“pasa mi memoria por mis recuerdos buscando un sentido donde no lo hay”
JR
Entre las últimas promociones de poetas maulinos se observan dos o tres características bien peculiares, que sería bueno ir tomando en cuenta al momento de hacer un balance o arqueo de la literatura regional actual. Por ejemplo, el explosivo aumento de voces femeninas, la integración y puesta en valor de la temática rural frente al fenómeno de la globalización, la asimilación de la tecnología en la práctica literaria, lecturas e información más actualizadas que sus antecesores, amén del buen uso que hacen de las rrss al momento de difundir sus textos. En este contexto me han llamado la atención especialmente Margarita Bustos de Cauquenes, Alejandra Moya de Curepto, Jonnathan Opazo de San Javier, Mario Verdugo y Benjamín Rivera-Mesa de Talca, Gabriela Albornoz de Linares y Joaquín Rebolledo de Curicó, entre otros. Con ellas y ellos se podría decir que la poesía maulina goza de buena salud.
Savia renovadora nos traen estos promisorios poetas que se vienen alzando en el panorama literario de la región del Maule, con propuestas sencillas y profundas, decantadas, audaces, que se inmiscuyen en la problemática contemporánea, insertos —como jóvenes que son— en sus confusos territorios, donde las cartografías emocionales se subvierten a la velocidad del rayo, de la luz, porque la tecnología se remoza velozmente y lo que era costumbre o tradición va quedando obsoleto de un día para otro. Hemos pasado, las generaciones anteriores (desde la promoción del Roneo de los años 80 a los Novísimos cercanos al año 2000), del mimeógrafo a la inteligencia artificial en un abrir y cerrar de ojos. Mientras tanto, se ha venido fusionando la ruralidad con la posmodernidad, y la escritura, la poesía en este caso concreto, viene dando cuenta fidedigna de dicha realidad creando un lenguaje directo, cotidiano, conversacional, no exento de imágenes, con poéticas que intentan plasmar estilos originales, lúcidos y exploratorios dentro de un idioma que, casi todes, dominan a cabalidad. Estamos en presencia, así, de un conjunto de voces interesantes que debemos observar como mucha atención.
Hoy quisiera comentar el libro “adobe”, de Joaquín Rebolledo (Curicó, 1990). En él se recogen 38 poemas que se proponen —y lo consiguen— elevar a una realidad superior las experiencias cotidianas, íntimas y minimalistas de un hablante que recorre su localidad o ciudad natal (Curicó) al regreso ya más maduro y curtido de un viaje de estudio, de trabajo o algo así, sin dramatismo, pero tampoco indiferente a lo que archivó en su memoria emotiva y que redescubre ahora pasado por el cedazo de la historia reciente. Contrapone la aldea travestida en ciudad, rescatando pequeños gestos de antaño que perviven en sus recuerdos. Dichas vivencias, algunas de reciente data, otras bastante arcaicas, se van integrando paulatinamente en su escritura y enfrentan la contingencia moderna con otro temple, ahí donde el territorio habitado en su infancia va sufriendo los embates ecológicos y culturales que, inevitablemente, deja el paso del progreso. El poeta, sin embargo, reconociendo su origen provinciano, pueblerino, campesino casi, dotado de una cierta magia o trascendencia en el sortilegio de sus palabras, construye un nuevo paradigma donde pueda habitar como un resucitado, en una especie de epifanía del verbo, en estas páginas donde las cosas y los seres se aman, criaturas todas que se fusionan a la manera de un oxímoron perfecto, tropo que de la dureza, porfía, testarudez e inopia de conceptos o significados contrarios va sacando “blanda cera y dulce miel”.
El leitmotiv que atraviesa “adobes”, en mi modesta opinión, es el rescate de lo humano, de lo entrañable que aún subsiste en las relaciones silenciosas y esenciales entre aquellos objetos, herramientas, faenas y artefactos abandonados que se reconocen después del diluvio, del terremoto, de la globalización avasalladora, y se reciclan en una resiliencia que va rescatando la belleza desde la nada, ese otro sentido más duradero, casi definitivo, de aquello que ya considerábamos perdido, esa “alegría para siempre”, al decir de John Keats.
La poesía de Joaquín Rebolledo, como “la naturaleza flexible / del bambú”, se percibe cercana a la tradición oriental, pero también heredera de la fluidez cotidiana de William Carlos Williams y del lirismo incandescente de John Ashbery (“tanto trabajo / por unos segundos perfectos / en el aire”), además, colindante a los mejores momentos de Teillier y Américo Reyes, por esa espontaneidad de vivir la realidad trascendiéndola. Sin duda, una hermosa poesía, que está rubricada en minúscula, sin utilizar los signos de puntuación, lo más llana posible, con un muy buen uso del espacio sobre la hoja en blanco, donde el verso breve, dominante en estos poemas, va dibujando su motivo sin saturar el texto, sin recargar las imágenes, más bien con mínimas descripciones de escenas familiares o domésticas utilizando con destreza la oralidad, el correlato objetivo, la anáfora, la personificación (“a mí me hablan los cerezos”) y la sugerencia, la insinuación, más que la afirmación taxativa de una verdad revelada.
Nuestro territorio maulino, en la voz de Joaquín Rebolledo, concluyo, hoy se mueve nítidamente hacia nuevos significados que resitúen al ser humano más allá del tiempo y el espacio. Bien.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Poesía del territorio en movimiento: “adobe”, de Joaquín Rebolledo
(Editorial Deriva, Villa Alegre, 2023, 120 páginas)
Por Bernardo González Koppmann