, a las costumbres y modos de nuestras gentes, como sostiene el propio autor), ¿por qué GK insiste en divulgarlo dentro de una obra mayor (a saber Cantos del bastón) y no de manera unitaria, como sería lo más lógico dada la envergadura y alcance de este trabajo? El poeta no habla de ciertas cosas.

3

Compartimos con GK una rara deformación, un defecto si se quiere en tiempos aciagos como éstos: difundir la obra de otros. Así lo hicimos por primera vez con Greda viva, poemas campesinos de Valericio Leppe. GK se abocaría a la elaboración de un dadivoso y comedido prólogo para el hijo predilecto de Pencahue y yo oficiaría de implacable verdugo de unos papeles diseminados como la hierba del monte. Valericio, ególatra empedernido, cantor insobornable, nos causó más de un disgusto al realizar dicha faena. Ya en imprenta, todavía sacaba versos de sus bolsillos para agregarlos al libro. Logramos convencerlo a regañadientes argumentando que formarían parte de un segundo volumen. –Güena po' hueón, nos dijo, de manera socarrona. La naturaleza impredecible de Valericio lo llevaba del hospital al mercado sin pudor ni remordimiento. Así las tediosas horas que pasaba dializándose, se consumían luego en un causeo con ají que compartimos más de una vez. Mientras Valerio contaba sus hazañas y GK otras tantas, yo observaba un ciruelo florido, como diría el inefable Sergio Hernández.


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He tratado de fijar ciertos momentos de mi relación con GK tomados al azar de las infinitas variaciones del tiempo. Podrían haber sido otros igualmente reveladores, como la vez que editamos Faluchos: 30 poetas maulinos, donde cometimos, a la manera de Parra, un imperdonable pescado de juventud, incluirnos en esta selección que iniciaba con Pedro Antonio González y terminaba con Santiago Azar. Es que no tenemos talento, diría Rojas, a lo sumo oímos voces… O la vez que impartí un taller en la cárcel pública de Talca e invité a GK para compartir sus versos. Los internos creyeron que se trababa de un buda o un profeta que venía a anunciarles la caída de Babilonia o un atajo hacia la tierra prometida. O esa otra en que juntamos a los grandes de la lírica chilensis y con una ardiente paciencia, la biblioteca regional, que en paz descanse, oyó las voces de los ahogados, el coro de los arrepentidos. O aquella en casa del insigne Villablanca. –Enrique, le dice Bernardo, hasta los cincuenta no habías publicado nada y ahora apareces de golpe con tres antologías y un poemario. –Es que se me abrió la matriz, contestó el aludido, dejándonos con un palmo de narices.


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González Koppmann, alias El huaso surrealista, como lo bautizó el pantagruélico José Ángel Cuevas, me ha honrado con su afecto sempiterno, su humor ingobernable, su generosidad a prueba de balas (de plata). Este año se cumplen 25 de conocerle y diez de mi azaroso autoexilio. He vuelto de visita a Chile para hablar sobre GK, uno de los poetas más relevantes que ha dado el Maule, más consecuentes, más lúcidos, más certeros. Enhorabuena por nuestras letras y por lo que aún nos tiene reservados.


Talca, 7 de septiembre 2017

 

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Jorge Calvo, Bernardo González Koppmann y Mario Meléndez durante la presentación
Centro de Extensión de la Universidad de Talca


 

 

 

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