Acostarse en la tierra y volver a sentarse
Está bien lo que hiciste ayer
y también lo que haces ahora,
aunque juntos
los pedazos parecen de vidas contrarias.
Los dos sabemos que el mundo
es un espejo que no hay que romper.
Un cardumen avanza como los panes
que se multiplican en la tierra
. . . . . y flotan sobre el agua.
Es el amarillo negro de las muertes vivas.
A esta bolsa cada vez más pesada
que arrastramos, le decimos tiempo
y nos confirma que sí,
. . . . .que todo está bien.
El pedazo de cielo en que te viste
reflejada a la orilla de un pantano
se incrustó en mi pecho, es un vidrio
. . . . .astillado y me lastima.
Muchos andamos sobre el agua sin esfuerzo
. . .. . .. .cuando cerramos los ojos.
Pocos se animan a remover
. . . . .un vidrio incrustado en el pecho.
Nadie ha dedicado tanto trabajo
. . . . .a desarmar una tristeza.
Allá a lo lejos
El sol me golpea y siento que pasa
la calle dura bajo mis pies
a toda prisa.
No comprendo si soy el indeciso
que avanza y camina
o la sombra misma que va pegada al animal,
ese tractor que me arrastra como a una pesada
capa mojada por la lluvia.
Este animal en el que voy metido,
en sus ratos libres escribe poemas
y después dice: soñé.
La negación de la luz me sigue
a todas partes con su materia
blanca, roja, húmeda,
porosa y deficiente que la acompaña.
Este animal me lleva por el mundo
haciendo lo que sabe.
Ve a otros animales
que se despedazan entre ellos.
Se acerca para comprobar si el río ya está muerto:
todavía se mueve, entonces
toma un poco de agua.
Esa tarde conocí a uno que tallaba letreros
en madera de ciprés.
Se lo veía cansado,
es el polvo de las obras, dijo,
que me viene comiendo los pulmones desde chico.
La tristeza puede ser interminable
para el que aprende a conocer a los demás.
Escuchando canciones italianas
recordé a mi madre a la salida del cine:
habíamos llorado, habíamos reído,
y uno piensa que momentos como ese
mueven a los ríos
y detienen las guerras
para siempre.
Un día el animal entiende que esa helada
bajo la que durmió cuando era un cachorro
en las estepas del Sur
ahora está llegando adentro de sus huesos.
Siente que las imágenes
empiezan a saltarse el control de su mirada.
Es hora de organizar la resistencia.
Sabe que la guerra tendrá siempre
el mismo resultado:
ganará la muerte, quién más.
La belleza está en la estrategia.
Y en medio de tanto manoseo,
aunque no lo parezca,
hasta desesperarse puede ser un alivio.
Este animal en el que voy metido
a veces se queda mirando
y no me doy cuenta bien qué cosa ve.
Pero es algo lejano, muy lejano.
Este animal, que en sus ratos libres
escribe poemas y después dice: soñé.
Vaivén de los ojos convertidos en ojos
Pronto nacerás y recién empezará este mundo
que ya había empezado cuando naciste.
Se abren dos labios en tus labios
y dos ojos en tus ojos,
detrás del sol.
Los ríos secos siguen trayendo el agua.
Nadie se explica cómo los árboles
cortados y quemados
todavía le dan frutas y semillas
a esos pájaros que ya se extinguieron.
Alguna vez fui parte de una especie
que nada, vuela y camina.
Ya no.
Sé que voy a morir y después
no te encontraré
por culpa por esta maldita ceguera.
La ilusión del tiempo se desvanece
en este mar de verbos que llaman vida,
libros, fechas que pasan,
cosas para mirar.
Y todo, todo lo que hemos visto,
se puede lavar con el mar.
La tierra y el mar en la orilla del tiempo
La tierra es verde, la tierra es vieja,
entera, roja, limita con el aire, es negra
y se golpea todos los días contra el mar.
La tierra vuela un vuelo redondo y ciego.
Con la velocidad de la vida,
por esta tierra pasan la vejez, la muerte
y otras formas del tiempo.
Si acaso lo nuestro es pasar,
pasar
es un fluido parecido a la luz y al agua,
que no dejan sitio sin ocupar.
Pasan las sombras hacia el Este.
Pasan los átomos incontables
con esas alianzas tan caprichosas
que forman cualquier cosa
que uno se pueda imaginar.
También la música necesita la ilusión
del tiempo para suceder.
Todo va a dar al mar redondo,
cruel y hermoso, blanco y sucio,
que nos entrega a los inocentes
cuando muerden el anzuelo.
Pero estamos aquí, en la tierra,
donde brotan piedras y puñales,
donde las armas no paran de estallar.
A ver, congelemos esta escena ahora:
quedarán miles de balas en el aire,
miles de vidas sin terminar
en un limbo de aguas cristalinas
donde podemos ver por debajo
como a través de una lente que refracta
y distorsiona.
las grandes tormentas sumergidas
que nunca dejan ver el fondo abisal.
