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Alto Volta, de Yanko González Cangas,
poesía para inhalar en los nuevos tiempos
Alto Volta, Ediciones Kultrún, Valdivia, 2008,78 páginas.
Por Bernardo González Koppmann
“Convengamos que la mierda es memoria
del mismo modo que una palabra
es la memoria de su significado
repetía haciéndose el interesante”
YGC
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He aquí un libro hecho con inteligencia, con suma perspicacia, y “una que otra hoja triste que se queda blanca / doblada para ti en la incertidumbre”, además, con una actitud no pedante, que intenta hacernos reflexionar sobre nuestra hibrida personalidad o identidad, ese ethos hoy tan ambiguo del que se ufanaban los helenos. Estamos en presencia de una propuesta escritural novedosa, culterana y popular al mismo tiempo, donde el componente intelectual, el logos, la lógica, subordina por mucho a lo emocional, de lo cual hemos hecho uso y abuso en lo que respecta a materia literatosa en nuestras rectas provincias. Sin embargo, y es bueno reconocerlo, sí existió una equívoca actitud moderna de racionalizar en nuestros intelectuales criollos del Centenario, pero ésta, a su vez, también es puesta patas arriba por YG al demostrarnos dialécticamente, con abundantes citas, como mucho de lo culto decimonónico no era más que una máscara o pose cursi para imponer particularísimas formas de pensar, hacer y ser, aflorando así a contrapelo un cierto pathos local, regional o nacional, que se ha dado en llamar por los historiadores el peso de la noche, vicio burgués de tomo y lomo, por las injustas relaciones de clases sociales, el arribismo, la segregación, cuando no el racismo a secas, que nos ha caracterizado desde los inicios de la república hasta nuestros días. Dable es mencionar sí a algunos ensayistas sociales, como Alejandro Venegas con su obra Sinceridad, Chile íntimo en 1910, que intentan denunciar el statu quo aberrante de la época, los cuales, sin embargo, zozobran ante el ruido de sables y las asonadas que, al igual que los sismos, devastan de vez en cuando el territorio. YG, además, incorpora en estos poemas el contundente acervo antropológico que domina, amén de variopintas teorías lingüísticas y gramaticales europeas vigentes, para hacer pebre un cierto orgullo patrio decadente, nacionalista, contemporáneo, neoliberal, al mismo tiempo que irrumpen como callampas después de un chaparrón, nuevas generaciones de marginales -mapuche, poblador, estudiante, cesante, campesino, temporero, homosexual, indocumentado- sobrevivientes ellos a como dé lugar en los intersticios más insospechados. Como vemos, no queda mono con cabeza en esta poesía. Todo lo anterior lo menciono, no sin antes prevenir al lector para que se avispe, a que abra bien el ojo y la testa a riesgo de equivocar la lectura de estos textos y su decodificación, y no quedar así más enredados de cómo empezamos.
YGG (valdiviano nacido en Santiago, en 1971) es un avezado poeta, no lo vamos a descubrir ahora, además un lúcido antropólogo que ejerce en Isla Teja, más valorado fuera de las fronteras que en su propia casa por esa comodidad intelectual nuestra derivada de una larga siesta colonial, de la cual algunos increíblemente aún sienten nostalgia, lo que se expresa obviamente de manera transversal en una pereza consuetudinaria de arrimarnos a lo novedoso sin esforzarnos mucho, por el atajo digamos, y solo cuando nos reporte alguna ventaja monetaria, lucrativa, espuria, de cualquier tipo. Me lo topé en el ex Pedagógico de Macul a fines del 2014 en un encuentro de escritores, y, luego de un breve intercambio de saludos, sin decir agua va, me deja un ejemplar de Alto Volta latiendo en las manos. Hace una lectura impecable de algunos de sus textos en una mesa con otros poetas y, antes que se aplaquen los aplausos, se escabulle como había aparecido, raudamente. Intenté verlo en el resto de las jornadas, mas fue en vano. Pero, me quedo con un libro consular para entender la poesía más allá de localismos y generaciones, escritura haciéndose contantemente en lo crudo, en voces y expresiones disímiles que dialogan cara al viento, bajo una llovizna, al borde del abismo, lo que no es poco.
