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Escuchando “El flautista”, de Américo Reyes Vera
Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2018, 40 páginas.
Por Bernardo González Koppmann
Publicado en La Tercera, 4 de Agosto de 2018
“Tendido en el pasto, eres otro Jijsamm:
un tajante balbuceo te define. Entonces
entras a lo que soy: aquello que sin ti no sería”
ARV
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I
La poesía de ARV (Curicó, 1960) ha logrado un lugar de respeto en las penúltimas promociones maulinas y sus alrededores, sin ningún lugar a dudas. Poeta que maneja diestramente el oficio y la palabra, construye un imaginario y un estilo propio, contundente, con una dicción y uso del léxico tan particular que lo hace reconocible desde lejos entre sus pares. De eso hablaremos en esta reseña.
Américo ha publicado Los poemas plumaveral (1992), Boleros son boleros (1995), Antología secreta, junto a Rodrigo González Langlois, (2001), El centinela y su cántaro (2010), Que los cuerpos cumplan su destino (2012) y El confesionario (2016).
El flautista es una muestra exploratoria de su último trabajo, en proceso, que viene a confirmar los aciertos de su poética. Nuestro poeta se caracteriza por crear textos rigurosos, donde cuesta echar en falta una palabra de más o de menos; logra la construcción de imágenes certeras, llenas de luz y de esa extraña sensación de alegría que deja latiendo los músculos y haciendo vibrar nuestra humanidad entera como si fuera una tensa cuerda de un laúd o de una guitarra de palo pulsada en los polvorientos vericuetos de la recta provincia. Estamos en presencia, evidentemente, de un registro en tono menor que estremece por su brevedad y exactitud; pareciera que esta voz nos dijera justo lo que queríamos oír cuando ya la tarde caía sobre el horizonte con su manto gris, húmedo y frío. Me imagino que ése es el desafío mayor de todo poeta, ¿se entiende?, coincidir profunda y plenamente con el lector.
Estos poemas tienen un acierto que se da muy pocas veces en el mundo de las letras; reunir en un solo verso verdades ancestrales -aquellas relaciones atávicas de los elementos desnudos de la naturaleza, fusionándose- con lo urgente del diario vivir en un contexto posmoderno en crisis; circunstancia extrema que podría desanimar al más pintado, pero no a un poeta como ARV. Muchas veces aquellos creadores que se atreven a contrarrestar imágenes de universos tan opuestos son tildados de anacrónicos, láricos, ilusos u obsoletos por una fauna colérica e indocumentada.
En El flautista -certero poemario que reúne en su conjunto 27 textos- el hablante nos va introduciendo en una relación personal, íntima, arraigada visceralmente con un ser más intangible que irreal, en apariencia. En otras palabras, pareciera que en esta plaquette se nos propusiera la (des)personalización de la poesía misma, que empieza a reconocerse entera en otro, paulatinamente, como en un espejo brumoso, en la medida que se va acercando a nosotros una especie de melodía que viene del bosque y, así, la revelación del rostro del ser amado que nos sonríe se va haciendo más nítida. En este caso, es Jijsamm, el flautista, quién aparece entre las sombras cuestionando nuestra desidia y nos ofrece, al mismo tiempo, un modo distinto de mirarnos, olisquearnos y palparnos. O sea, esta poesía nos invita a vivir en plenitud, a pesar de los pesares, esa alegría para siempre que es la belleza aunque el mundo se esté cayendo a pedazos. No es poco.
II
En una frase podríamos resumir lo anterior diciendo que El flautista logra el difícil propósito de cantar y encantar. ARV crea un personaje -Jijsmann- quien, siendo músico, es el prototipo del poeta que atraviesa la historia transversalmente.
La impronta, el sello, la propuesta estética de esta poesía, nos lleva de un viaje a la lejana Persia, a Omar Khayyam para ser más preciso, y con él a toda la forma oriental de poetizar; esto significa, en síntesis, hacer referencia explícita a la metafísica de la sensualidad de los seres y las cosas, más allá de una vaga y manida homoerótica -usual, por lo demás, en la antigüedad y medioevo-, sino a la prodigiosa erótica a secas, más afín a la elaborada y pulcra escritura de Américo. Nuestro autor no está para peleas chicas.
Sin duda los textos breves, epigramáticos, simples y directos, pero cargados de una sugerente emotividad y ternura, de este trabajo literario nos conectan con lo mejor del helenista egipcio Constantino Cavafis, con la poesía china milenaria, con los silogismos hindúes y las estructura mínimas japonesas, como el haikú. En Chile, le hallo un lejano aunque cómplice guiño a la generación del 60; por ejemplo, a Gonzalo Millán, Jaime Quezada, Sergio Hernández y Ramón Riquelme, entre otros. Todo ello como soporte semántico a nuevos cuestionamientos existenciales contemporáneos que, a las finales, son los mismos de siempre, esas ganas de amar y ser amado a todo imperio, como dicen por estos derroteros. El poeta sabe bien de lo que habla y escribe; no se pierde en baratijas ni en cantos de sirenas, como el legendario Ulises atado al palo mayor de su barcaza, para no zozobrar en ese hedonismo que lo habita y consume a más no poder y del cual se jacta de salir ileso. En la aventura está la poesía, en las peripecias del camino, en los encuentros y desencuentros que proporciona el peregrinaje, como reza un viejo poema escrito en griego. Américo sabe lo que hace; no experimenta en el texto, como los aprendices.
Para terminar, y como concluyendo estas impresiones, digamos que el argumento o contenido de El flautista trata del periplo o travesía de un hablante, herido de hermosura, que va por los senderos dialogando con las criaturas, contándoles sus endechas o escuchando secretos o sentencias sapienciales respecto a una relación ética, estética, erótica y atemporal que lo perturba y altera, hasta que encuentra consuelo, desahogo, en gestos tan primordiales y genésicos como un sonido, una brisa, un aroma, el rumor del agua, una leve lluvia, una fogata, un rayo de luna, una sonrisa o un vaso de vino, maravillas todas que pasan perfectamente imperceptibles para los neófitos, burdos y satisfechos. Imposible no relacionar estos textos con la poesía mística de San Juan de la Cruz, donde la capacidad de asombro late a flor de piel.
Un bello poemario, repleto de versos luminosos, vitalistas y definitivos esbozados con la naturalidad del pájaro que canta porque, de no hacerlo, se moriría. El culpable de tamaños desasosiegos es una tal Jijsamm, que podría ser el alter ego del autor -eso ya es cosecha mía-, cuando no un sueño vivido o por vivir, dada la imprecisión o ambigüedad de toda gran poesía, y esta lo es, donde todo es sugerencia y sólo un lector atento y cómplice podría consumar la historia de un poeta. En eso me hallo. Usted haga otro tanto.
Talca, 10 de septiembre de 2018.