Y en esta orilla
que parece una cicatriz
pensamos en dos posibilidades tremendas:
ahogarnos o volver a la tierra.
La caída
Un hombre se derrumba.
Parece que busca rutas olvidadas, playas,
una siembra, en aquellas regiones perdidas
donde ya no gira más el sol.
Es imposible que yo mismo sea
el hombre que cae por la ventana.
Menos mal que se desplomó
desde su propia mirada
y que una roldana lo desliza
como si sujetara un piano,
mientras la tierra lo baja y lo baja
tensando la cuerda podrida
en un lento teatro de suspenso.
Menos mal que se deshoja
y revela su peso inusitado,
como un Cristo de Grünewald.
Imposible que yo sea el que salta del mundo
y flota unos instantes sobre su propia risa.
El que vuela como volaría un árbol
arrancado por las tormentas
que lavan y deslavan el aire.
Es imposible que yo sea alguna vez
el hombre que cae por esa ventana,
tan extraño, tan nítido.
Los olores del pueblo
El olor del perro mojado por la lluvia.
El olor a sopa en la casa del herrero.
El olor y el peso de la ropa húmeda.
El olor a pasto recién cortado.
El olor a kerosén del Bram Metal.
El olor de la grasa en los fierros del tren.
El olor a jazmín de esas noches calientes.
El olor del cielo, que cae.
El olor a encierro que sale de mi pieza oscura.
El olor del auto nuevo.
El olor de la marcha indecisa por la ruta.
El olor de la escala moral.
El olor a té de tilo.
El olor del agotamiento espiritual.
El olor de la botellita de cognac.
El olor a basura en el sifón del lavaplatos.
El olor a Dios,
cuando se empieza a descomponer y no para.
El olor del vacío.
Bocas
Él tiene la boca negra, ella la boca roja.
Hay un árbol que se ha muerto
desde hace ya varios años,
ahí mismo.
La boca negra como brea.
Por el camino de piedra
va un torrente, apenas.
Y a ella, roja como una boca,
la recogen con redes del mar.
Un viento duro le derrama los ojos.
Son amantes pero no se aman.
Ella monta una bicicleta de hombre.
Él tiene la boca negra, ella la boca roja.
Y siempre han sabido que las cosas
son lo que son.
Apogeo
Fundaría Roma.
Fundaría Nínive en la mesopotamia
que encierran sus piernas.
Ella y un eclipse
que oscurecerá su espalda
. . . . . de un momento a otro.
Ella y la lejana Antares
. . . . . . brillando en el Pacífico.
Su dolor es un sueño antiguo
donde viven las aves que cruzaron la guerra.
Ella una promesa de rocas,
. . . . . . . el rumor de un cielo sordo.
Bajo la luz de su lámpara
soñamos con las peores tormentas del sol.
A Ella no
Ya no la veré
Ya no la veré
con su alegría reconstituida/ más.
La carrera
Era la tierra.
Una simple expresión del alimento
con las cruces, los árboles,
sus pájaros migratorios,
el carbón escondido en la maleza.
Todos los años nos sentábamos
en un bote abandonado a la orilla del campo
y remábamos un rato,
todos los años,
cada día primero de noviembre.
El bote no avanzaba mucho
sobre el camino de greda.
Apenas unos metros, con esfuerzo,
y entonces nos sentíamos tan cansados,
listos para olvidarnos del amor, de las llagas,
de los perros que ladran en el pecho.
Dimos muchas vueltas alrededor del sol
en ese río de barro trajinado
contra una luz espesa.
Ahora eché raíces en el tiempo.
Ahora estoy quieto y es mejor que sigas
viajando hacia atrás
como viajan los postes, como viajan
las piedras oscuras de la orilla.
Mejor que te quedes tranquila
porque va muy lento el horizonte
y cuando por fin entiendas la carrera
estaremos listos,
fugados del terreno pegajoso,
donde sufren los ojos y se apagan las manos.
Contarle la foto a un ciego
Cuadrada.
Si la amplían demasiado
es como echarle un puñado de arena.
En el centro se ve una mujer de labios húmedos,
y un poco más atrás hay un dios.
¿Un dios?
Sí, en el último plano.
Antes aparece una colina helada.
La nieve está sucia, como la luna,
porque han pasado hombres y mujeres,
se nota en las huellas que dejaron
las ruedas y los caballos.
Un charco de orín humea todavía como un géiser
justo ahí donde el sol va insistir
hasta hacerle un agujero.
Esa foto incluye a dos muchachos
que se ríen sin rostros.
El reflejo en el blanco los desintegró.
¿Se entiende?
La escena que no ves es la muerte,
pero también la eternidad de ese instante
en el que el dios, bien al fondo,
aparece borroso.