Proyecto Patrimonio - 2021 | index |
Bernardo González Koppmann | Autores |





 







Óscar Castro, o cuando el teatro
ilumina los tiempos de infortunio

Por Bernardo González Koppmann
Sociedad de Escritores de Chile




.. .. .. .. ..

“Tenemos que transformar el campo de concentración en un carnaval.”
O. C.

El actor, director y dramaturgo chileno Óscar Castro acaba de fallecer a los 73 años de edad, víctima del implacable Covid-19, este 25 de abril de 2021, en París.

Óscar Castro, aunque nació en Santiago, vivió toda su infancia en Colín, cerca de Talca, desde donde retornaría en su adolescencia a estudiar a la capital. Ahí forma en 1967 la compañía de teatro Aleph (que significa el primer número después del infinito) donde mezcla el humor satírico, la poesía y el contenido social. Por su apoyo y compromiso —más moral y estético que político partidista— con el gobierno de Salvador Allende cae preso, siendo obligado a deambular por varios campos de concentración. Estando en esa condición capturan a su madre, quién, por lo demás, era derechista y votaba por Jorge Alessandri debido a que, según ella, “tenía linda figura”. Desde entonces, María Julieta Ramírez Gallegos se encuentra detenida desaparecida. En 1976 el Cuervo —apodo del actor— se exilia en Francia donde, al paso de los años, por su intensa labor y trayectoria, es nombrado miembro del PEN Club de París y condecorado por el Ministerio de Cultura de ese país en dos oportunidades, primero, en 1991, cuando alcanza el título de Caballero de las Artes y las Letras, y, luego, en 2019, donde fue nombrado Caballero de la Legión de Honor. Al momento de su desenlace la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, manifestó por las rrss su “inmensa tristeza” y destacó que el dramaturgo “fue un gran artista y que su gentileza y humanismo se quedará con nosotros siempre.

En su discurso “Parto y me quedo”, pronunciado al momento de recibir el último de sus galardones, Óscar Castro describe el vínculo visceral que sentía por su tierra natal: “La primera vez salí de Colín, que en la ficción de mi relato y de mis obras de teatro se llama Maquegua, un pueblo vecino con nombre y actitud teatral, en tanto que el Colín de mi infancia era conocido con un apelativo harto menos glamoroso: el pueblo de los burros. Me despedí de mi madre que en medio de esta nebulosa de idas y regresos es lo único que permanece inalterable desde el principio. Ese sabor de la leche materna, el del primer beso y la primera decepción, el primer hijo y la primera vez sobre un escenario, son demasiado importantes para olvidarlos aunque tu patria te haya negado tres veces, te haya expulsado y te haya puesto una L infamante en tu pasaporte, una L que hoy me llena de orgullo por todo lo que eso significa. La letra L que me impedía regresar de por vida a la única patria que yo había conocido, el lugar donde nací, donde soñé y donde perdí a mi mamá para siempre. Todo eso no se olvida aunque tu patria adoptiva haya restañado las heridas, te haya abierto sus puertas, te haya abierto las maletas y te haya dado alas para volar cada vez más alto. Y menos se olvida cuando la mamá que te dio la vida, detenida hace casi 50 años, permanece desaparecida.”

Bien. En esta hora crucial para la historia de Chile, atravesada por estallidos sociales y pandemias, si tuviera que destacar un aspecto de la tremenda vida y obra de este personaje, tan vinculado al Maule, sin duda me quedo con la mirada y visión que tenía sobre el quehacer cultural del artista consciente de su rol social. Ariel Dorfman lo resume de la siguiente manera: “(Óscar Castro) es un ejemplo luminoso de cómo el arte puede derrotar la desesperanza en los peores momentos de dolor colectivo.” Hoy, en Chile, lamentablemente el arte es considerado un bien de consumo, y Consuelo Valdés, la ministra del ramo, ni se inmuta cuando declara que "un peso que se coloca en Cultura, se deja de colocar en otra necesidad." El propio Óscar dejó muy clara su misión como hombre de teatro, cuando acentuaba: “Todo lo que he hecho, el teatro de mi vida, ha funcionado en torno a la pregunta ¿qué pasó con la mamá? En ese momento de llanto reconocí que lo único que sé hacer es teatro, y me pregunté ¿cómo puedo luchar contra esta barbaridad, contra este salvajismo? La respuesta fue una sola: Hay que convertir el campo de concentración (y la existencia toda) en un carnaval. Es la única manera de que yo pueda luchar, y eso es lo que hice. Ahí parte toda mi historia. Hasta la muerte voy a preguntar ¿qué pasó con la mamá? En el cajón voy a golpear, ¿qué pasó con la mamá?” Gabriela Olguín, amiga cercana del actor, nos precisa cómo esta idea fue proyectándose con los años: “El fundador del Aleph concebía las tablas como una excusa para compartir. Por eso, al final de sus funciones, siempre ofrecía comida y un vaso de vino a los espectadores. Y en los elencos, decía, debían convivir actores amateurs con consagrados, o niños junto a personas mayores. Todos podían actuar. Incluso si lo hacían mal. Entendía al teatro como una fiesta democrática. Ese es su legado.”