Alto Volta fue publicado por Ediciones Kultrún de Valdivia, en el verano del 2008, y se divide en tres partes: Alto Volta propiamente tal, Teofrasto y Negocio horizontal, que en su conjunto agrupa 51 poemas. Presenta una diagramación amplia de espacios e impecable en su confección material. Es un libro atractivo como objeto.
Algunas consideraciones que anoto al tenor de su lectura.
YG despliega aquí, esto como primera observación, un seguro dominio de su lenguaje; pericia y eficacia en la cimentación de una propuesta escritural original, valiosísima, novedosa en el panorama actual de la poesía chilena. De partida, la temática medular de Alto Volta sería desenmascarar el absurdo de las relaciones sociales estereotipadas, falsas, descontextualizadas, en un medio donde arrasa la economía de mercado con todo vestigio patrimonial, sea éste arquitectónico, costumbrista o lingüístico, imponiéndose la globalización en todos sus términos. Así, toda categorización de conceptos e imperiosas definiciones se licúan ante el habla común, cotidiana, de las masas que reinventan sus códigos comunicacionales desde la oralidad, la jerga, el coa, para expresarse fehacientemente en carne viva, como si respiraran por la herida. Así se levanta esta poesía. En el poema “éste de teoría”, notable por lo demás, un académico sobre intelectualizado no conecta con sus alumnos, “nadie le dice que no sabe demás que sabe pero lo principal le sugieren para el próximo año para el segundo evento que en el programa ponga porque no aparecen ciudades de acá y las palabras “teórico-práctico” y “aplicado a”. profesor entusiasmado. profesor entumecido. raspado de dios.” Ese es el drama de la cultura oficial, del centralismo político administrativo todo, que pretendo homogeneizar el conocimiento sin reparar las necesidades éticas y estética de las comunidades emergentes y periféricas. La belleza de todos los tiempos, de Aquí y de la Quebrada del Ají, se sustenta en la verdad, en la bondad y en lo atingente, útil, práctico. O sucumbe.
Otra característica que me llama la atención de este libro es la forma cómo el hablante, el poeta y el hombre, en definitiva, a su modo y de una extraña manera, toma partido por los más marginados entre los marginados de la Historia, los más desdichados, el “tirado atrás / haciéndose por último el gonzález”. No le basta con dirigir la mirada hacia las etnias o los guetos o las okupas desamparadas, sino, y en especial, contempla y comparte su oficio con los que más padecen al interior de esos grupos; al canceroso, al mutilado, al impedido, al “meteco”, al segregado por sus pares, al más maldito de la comunidad. ¿Me doy a entender? Ahí está la palabra en ebullición creándose, resinificándose, tomando un aire nuevo antes de cambiar de forma, de traje, de piel, de signo. En otros términos, no sólo nos muestra la llaga sino mete el dedo en la pústula. Ese es su propósito; que duela la escritura, que grite y salte en los renglones de dolor, de rabia, de placer.
Una tercera impronta que retengo de la aproximación a estos textos, es el alto nivel de exigencia que demanda esta lectura. El autor no hace concesiones con el lector. No facilita las cosas. Él está para escribir; que otros difundan, enseñen a leer. Sin embargo, el lenguaje utilizado, si bien críptico, casi “una jerga repugnante” para los no habituados a conversaciones a la intemperie, a los sordos de salón que se pierden la maravillosa y refrescante cháchara cotidiana de feriantes y ambulantes, es sólo un código aparentemente hermético. La oralidad es precisa, certera y honrada con el significado, porque ha venido de siglos atrás haciéndose en la boca del pueblo. Creo que es un gran servicio de utilidad pública el que presta el poeta a las gentes, ya sean “de Matucana o de países de todas partes”, porque enseña a pensar, a esforzarse, a “mirar fijo el revés /de esta hoja inmóvil”, a elucubrar, a organizarse, a ubicarse conscientemente donde corresponda.
Estimo, como otra marca indeleble de tamaña poesía, el uso y abuso de citas, referencias y epígrafes, ya culteranos, ya populares, ya imbricándose. Aquí se confirma el modo de poetizar de YG, utilizando aquello que exprese con mayor propiedad el hallazgo inusitado, sea garabato, latinizo, chedungún. “Tú pronuncias ‘cantadito’ o ‘cantaíto’?”. Todas las voces dialogan entre sí, lo que se torna urgente, imprescindible, comprender al momento de mirarnos hasta el fondo de nuestra naturaleza original, en estado primigenio, antes que cuaje el pensamiento en otro sonido gutural, al modo -guardando las correspondientes perspectivas- del Conde de Lautrémont en sus cantos salvajes. Este sería un cuarto factor que potencia la escritura de JG. Abunda el intertexto como música de fondo acompañando a estos poemas densos, maduros, definitivos en su novedad, a modo sureño. Respecto a algunas prosas intercaladas o epígrafes empleados, da la sensación que podrían determinar la interpretación de los poemas; algo así como condicionamiento o apoyo forzado al momento de la decodificación, la cual debiera fluir espontánea en las seseras del pueblo que la absorbe, pero estos añadidos decantan muchas veces sin hacer interferencias mayores. Cuando una cita está bien colocada extrapola lo íntimo local a lo épico universal, y viceversa, y permite hacer el ejercicio de fusión y sincretismo; hibridismo, mestizaje, en suma, la hermosura de descubrirnos distintos y hacernos cada día. Valga decir aquí, no está demás, que un lector avispado casi siempre se sustrae de tales aprestos e inducciones, y experimenta el goce estético a toda penca, como diría un huaso achispado por estos lares, Maule adentro.
Un par de reflexiones para ir terminando. Hay, en estos versos, incrustada una ternura franca, dura, a lo bruto, que emerge de pronto imprevistamente en la página menos esperada. Son palabras sencillas y directas dichas de frente; durezas para sacarte del error, sacudirte, hacerte reaccionar, sin más. Recuerdo al pasar el poema “Prácticamente”, que empieza así: “a esta china hay que subtitularla”, ello por su manera de hablar cambiando las palabras. Y agrega más adelante: “- el caballero es un cerdo a la izquierda (mi marido es un inútil)”. Podremos sonreír, pero precisamente ahí, en el dominio o distorsión del lenguaje, se juega mucho de la libertad interior de las personas. En otro poema encuentro el siguiente verso: “dime carmen / no ‘cam men’ como te sale”. Una muestra más: “necesita usted un cedé, una cobbata, una peli de terrol”. Y nuestro poeta, como antropólogo que es, repara en estos detalles que irán configurando la identidad cultural de una colectividad, con toda su carga de miseria y su grandeza.
Y un párrafo final, sin duda, merece la cadencia de esta poseía; el compás melódico que la contiene; en momentos con rima consonante incluida y en otros de frentón con estructura de canción lírica, por ejemplo, en “porque quien ama paga” o “de pesar, pesa”,a modo de ilustración. Igualmente, encontramos el contenido, el fondo semántico, moldeado a veces con ritmos en boga, como el rap, que se adivina o se acompasa con el pie y el esqueleto entero al leer, a modo de muestra, “Jefa de vegetales” o “Ministerio”. Ya no predominan, al parecer, los metales pesados a todo full en Alto Volta.
Basta. Nada más tengo que apuntar por ahora. Tal vez, la rareza del autor de enumerar las páginas con letras. Eso no lo alcancé a entender. Igual, con ciertos vacíos que debo reconocer, he quedado conmovido con esta poesía. Sin duda, uno de los textos fundamentales - junto a Zurita, La Tirana, Adiós Muchedumbre, Tolonei y otros - en la configuración de la más rigurosa poesía chilena actual.
Talca, Otoño de 2017.