Para ilustrar este compromiso del artista con su pueblo —asumido desde el vitalismo, el humor y la esperanza— intentaré resumir algunas de las muchas anécdotas o dicharachos que lo reflejan de cuerpo entero.

Iván Treskow, poeta y actor talquino, amigo y compañero de prisión de Óscar Castro en Melinka, nos narra el siguiente chascarro: “Cómo olvidar esa mañana cuando después de haber sido golpeados buena parte de la noche por los infantes de marina de Valparaíso, buscando en nuestras pertenencias supuestos documentos subversivos, vaciaron el azúcar y el café, rompieron los ya cansados colchones y nos hicieron correr entre culatazos sin importarles la edad. Y tú, de pronto, apareces arriba de un coche carretilla empujado por otro de tus incondicionales, vestido con tu traje de ceremonia, y haces un discurso de desagravio: ‘Elementos ajenos a este lugar de descanso y tranquilidad han irrumpido en la noche sembrando el caos y la desolación, y yo, como alcalde, prometo que haré todo lo necesario para que los culpables sean castigados’. Las carcajadas y los aplausos coronaron tu intervención y los rostros tensos y amargos tomaron otra expresión donde nacía una sonrisa y, detrás, una utopía. La magia del teatro había hecho su efecto.”

Patricio Paniagua, otro prisionero de Melinka, nos relata una divertida historia: “Los textos (de las obras de teatro que se presentaban los viernes) eran escritos por Óscar, pero, como eran revisados antes por censores uniformados de turno, el Cuervo inventó que las obras pertenecían a un autor llamado Emile Kahn. En los años 50 —-los engañaba— este importante escritor judío polaco había obtenido el Premio Nobel de Literatura. Íbamos a presentar “La paloma mensajera” y Óscar le empezó a dar el discurso de siempre al militar de ese día. Que Emile Kahn era muy importante y blablablá… Pero el militar lo interrumpió y, para aparentar que sabía de literatura, le dijo ‘no siga, no siga, todos sabemos quién es ese autor. Ese es un lindo texto. Ojo, que lo voy a estar mirando, así que no me cambie nada’. Entonces nos fuimos y yo, obviamente, me puse a reír. Y Óscar me dijo ‘No te rías tanto, que a lo mejor ese fulano sí existe.’”

Por su parte, el mencionado Ariel Dorfman recuerda otro episodio de aquellos: “También organizó Óscar unos happenings delirantes. Fingiendo que el centro de detención era una aldea y que él era su alcalde, recibía a cada nuevo contingente de harapientos y apaleados prisioneros con alegría, dándoles la bienvenida al único espacio libre en el país por entonces. Se disculpaba por el hecho de que los medios de transporte, tan eficientes para transportarlos hasta ese lugar, fueran tan irregulares en cuanto a las partidas, lo que haría difícil predecir cuándo los visitantes podrían marcharse. Y en los días que seguían, (Casimiro Peñafleta, el alcalde de Melinka) prolongaba la ilusión animando con su jocosidad y optimismo a los atribulados prisioneros.”

Así, Óscar Castro, este tremendo hombre de teatro tan local como universal, vinculado al Maule profundo y a París simultáneamente, nos ha dejado una señal reluciente, nos ha marcado la ruta hacia las grandes alamedas, por donde un día más temprano que tarde, saldremos a votar, a bailar y a cantar celebrando la victoria de los más sencillos. Otro mundo es posible, incluso en un campo de concentración. Mierda, mierda, mierda. La función debe continuar.


Talca, otoño 2021.



 



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2021
A Página Principal
| A Archivo Bernardo González Koppmann | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Óscar Castro, o cuando el teatro
ilumina los tiempos de infortunio
Por Bernardo González Koppmann